Friday, April 13, 2018

Gladys L. Portuondo, SIGNIFICADO FILOSÓFICO DEL PROBLEMA PSICOFÍSICO



Tomado de: Lourdes Rensoli, Gladys L. Portuondo,  "Dimensión histórico-

filosófica del problema del hombre", 

Universidad de La Habana, 1991. 

Gladys L. Portuondo, Capítulo II: 

Significado filosófico del problema 

psicofísico (RESUMEN)
(with English translation after this Spanish version)





La valoración del problema del hombre como problema universal de la filosofía, según se argumentó en el primer capítulo, es un momento inseparable de la comprensión de la unidad del proceso histórico-filosófico, en el que este problema nutre con significaciones diferentes y disimilar gradualidad toda una multiplicidad de perspectivas en corrientes, tendencias y escuelas. Es por eso que no basta discernir únicamente lo "eterno filosófico" en el contenido de este problema, sino que es importante también considerar el modo en que se expresa en una diversidad de conceptos y categorías filosóficos, entre ellos lo "físico" y lo "psíquico". Estas nociones -la physis y la psyché- expresan desde el pensamiento griego antiguo una de las principales facetas del problema del hombre, si bien originalmente  compartieron tanto los temas de la antropología como los de la cosmología, concebidas como una unidad indiferenciada entre los primeros filósofos griegos.

Por otra parte, aunque la relación entre lo físico y lo psíquico en el hombre, o de manera análoga,  entre el alma y el cuerpo, ha sido de interés permanente en la filosofía, no lo ha sido de modo exclusivo. Toda una diversidad de disciplinas se interesa en este problema y, muy especialmente, las ciencias modernas del cerebro, en las que se integran la Psicofisiología; la Neurofisiología; la Psiquiatría, entre otras. En relación a la filosofía, cabe preguntarse: ¿ha sido formulado e interpretado el problema psicofísico en la filosofía en un nivel solamente precientífico, que requiere su salida del pensar filosófico para alcanzar una interpretación auténticamente científica? ¿Qué interés puede tener el problema psicofísico en la representación filosófica de una imagen del hombre? ¿Se requiere tanto de las ciencias especiales como de la filosofía en nuestros días para la formulación y el discernimiento de las posibles respuestas e interpretaciones relativas al problema psicofísico? Sin la proyección abarcadora e integradora de la razón filosófica, el camino de las ciencias puede alejarse, en la orientación teórica y práctica de sus resultados, de la meta que justifica y promueve su progreso incesante en la historia: el hombre.

Desde el punto de vista de la filosofía, la pregunta por el hombre, el hombre como problema, no es un problema aislado de la pregunta por la relación entre lo psíquico y lo físico, la cual se relaciona indisolublemente con la reflexión sobre la naturaleza humana y sus especificidades, objeto de interés también para las ciencias especiales.

Como relación entre el alma y el cuerpo; entre lo fisiológico y lo psíquico, o entre el cerebro y la mente, las formulaciones de lo que podemos llamar "problema psicofísico"-para adoptar una terminología que de modo convencional resulte análoga- se refieren a un viejo problema que se ha ido planteando a lo largo de la historia en nuevos términos y ha sido interpretado en nuestros días sobre la base de las ciencias empíricas que investigan los procesos fisiológicos del cerebro y sus correlaciones con la actividad psíquica. Desde la segunda mitad del siglo XX, la Neurocibernética y la Robótica; la Genética y la Psicofisiología colocan a la filosofía ante una interrogante: ¿constituye aún la relación entre lo físico y lo psíquico en el hombre un problema del saber filosófico? Se trata, además, de una inquietud vinculada al modo de comprender la relación entre la filosofía y las ciencias especiales, así como de la vigencia del saber filosófico en la actualidad.La filosofía y las ciencias especiales han compartido intereses en la interpretación de problemas comunes. La relación entre entre lo físico y lo psíquico en el hombre es a la par un punto de convergencia y de discusión entre ambas formas del conocimiento. Fue en el siglo V a.C.cuando Hipócrates estableció por vez primera en el cerebro el fundamento material de la psiquis individual. Los filósofos griegos concibieron el alma como causa de animación de todo lo existente, fundamento de la vida, pneuma y sustancia independiente de toda realidad.Las primeras ideas sobre el cuerpo humano y sus funciones orgánicas se asociaron entre los griegos antiguos con la teoría del alma. Epicuro consideró que el alma es el fundamento de las sensaciones,cuya desaparición es resultado de la separación entre el alma y el cuerpo. Platón distinguió entre el alma como actividad puramente orgánica y como sustancia racional; Aristóteles diferenció el alma vegetativa, el alma sensitiva y el alma racional, considerando a esta última como propiedad exclusiva del hombre, que lo distingue de otros seres vivos y es causa de las acciones del cuerpo.

La primera interpretación filosófica radical de un alma como realidad inmaterial separable del cuerpo se encuentra en Platón. El alma para Platón preexiste al cuerpo y en virtud de ello puede conocer las ideas en el acto de la reminiscencia. En este caso, el alma ya no actúa como un principio vital material (como era concebida por Anaxímenes y Demócrito), sino como sustancia espiritual racional[1]. Platón otorga, además, al alma, la constitución de la naturaleza misma de la capacidad intelectual y de las virtudes morales del filósofo. Platón  argumentó la teoría del anima mundi, entendida como principio de animación de todo lo existente, que gobierna el mundo como un todo orgánico, perfecto y armónico, la cual Schelling retoma en la modernidad. En la filosofía de Platón se encuentran las raíces del problema psicofísico como problema antropológico en vías de diferenciación de los temas de la cosmología.

En la Edad Media, el pensamiento filosófico-teológico europeo  centra su atención en la dimensión antropológica del problema psicofísico. El tema de su interés es ante todo el destino del alma inmortal del hombre, el cual depende de la capacidad de elección del sujeto consciente y responsable de sus acciones bajo la condición del libre albedrío. Para los medievales cada hombre determina por propia voluntad el destino de  su alma inmortal, cuya condición atemporal es el resultado de la creación divina y cuyo destino o finalidad es expresión de la libertad que le es inherente.  La conexión entre al alma o la psiquis y la libertad humana se convierte en el pensamiento medieval en centro de atención, marcando la evolución subsiguiente en tiempos venideros de las interpretaciones del problema psicofísico como problema antropológico.

