Lydia
Voronina
Boston, MA
lidavoronina@yahoo.com
Este artículo recoge los comentarios de la autora, Lydia Voronina, al libro de Krzysztof Michalski, The Flame of Eternity: An Interpretation of Nietszche's Thought, trad. por Benjamin Paloff, Princeton: Princeton University Press, 2012.
La presente versión al español se publica en este blog con el permiso de la
autora y la aprobación de Alan M. Olson y Helmut Wautischer, y ha sido
traducida por Gladys L. Portuondo del original en inglés publicado en: Lydia
Voronina, "Comments on Krzysztof Michalski's The Flame of Eternity," Existenz, An International Journal in
Philosophy, Religion, Politics, and the Arts, Vol. 8, No 1, Spring 2013, en:
Resumen: Enfatizar las tendencias románticas en la filosofía de
Nietzsche ha permitido a Krzysztof Michalski construir un contexto más
abarcador para la comprensión de sus conceptos filosóficos más crípticos, tales
como el Nihilismo, el Superhombre, la Volutad de poder, el Eterno Retorno. Al
describir la vida en términos de un constante ascenso del yo, abriendo nuevas
posibilidades, la llama