A su vez, el pensamiento renacentista se propone justificar la unidad psicofísica en el hombre como expresión de su naturaleza en tanto réplica de la unidad cósmica y de la armonía de las leyes del universo, cuya síntesis suprema este representa. El alma o la psiquis como principio creador se convierte en el Renacimiento en paradigma del pensar filosófico, el cual desplaza este principio  de lo divino a lo humano, en cuyo ámbito se hace accesible a la razón como auto-reflexión antropocéntrica de sus potencialidades humanas. El arte, la filosofía y la cultura en sentido amplio, se conciben como expresión del principio creador inherente a la naturaleza psicofísica del hombre, la cual se inmortaliza en sus obras.

En los siglos XVII y XVIII el pensar filosófico también incluyó al hombre como unidad psicofísica en la trama universal de la naturaleza, continuando la línea trazada por el pensar renacentista. John Locke se opone al dualismo psicofísico y considera de modo determinista la unidad psicofísica en el hombre; Renato Descartes también defiende el determinismo al considerar que lo psíquico es el producto de las leyes de la naturaleza, aunque estima que la conducta humana, condicionada por la razón a la que concibe como sustancia,  no se explica en los límites de lo psíquico entendido como  "arco reflejo" o respuesta condicionada por estímulos externos[2]. No obstante, la filosofía moderna concibió lo físico dentro del reino de la     necesidad natural, en tanto que lo psíquico era representado como expresión contingente de los fenómenos naturales, si bien también sujeto a la ley natural. Lo individual en el hombre, de lo cual lo psíquico es expresión, se concebía entonces como caso particular de una esencia genérica humana.

Hegel[3] valoró la contribución de la filosofía moderna por su proyección humanista y racionalista al comprender la naturaleza humana como parte constituyente de la naturaleza en general y como modalidad especial de la misma. La filosofía de la Ilustración introdujo la idea de la unidad psicofísica como expresión abstracta de la naturaleza humana en general y del individuo en particular. Este individuo se representa así como un hecho natural, sujeto a la misma determinación del género y por consiguiente a una naturaleza humana inmutable. En cambio, Hegel y el idealismo alemán en general acentuaron la significación del mundo de la cultura y de la historia humana en la concepción del hombre y de su diferenciación respecto al mundo natural, transformando así la interpretación del sujeto como unidad psicofísica  en tanto portador de la cultura y de la razón autocrítica, y por consiguiente concebido como naturaleza "humanizada" y como síntesis de lo natural y lo social tanto en lo psíquico, como en lo físico.

En la época contemporánea resulta peculiar la postura de la filosofía positivista respecto al problema psicofísico. Para el positivismo el tratamiento del problema psicofísico en la filosofía tradicional es la expresión de una concepción "metafísica", lo que significa para el positivismo una carencia de fundamento científico y por lo tanto,  una concepción especulativa o "precientífica". Resulta notable que Augusto Comte no incluyó a la Psicología en su sistema de clasificación de las ciencias. El positivismo ha atribuido bien a las matemáticas; bien a la Física, el papel de paradigma o modelo del conocimiento científico auténtico, al que considera como único saber capaz de fundamentar la verdad como certeza. Desde esta perspectiva, el problema psicofísico requeriría su salida del saber filosófico para alcanzar una interpretación científica. Además, para el positivismo la filosofía adquiere el estatus de teoría científica cuando emplea los métodos generados en ciencias especiales como la lógica matemática o la física. Así expone Bertrand Russell los requerimientos de una filosofía "científica":

"La adopción del método científico en filosofía nos obliga, si no me equivoco, a abandonar la esperanza de resolver muchos de los más ambiciosos y humanamente interesantes problemas de la filosofía tradicional. Deja algunos de ellos, aunque sin grandes esperanzas de que sean resueltos con éxito, para las ciencias especiales, y demuestra que otros son de tal índole que nuestras facultades resultan esencialmente incapaces para resolverlos.[4]"

A su vez, K. R. Popper considera plausibles los contenidos de la Psicología, pero solamente como apéndices de la Neurofisiología, pues a la ciencia le resulta accesible solamente la naturaleza genérica del hombre y no el reino de lo individual y único. "En efecto -opina Popper-, es el individuo particular, único y concreto el que no puede ser investigado por los métodos racionales, y no lo universal y abstracto[5]". Pero el positivismo no toma en cuenta que, si bien el estudio sobre bases experimentales de la relación psicofísica puede realizarse sólo en las ciencias especiales, la historia de la filosofía fija, difunde y transmite los paradigmas socioculturales que constituyen el marco de referencia de las ciencias en cada época al expresar la conciencia y los criterios con que se representa la imagen del hombre, de la cual forma parte la relación psicofísica. Así, la filosofía no ha de renunciar en nuestros días a la reflexión en torno al problema psicofísico como parte integrante del problema del hombre.  
      
El ideal positivista de la "ciencia pura", desprovista de toda "metafísica", no pudo cumplirse a cabalidad. La tradición filosófica no deja de gravitar sobre las doctrinas científicas en toda época, incluyendo la presente, lo mismo influyendo en la preparación del terreno propicio para el surgimiento de nuevas teorías científicas, que a través de la fundamentación de estereotipos del conocimiento o paradigmas que pueden entrar en contradicción con las teorías científicas existentes.

Al poseer la capacidad de expresar en forma de interrogantes o de modelos paradigmáticos las tendencias en el desarrollo de las ciencias especiales, la filosofía cristaliza la conciencia crítica de este proceso, actuando como marco de referencia para la valoración del estatus de la ciencia. Un ejemplo evidente se encuentra en el idealismo alemán, que dio paso a la toma de conciencia sobre las limitaciones del naturalismo en la representación de la imagen del hombre y, por consiguiente, a las limitaciones mecanicistas y deterministas de la concepción naturalista del problema psicofísico.

La imposibilidad de deducir la naturaleza del pensamiento y sus formas lógicas partiendo directamente de la fisiología y de las capacidades psíquicas entendidas únicamente como condiciones naturales en el hombre se puso ya en evidencia en la filosofía moderna. Descartes y Spinoza subrayan ciertas cualidades específicas de la razón; de su estructura y funcionamiento. El idealismo alemán, a su vez, afirma que la naturaleza humana supera los límites de la unidad psicofísica  según la perspectiva naturalista por cuanto su comprensión requiere fundamentar la diferencia esencial entre el hombre y el resto de la naturaleza, dada en el ámbito de la cultura y de la historia.

Ya por su nacimiento, el hombre es,al menos biológicamente, un individuo humano. Lo biológicamente humano es ya una forma de diferenciación del hombre respecto al resto de la naturaleza. Como sujeto social, el hombre humaniza sus facultades físicas y psíquicas, por lo que la naturaleza humana es, a la par, algo dado y algo creado por el propio hombre, así como constituye  una condición necesaria de la continuidad del proceso histórico.En el individuo,lo social y lo biológico se encuentran fundidos en unidad indisoluble.Carlos Marx, siguiendo el legado del idealismo alemán,  también  consideraba que las capacidades físicas y psíquicas del individuo constituyen su fuerza de trabajo, con la que el hombre produce su propia existencia humana.

El estudio multidisciplinario de la relación entre lo físico y lo psíquico en el hombre se desarrolla en el marco de la discusión entre el monismo y el dualismo psicofísico en la comprensión de la relación entre el pensamiento, la psiquis y el cerebro en la ciencia contemporánea.Pero el problema del hombre no se agota en el problema psicofísico, ni en la imagen científica de la unidad psicofísica según se representa por las ciencias especiales. Por demás, el contenido filosófico que puede adjudicarse al problema psicofísico no es  resultado de la generalización directa de los aportes de las ciencias especiales. La cultura y la historia modifican las aptitudes psicofísicas, ampliando los límites psicofisiológicos del individuo, por lo que las "bases" u "órganos" de la actividad psíquica humana no son fisiológicamente "puros". La cultura crea "órganos" artificiales - que sobrepasan la capacidad fisiológica del individuo y multiplican el alcance de sus posibilidades. El telescopio; el microscopio; la telefonía y la informática, por citar ejemplos, ponen en cuestión la división entre lo natural y lo artificial (la cultura, la historia o, como Hegel la llamó, la "segunda naturaleza") en el hombre.
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[1] Véase Platón, Fedón. En: Julián Marías, "La filosofía en sus textos", Editorial Labor, S.A. Barcelona-México, 1950, T. 1, p. 61 y 63
[2] Afirma: "en lo que toca a la razón o al sentido, siendo, como es, la única cosa que nos hace hombres y nos distingue de los animales, quiero creer que está entera en cada uno de nosotros y seguir en este caso la común opinión de los filósofos, que dicen que el más o el menos es sólo de los accidentes, mas no de las formas o naturaleza de los individuos de una misma especie". En: R. Descartes, Discurso del método, en: julián Marías, "La filosofía en sus textos", T. II, ed. cit.,  p. 938.
[3] Véase según J.G.F. Hegel, Lecciones sobre historia de la filosofía, FCE, México-Buenos Aires, 1955, T. 3, p. 204: "Operada así la reconciliación de la conciencia de sí con el presente de sí, el hombre adquiere confianza en sí mismo y en su pensamiento, en la naturaleza sensible fuera y dentro de él; encuentra interés y alegría en hacer descubrimientos en el campo de la naturaleza y en el de las artes".
[4] B. Russell, Misticismo y lógica, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1949. p. 124.
[5] K. R. Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, Editorial Paidós, Argentina, 1957. p. 426.


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 Excerpt taken from: L. Rensoli, G. Portuondo, "Historical-philosophical dimension of the Problem of Man", University of Havana, 1991.
 Gladys L. Portuondo: Chapter II: Philosophical meaning of the mind-body problem (SUMMARY)




The significance of the problem of man for philosophy, as it was pointed out in the first chapter, is a necessary criterion for understanding the unity of the historical-philosophical process. Although this problem nourishes with different meanings and dissimilar graduality a multiplicity of perspectives on currents, trends and schools, it is not enough to discern only the angle pertaining to its "eternal philosophical" content, but it is also important to consider diverse concepts and philosophical categories involved into it. Since the Ancient Greek thought, the notions "physical" and  "psychical". -the physis and the psyche- point out one of the main angles of the problem of man, yet the first Greek philosophers originally considered the topics of both anthropology and cosmology as an undifferentiated wholeness.

On the other hand, while the relationship between mind (or soul) and body has been a main focus of philosophy, it has not been exclusive of it. A broad span of disciplines, especially the modern Neurosciences -including Psychology, Psychiatry, Psychology and Neurophysiology, among others, brought into question the importance the philosophical view might still have regarding this problem. Consequently, it makes sense to ask: Has the mind-body problem been formulated and interpreted on a pre-scientific level in philosophy, so a departure from philosophical thinking is required in order to reach an authentically scientific interpretation? What interest can the mind-body problem have in the philosophical representation of any image of man?, Is philosophy necessary nowadays, as well as special sciences, in order to represent  and discern the possible answers or interpretations concerned to the mind-body problem? Without the encompassing and integrating projection of philosophical reason, the path of sciences may diverge, both in the theoretical and empirical orientation of its results, from the main goal that justifies and promotes its unceasing progress through history:  Man.

From the point of view of philosophy, the question of man -or man as a problem- is not isolated from the mind-body problem, because the latter is inextricably linked to any notion on human nature and its specificities, which are also studied by special sciences.

Viewed as a relation between the soul and the body; between the physiological and the psychical, or between the brain and the mind, the different formulations of the  "mind-body problem" -if we prefer to keep this analogous terminology in a conventional meaning- refer to an old problem, which has been frequently posed  throughout history in new terms, and it is interpreted also in our days on the basis of the empirical sciences -those which are responsible for elucidating  the physiological processes in the brain and their correlations with psychic activity.

Since the second half of the 20th century, Neurocybernetics and Robotics; Genetics and Psychophysiology have been leading to an important question: Does the mind-body problem in man continue to be a problem for philosophical knowledge? This justified concern is very close to the understanding of the relationship between philosophy and special sciences, as well as to the validity of the philosophical knowledge in our days. Philosophy and special sciences have always shared interests in their respective interpretations of common problems. The mind-body problem in man has been a point of convergence and discussion, at the same time, between them. The first ideas about the human body and its organic functions were associated with the theory of soul by the ancient Greeks. While in the fifth century BC Hippocrates first viewed the brain as the material foundation of the individual psyche, the Greek philosophers conceived the soul as the cause of animation of everything that exists, foundation of life, pneuma and substance independent from all reality. Epicurus estimated the soul as the foundation of sensation, and disappearance of sensation as a consequence of its separation from the body Plato distinguished the soul understood as a purely organic activity, different as foundation and cause of thought, and as a rational substance. Aristotle established the differences for the vegetative soul, the sensitive soul and the rational soul, considering the latter an exclusive property of man that distinguishes him from other living beings, and as the cause of the actions of the body.

The first radical philosophical interpretation in the ancient thought about an immaterial and separable reality from the body referred to the soul can be found in Plato.  For Plato, the soul pre-exists the body, and by virtue of this condition it can know the Ideas through reminiscence.  In this case, the soul is no longer a material and vital principle (as it was conceived by Anaximenes and Democritus), but a rational and spiritual substance1. Plato also grants the soul the constitution of the very nature of the intellectual capacity and moral virtues of the philosopher, and he argued the theory of anima mundi as a principle of animation of everything existing, who rules the world as an organic, perfect and harmonious whole, which Schelling takes up in modern times.  The first roots of the mind-body problem are found in Plato's philosophy as an anthropological view on the way to detach from the topics of cosmology.

During the Middle Ages, European thought focuses on the anthropological angle of the mind-body problem in philosophy and theology. Its main topic was the destiny of the immortal soul and its link with the the conscious subject, together with his inherent capability of choice. For the medievals, the man is always responsible for his actions under his free will, and so each man determines the destiny of his immortal soul. This timeless condition of the soul is a result of the divine creation, and the destiny or purpose of the soul expresses its inherent freedom. The connection between the soul or psyche and human freedom becomes the center of attention for medieval thought, determining the subsequent evolution of the interpretations of the mind-body problem as an anthropological problem. 

In turn, Renaissance thought aims to justify the psychophysical unity in man as an expression of its nature as replica of the cosmic unity and the harmony of the laws of the universe, whose supreme synthesis he embodies. The soul or psyche as a creative principle becomes a paradigm for the philosophical thinking, displacing this principle from the divine to the human and making it accessible to reason. In that anthropocentric view,  art, philosophy and culture were then  conceived as expressions of the creative principle inherent in the psychophysical nature of man and  immortalized by his works.

On the seventeenth and eighteenth centuries, philosophical thinking also included man as a psychophysical unit on the universal web of nature, and continued the line drawn by Renaissance thinking. John Locke opposes psychophysical dualism and considers the psychophysical unity in man in a deterministic way; René Descartes also defends this determinism, and although he accepts that psyche is a product of the laws of nature, he considers human behavior more linked to the reason-substance, and not merely explained into the limits of psyche as a "reflex arc" or conditioned response by external stimuli2. Nonetheless, Modern philosophy conceived the physical within the realm of natural necessity, whereas the psychical was represented as a contingent expression of natural phenomena, albeit submitted to natural laws. The individual human and his expression at the psyche were conceived as a particular case of a generic human essence.

Hegel3 appreciated the contribution of modern philosophy on its humanistic and rationalist projection by understanding human nature as part of nature in general, as well as a special modality of it. The philosophy of Enlightenment introduced the idea of ​​the psychophysical unit and its abstract meaning for human nature in general, and also for the individual in particular. Viewing the individual as a natural fact, this thinking submitted him to the same determination of genus and species the natural phenomena have, and therefore to an immutable human nature. In contrast, Hegel and German idealism stressed the significance of culture and human history for the conception of man and for his differentiation from the natural world. The interpretation on man was then transformed, while he was the subject- carrier of culture and of the self-critical reason. Consequently, his distinctive feature was then a "humanized" nature or synthesis of the natural and the social or cultural realms, both in the psychical and the physical.

In our time, the position of the positivist philosophy regarding the mind-body problem has been peculiar. Positivism considers the treatment of the mind-body problem by the traditional philosophy as an expression of a "metaphysical" conception, meaning in this case a lack of scientific foundation and, therefore, a speculative or "pre-scientific" conception. It is remarkable the opinion of Auguste Comte, who did not include Psychology in his classification of sciences. Usually, positivism has attributed either to mathematics, or to Physics, a special role as paradigms or models for the authentic scientific knowledge, because this knowledge is the only able to establish truth as certainty. From this perspective, the mind-body problem would require a departure from philosophical knowledge in order to reach a scientific interpretation. In addition, according to positivism, philosophy acquires the status of a scientific theory when it uses methods from special sciences, such as logic of mathematics or physics. Bertrand Russell explains the requirements of a "scientific" philosophy as follows:

"The adoption of the scientific method in philosophy forces us, if I am not mistaken, to abandon  hope of solving many of the most ambitious and humanly interesting problems of traditional philosophy. It abandons some of them for the special sciences, although without great hopes regarding they will be solved successfully and shows that others are of such a nature that our faculties are essentially incapable of solving them.4"

In turn, K.R. Popper thinks the contents of Psychology are acceptable only as appendages of Neurophysiology, because science only reaches the generic nature of man, and not the realm of the one and unique individual. "Indeed," says Popper, "it is the particular, unique and concrete individual that can not be investigated by rational methods, and not the universal and abstract.5"

But positivism does not take into account that, although the study of the psychophysical relationship on experimental bases can be carried out only in the special sciences, history of philosophy establishes, diffuses and transmits the sociocultural paradigms for them.  Thus, philosophical thinking builds up the templates for the sciences to represent the image of man every time, and expresses the consciousness and criteria to represent this image as well as the mind-body relation. Philosophical thinking is linked to the mind-body problem as an integral part of the problem of man in our days.

The positivist ideal of a "pure science", devoid of all "metaphysics", could not be fully fulfilled. The philosophical tradition does not cease to gravitate on scientific doctrines in all times, including the present, either by its influence to prepare  the favorable ground for the emergence of new scientific theories, or through the foundation of stereotypes or paradigms of knowledge which may enter into contradiction with existing scientific theories.

Having the ability to represent the trends on the development of special sciences by questioning or establishing paradigmatic models, philosophical thinking crystallizes the critical awareness of this process, and acts as a frame of reference to interpret the status of science. An obvious example can be found in German idealism, which gave way to the awareness of the limitations of naturalism when it represents the image of man and, therefore, of the mechanistic and deterministic features inherent by those time to the mind-body naturalistic conception.

The impossibility of directly comprehend the nature of thought and of the logical forms by directly deriving them from the physiological and psychical abilities in man was already evident in modern philosophy. Descartes and Spinoza first underlined certain unique qualities of reason in relation with its structure and functioning; German idealism affirms the surpassing of reason respect to the limits of the psychophysical unit of human nature, and so of the limits of naturalistic perspective. For the German idealism, the problem of man requires to base the essential difference between man and the rest of nature on the realm of culture and history, whenever man is by birth, at least biologically, a human individual. It means that humanity is already a way of biologically differentiating individual man from the rest of nature. As a social subject, man also humanizes his physical and psychical faculties. Thus human nature is, at the same time, something given and something created by man himself, and then it constitutes a necessary condition for the continuity of the historical process. In the individual, the social and the biological are fused in a indissoluble unity. Following the legacy of German idealism, Karl Marx considered the labor power of individual by his physical and psychical capacities,  which allows him to "produce" his own human existence.

The multidisciplinary study of the relationship between the physical and the psychical in man in contemporary science is still developed through the discussion between monism and dualism to comprehend the relationship of the thought and the psyche with the brain. But the problem of man is not limited to the mind-body problem, nor to the scientific image of the psychophysical unit as the special sciences represent it. On the other hand, the philosophical content of the mind-body problem is not the direct generalization of contributions by the special sciences. Culture and history modify psychophysical aptitudes and extend the psychophysiological limits of the individual, so the "bases" or "organs" of the human psychic activity are not physiologically "pure". Culture is the ability to create artificial "organs" that surpass the physiological capacity of the individual and multiply the scope of their possibilities. The telescope, microscope, telephony and computer science -to cite examples- call into question the division between the natural and the artificial (the culture, history or, as Hegel called it, the "second nature") in man.


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1 See Platón, Fedón. In: Julián Marías, "La filosofía en sus textos", Editoral Labor, S.A. Barcelona-Mexico, 1950, T. 1, p. 61 and 63
  2 Affirms: "as regards reason or sense, being, as it is, the only thing that makes us men and distinguishes us from animals, I want to believe that it is complete in each one of us and to follow in this case the common opinion of the philosophers, who say that the more or the less is only of the accidents, but not of the forms or nature of the individuals of the same species ". In: R. Descartes, Discourse on the method, in: Julián Marias, "La filosofía en sus textos", T. II, ed. cit., p. 938. [My translation]
 3  See according to J.G.F. Hegel, Lecciones sobre historia de la filosofia, FCE, Mexico-Buenos Aires, 1955, T. 3, p. 204: "Thus the reconciliation of the self-consciousness with the self-present is made, the man acquires confidence in himself and in his thought, in the sensitive nature outside and inside him, finds interest and joy in making discoveries in the field of nature and in the arts ". [My translation]
 4  B. Russell, Misticismo y lógica, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1949. p. 124
 5  K. R. Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, Editorial Paidós, Argentina, 1957. p. 426



Monday, March 19, 2018

Gladys L. Portuondo, COMENTARIO SOBRE EL SIGNIFICADO EXISTENCIAL DE LA MUERTE: HEIDEGGER Y JASPERS



Publicado en: Gladys L. Portuondo, "Comentario sobre el significado existencial de la muerte: Heidegger y Jaspers", en: REVISTA FILOSOFÍA Nº 28, Universidad de Los Andes, Mérida – Venezuela, Diciembre 2017. ISSN: 1315-3463






Autora: Gladys L. Portuondo

Resumen:  La filosofía de la existencia es un intento de la razón arriesgada como razón filosofante, de sobrepasarse a sí misma, teniendo que retornar una y otra vez a sí misma para no perderse en el intento. La razón sigue este camino  desde la reflexión autocuestionada sobre sus límites y sobre la existencia como posibilidad que los sobrepasa. Debido a que la existencia es impensable en las determinaciones de un realizarse siempre inacabado en trayectoria desconocida de antemano,  ella se revela sólo con su cumplimiento en la muerte. El presente comentario hace referencia a algunas nociones del pensamiento de Heidegger y Jaspers, respectivamente, relativas a la significación de la muerte en el ámbito del filosofar.
Palabras clave:  Identidad del pensar y el Ser;  posibilidad límite; ser para la muerte; existencia empírica; Existenz.

A remark on the existential meaning of death: Heidegger and Jaspers

Abstract: The philosophy of existence deals with a risky reason -as philosophical reason-, which intends to surpass itself, and also must return again and again to itself to not getting lost in this attempt. Reason follows this path from the self-questioned reflection on its limits, and also on existence as a possibility which exceeds these limits. Because existence is unthinkable from determinations of an unfinished accomplishment by an ever unknown path,  it  only reveals itself with its fulfillment in death. The present remark makes reference to some notions in the thought of Heidegger and Jaspers, respectively, regarding the meaning of death in the realm of philosophizing.
Keywords: Identity of thinking and Being; boundary possibility; being for death; empirical existence; Existenz.



"Porque temer la muerte, atenienses, no es otra cosa que creerse sabio sin serlo, y creer conocer lo que no se sabe.
En efecto, nadie conoce la muerte, ni sabe si es el mayor de los bienes para el hombre. Sin embargo, se la teme, como si se supiese que es el mayor de todos los males. ¡Ah! ¿No es una ignorancia vergonzante creer conocer una cosa que no se conoce? "
Platón, Apología de Sócrates

Pudiera afirmarse de la filosofía de la existencia que es un intento de la razón arriesgada como razón filosofante, de sobrepasarse a sí misma. A sobrepasarse, teniendo que retornar una y otra vez a sí misma para no perderse en el intento, desde la reflexión autocuestionada sobre sus límites y sobre la existencia como posibilidad que sobrepasa  los límites de la razón, por ser impensable en las determinaciones de un realizarse siempre inacabado en trayectoria desconocida de antemano,  que se revela sólo con su cumplimiento en la muerte.
Hay un problematismo irrebasable de la razón, el cual concierne no sólo a la razón positiva sino también a la que como negatividad intenta aproximarse ad infinitum al  Ser, mediante la exclusión consecutiva de sus determinaciones (como teología o dialéctica negativa). La identidad del pensar y el Ser como aspiración última de la razón oculta tanto los límites de la razón, como la infinitud del Ser, que la razón sedienta de certezas intenta escamotear en las paradojas de la ontología y en los conceptos de la ciencia empírica, ávida de generalizaciones. La búsqueda del Ser por la razón ha de ser  un recomenzar de la búsqueda de su sentido para la existencia del hombre, lo que obliga a la razón a cuestionar continuamente sus presupuestos.
Hay una posibilidad extrema tanto para la razón, como para la existencia; esto es,  la posibilidad de un límite común en que el pensar y el Ser, y con estos, la razón y la existencia, pueden ser coincidentes. En la medida en que el no Ser es impensable[1] de igual modo en que lo es la muerte como anulación de la existencia, la identidad del pensar y el Ser queda en suspenso al hacerse equívoca en el filosofar desde la extrema "posibilidad de la imposibilidad de la existencia" -como se afirma en la definición heideggeriana de la muerte. Desde el reconocimiento de este límite de la posible identidad del pensar y el Ser, la existencia obliga a la razón filosofante a retornar nuevamente a sí misma para intentar una lectura de la posibilidad existencial, o como puede decirse también, de la existencia como posibilidad.
La certeza inequívoca de la muerte es el marco de referencia al cual, de manera análoga a como sucede con la inequivocidad de la duda cartesiana, puede la razón remitirse si ha de justificar un filosofar o una filosofía de la existencia que está obligada a tratar con el reino de las posibilidades. La certeza de la muerte penetra la más profunda raíz ontológica de la existencia, puesto que la muerte es la más radical posibilidad del hombre, único existente que puede cuestionarse a sí mismo y al Ser desde sí mismo. Mas el desciframiento del sentido existencial de la muerte no se alcanza en el conocimiento o en la manera de "pensar"  la muerte, puesto que, en todo caso, mi propia muerte es límite de mi propio pensamiento por ser impensable. La muerte no como hecho empírico, sino como posibilidad existencial, es ajena a todo concepto demostrable y accesible en las operaciones lógicas comunes a todos los hombres.
Como posibilidad límite, la muerte no es para Heidegger el mero término de la existencia ni la posibilidad que se post-pone a su término, sino su posibilidad original y esencial al no representar el completamiento o la realización de la existencia, sino su aniquilación. Como hecho empírico es accesible a la razón en la muerte del prójimo, mientras que la muerte propia escapa a toda experiencia posible. En tanto el hombre experimenta sólo el proceso que prepara la muerte y que conduce a ella, pero no la propia muerte, en la que toda experiencia es anulada,  la capacidad de experimentar la muerte sólo se alcanza como algo ajeno, pero es imposible experimentarla como algo propio. Siendo la muerte empíricamente ajena a la experiencia propia, el Dasein (ser-ahí) es la imposibilidad de experimentar la posibilidad de la muerte, aún estando cierto de ella[2]. 
Heidegger considera que el sentido profundo de la muerte escapa a la razón fundada en la experiencia dentro de los límites del ser-en-el mundo, y puede acceder tan sólo a su lectura como lo que no es respecto a esta. La verdad esencial sobre la muerte no es para Heidegger su expresión como fenómeno o contenido de la experiencia que no trasciende, a fin de cuentas, la frontera de lo mundano y que por eso queda atrapada en las redes de la inautenticidad -no por ser parte del mundo, sino por no poder rebasarlo. Será entonces la apertura a lo desconocido, que la tradición socrático-platónica ha atribuido al ser-para-la muerte, lo que se enlaza en la interpretación heideggeriana  con su lectura de Kant y de la imposibilidad de otorgar un sentido ontológico a la muerte.
Como posiblidad empíricamente inaccesible de la constitución ontológica de laexistencia, la muerte no obstante puede ser accesible a una lectura de su sentido auténtico precisamente allí donde el hombre puede aprehender la originalidad de su condición personal única, de su singularidad. Pues sólo lo radicalmente personal puede ser auténtico. Como nadie puede morir en lugar mío, mi muerte me pertenece por entero y existo siendo uno, o una, con ella. Mi muerte y yo somos el presupuesto o condición de mi propia trascendencia así como de la superación de toda posibilidad existencial, pues el ser-para-la muerte asume la muerte como acicate y horizonte permanente de toda acción y proyecto del hombre. Ontológicamente el ser-para-la muerte se funda en el reconocimiento de que el ser mortal es en el hombre la condición primaria de su existir, aún más radical que su naturaleza social, su racionalidad o su subconsciente, puesto que la muerte representa la anulación de toda otra posibilidad existencial. Si se ignora el sentido existencial de la muerte esta termina convirtiéndose en enemiga, en burladora y en el jugador desconocido que termina siempre ganándonos la partida.
En Heidegger no encontramos una doctrina sobre el más allá de la muerte -como tampoco en Jaspers. La autenticidad del ser-para-la muerte se encuentra velada en lo mundano, donde queda encerrada en su finitud la existencia empírica[3]. Heidegger vislumbra lo desconocido, la profunda naturaleza mistérica de la muerte, pero no le deja lugar en su ontología. La consideración por parte de Heidegger de que el análisis de la muerte está fuera de toda posibilidad más allá de una lógica o analítica existencial recuerda la postura del misticismo lógico de Ludwig Wittgenstein con relación al problema de la trascendencia y al reconocimiento de los límites de la lógica y del lenguaje en que esta se expresa[4].
A su vez, para Jaspers la existencia auténtica o Existenz adviene en la libertad por la cual el hombre experimenta no sólo lo que es, sino lo que puede y quiere ser. Del mismo modo en que el hombre no es Dasein (existencia empírica) sin mundo, tampoco es sí-mismo como individualidad libre e incondicionada sin la trascendencia, pues en sus manifestaciones empíricas, mundanas, el hombre sólo se ve a sí mismo como fenómeno[5]. Para Jaspers, la búsqueda de la autenticidad en la existencia se opone a la existencia empírica como una pseudomanifestación. De ahí que considera que la muerte no es solamente la supresión de la existencia empírica, sino también la supresión de todos sus posibles límites y determinaciones: en este sentido, para Jaspers la muerte es más que cualquier realidad empírica de la existencia. Es en la patentización de un existir que se hace consciente a través de la comunicación, en la que se trasciende la soledad padecida por la muerte del prójimo, que la muerte puede superarse y sobrevivirse pues la comunicación abre paso a la autenticidad del existir y con ella al Ser como trascendencia. En la comunicación incondicionalmente  personal la existencia auténtica supera la posible identidad del pensar y el Ser; o de la razón y la existencia como identidad de los límites de la razón y de los límites de la existencia empírica, que como ser es accesible a la razón donde la muerte se manifiesta como un hecho. La comunicación se torna revelación del sentido personal de la muerte como "cifra de la trascendencia" mediante la fe filosófica como apertura a la comunicación incondicional, la cual resulta ajena a la fe que se funda exclusivamente en dogmas.
Fe filosófica y comunicación son para Jaspers las vías de acceso o de apertura al sentido existencial de la muerte, desde el cual la razón arriesgada queda sobrecogida en vecindad con el misticismo, compartiendo con este la experiencia del pasmo que ante el misterio del Ser abrió el comienzo del filosfar.




[1] La paradoja según la cual el no-Ser es al poder nombrarlo en las figuras de la lógica, es el corolario de la aspiración de la razón a la identidad del pensar y el Ser y un subterfugio lógico para establecer lo Absoluto en el Ser. El no-ser es pensado en este caso  desde la perspectiva ontológica tradicional.
[2] Heidegger concibe el Dasein como la estructura ontológica fundamental de la existencia, la cual abarca tanto la existencia inauténtica, como la existencia auténtica del ser-para-la muerte. En cambio, Jaspers identifica el Dasein únicamente con la existencia empírica, cuya signiificación no está dada directamente sino sólo al referirse a la existencia auténtica o Existenz en relación con la trascendencia.
[3] Véase en Martin Buber, ¿Qué es el hombre?, FCE, 1950, p. 100-101.
[4] Alfred de Waelhens afirma que la filoofía de Heidegger es una laicización del pensamiento religioso cristiano, y Martin Buber estima que la filosofía de Heidegger es resultado de una secularización de la filosofía religiosa de Kierkegaard. Véase en: Alfred de Waelhens, La filosofía de Martin Heidegger, Madrid, 1952; Martin Buber, Op. cit., p. 118.
[5] K. Jaspers, Filosofía, Madrid, 1959. Tomo I, p. 443-446.

Friday, February 9, 2018

Gladys L. Portuondo, FERNANDO ORTIZ Y LAS RELIGIONES AFROCUBANAS COMO "FACTORES HUMANOS" EN LA CIENCIA ANTROPOLÓGICA


Autora: Gladys L. Portuondo




Versión original publicada en "Vivarium", Revista del Centro Arquidiocesano de Estudios. Departamento de Medios de Comunicación Social, Arzobispado de La Habana, No VI, Junio de 1993.




Lo "afrocubano", contribución al léxico y al contenido de la antropología cultural, sello por demás característico de las aportaciones de Ortiz a la investigación social en su teoría de la transculturación, posee una luz propia en el universo orticiano, sin llegar a ser, como se supone comúnmente, su centro gravitacional. Este último responde más bien a un propósito más amplio, que pudiera definirse por lo que Ortiz comprendería bajo la denominación de los "factores humanos de la cubanidad". Factores que, para Ortiz, vienen dados como "hechos" o componentes -de toda índole-  de la cultura de Cuba, en la que se complacía apreciar sugerentes similaridades con el criollo ajiaco. Pero también verdaderas figuras que anuncian una tipología de ciertos grupos humanos (p.e. los negros curros) a los que el destino y la memoria de la cultura -destino y memoria que es la cultura- en que se generan, están entrañablemente ligados.
Lo cultural, aún cuando se proyecta como lo original o característico de un pueblo, es más que eso: sustancia y hálito de su esencial humanidad, que anima en todos y cada uno de sus "hechos" su total existencia. Cada "hecho" tiene su anverso y su reverso; lo que nos muestra y lo que nos oculta; a una vez revelación y enigma que la antropología descifra e interroga, encontrando en su individualidad todo un espectro de impredecibles posibilidades. Ortiz los interroga con meticulosidad de erudito, siguiendo su trayectoria y sus mescolanzas históricas, así como su variable influencia sobre la totalidad, en la que se integran a los "tipos humanos"donde se anudan y personifican.
Es por eso que la ciencia antropológica, que Ortiz reconoce en la antropología cultural, no puede limitarse a la descripción pormenorizada de los "hechos" -aún cuando esto es requerido al invadir un terreno aún desconocido. Lucidez y exactitud en la descripción no convierten a Ortiz en un mero empirista. Los "hechos" no siempre son lo que parecen: ¿acaso las religiones afrocubanas están naturalmente ligadas a la "mala vida"  cubana, como inicialmente sostenía Ortiz en una obra de corte criminológico y sociólogico (Los negros brujos, 1906)? O más bien, de modo más abarcador,  ¿son expresión de un universo cultural y humano que rebasa el hampa afrocubana, como el mismo Ortiz llega a demostrar en obras posteriores? El panteón de la religión yorubá incluso sugiere a Ortiz paralelismos con el de los dioses de la cultura griega clásica, en arquetípicas resonancias con este. Mas religiones primitivas y paganismo, "barbarie" y "clasicismo" no son conceptos suficientes para expresar la comparación.
Cada "hecho" de la cultura resulta a la par síntesis de su totalidad y factor irrepetible en el tiempo y el espacio como coordenadas de su existencia. Las religiones afrocubanas configuran como ingredientes las posibles combinaciones tipológicas de diversos grupos humanos desde la perspectiva de Ortiz, los que, aún si desaparecen en la historia real, pueden representar modelos virtuales -como es el caso de los mencionados negros curros- para la investigación científico-social. La recopilación de datos sobre este tipo humano se inició por Ortiz en fecha muy próxima a la publicación de Los negros brujos, apuntando a su temprano interés por la tipología de grupos humanos.
Contando con su inmensa erudición y su fino instinto de fundador, en peregrinación casi solitaria durante años, Ortiz sigue la trayectoria de un raro fenómeno: la casi incontaminada inserción de las religiones africanas en suelo cubano. "En Cuba", nos dice, "la catolización del negro no ha podido pasar, en la mayoría de los casos, de un superficial sincretismo de panteones y ritos"[1]. Envueltas de por sí en el esoterismo, las religiones afrocubanas son para Ortiz lo que el ángulo facial y las mediciones antropométricas fueron para la antropología criminal: signos de aquellos tipos humanos, cuyos caracteres Ortiz aparta del biologicismo de las clasificaciones lombrosianas.
Originalmente Ortiz se interesa por los vínculos de las religiones afrocubanas con la "mala vida"cubana. Por entonces ellas se muestran en su  obra como expresión de cierto primitivismo, el cual Ortiz interpreta en un sentido ético-psicológico. En 1919, en conferencia pronunciada a petición de la Sociedad Espiritista de Cuba, Ortiz sostiene que toda religión fetichista y, en particular, el fetichismo africano existente en Cuba, puede catalogarse como fase inferior  de la evolución religiosa o fase de la "religión amoral". A la sazón Ortiz percibe la eticidad con la óptica del positivismo, considerando que esta arriba con el espiritismo en el siglo XIX y en la figura de Allan Kardec a una "fase superior" en la forma de una filosofía religiosa o, más bien, de una "moral sin religión". De este modo en la perspectiva de Ortiz el espiritismo se identifica con el ideal de la "religión positiva" a la que se refiere Augusto Comte. Según la opinión de Ortiz por esta época,  siendo superior al catolicismo por su significado ético-filosófico el espiritismo abandona la metafísica en la que aquel otro se fundamenta como religión moral[2] o fase intermedia de la evolución ética.
Resulta significativo que cuando hace ya algún tiempo los estudios afrocubanos has rebasado la perspectiva criminológica original del pensamiento orticiano, las religiones fetichistas de los negros sirvan de apoyo a Ortiz para sustentar posiciones ético-filosóficas difícilmente compatibles con los resultados de sus investigaciones, ya iniciadas,  en el campo de la antropología cultural, que orientaron su pensamiento hacia un historismo[3] en el que la investigación hstórica elude todo apriorismo conceptual. Puede suponerse que la hipótesis sobre las fases de la evolución religiosa fue estimulada por los innegables sentimientos anticlericales de Ortz y por una concepción evolucionista de la que se desprendería por grados, hasta el salto que puede ser reconocido en una obra crucial, el Contrapunteo cubano del tabaco y erl azúcar (1940).
Fue alrededor de 1911, fecha en que por vez primera Ortiz realiza una exposición pública sobre el tema de los negros curros[4], que el problema antropológico comienza a ser abordado por Ortiz desde las primicias de una concepción historista y desde la óptica que desde ella va introduciendo progresivamente en la antropología cultural, sujeta por entonces al enfoque funcional-estructuralista[5]. Su objetivo no es tanto la cultura como realidad constituida, sino el proceso de su formación. Ortiz rechazará de plano más adelante toda interpretación de los fenómenos culturales de los pueblos primitivos según el enfoque estructural-evolucionista, desde el cual estos se consideran como "culturas inferiores"[6].
En el curso de la maduración de su pensamiento Ortiz parece modificar su percepción inicial del fenómeno religioso. La teoría de la transculturación, cuyos trazos principales son expuestos en 1940 por Ortiz en su Contrapunteo, proporciona una nueva comprensión de los ciclos de existencia de los "tipos humanos". Las religiones afrocubanas contribuyeron, junto a otros diversos "factores humanos", a la identificación de la originalidad de estos tipos, en incesante "trasfusión de caracteres" según expresión de Ortiz. La fugacidad y el trazado evanescente de los tipos en transculturación -básicos para una tipología de la cultura, que subyace a fin de cuentas a los propósitos de Ortiz- quizás no responden tanto a la consistencia equívoca del equilibrio frágil de los ingredientes, en "ebullición perpetua" al decir de Ortiz, cuanto a la dificultad que el problema antropológico presenta ante todo intento de clasificación en cualquiera de sus aristas. La dimensión antropológica del fenómeno religioso afrocubano -su interpretación a la luz de la perspectiva de los "factores humanos"- revelaría para Ortiz su inseparable conexión con la sustancial totalidad de la cultura de Cuba. "La debida apreciación de una cultura dada no puede hacerse sin el estudio objetivo de todos sus elementos, así los llamados 'espirituales' como los que se dicen 'materiales', pues unos y otros, pese a esa convencional dicotomía, no son sino hechos igualmente humanos, interdependientes e integrantes de la plenitud de esa cultura"[7]. En la madurez del pensamiento orticiano, las religiones afrocubanas alcanzan la dimensión que eleva a todo "hecho" de la cultura sobre  los límites y la oscuridad de su origen en el tiempo, haciéndolo partícipe del misterio, una y otra vez redescubierto, que es el hombre.



[1] Nos atenemos a apreciaciones expuestas por Ortiz según documentos consultados por Diana Iznaga. En: Diana Iznaga, La transculturación en Fernando Ortiz, Ciencias Sociales, La Habana, 1989, p. 32.
[2] En: Fernando Ortiz, Las fases de la evolución religiosa,  "En la tribuna", Imp. El Siglo XX, La Habana, 1923.
[3] Preferimos usar aquí el término historismo en lugar de historicismo,  que emplea Julio Le Riverand, puesto que este último término se encentra comprometido con distintas variedades de las filosofías de la historia .. Si se considera que en Ortiz no puede encontarse en justicia una filosofía de la historia,  creemos que el término historismo  es más compatible con sus intenciones indagadoras, en las que la historia se percibe antes que como "forma", más bien como "materia"  que proporciona a los estudios culturales el contenido empírico indispensable.
[4] En: Araceli García Carranza, Bio-bibliografía de don Fernando Ortiz, Biblioteca Nacional "José Martí", La Habana, 1970. Conferencia pronunciada en el Ateneo de La Habana y publicada el 16 de febrero de 1911. Agradecemos al Dr. Isaac Barreal la rectificación de la fecha consignada en: Fernando Ortiz, Entre cubanos. Psicología tropical, Ciencias Sociales, La Habana, 1986, p. 90-98.
[5] Véase en: Gladys L. Portuondo, Antología de Historia de la filosofía cubana y latinoamericana. Humanismo e historia en Fernando Ortiz, prólogo: "El principio antropológico y la superación del positivismo en Fernando Ortiz", Universidad de La Habana, 1990.
[6] Véase: Fernando Ortiz, La africanía de la música folklórica de Cuba, La Habana, 1965, p. 106. La primera edición data de 1950.
[7] Op. cit., Prólogo del autor, p. IX.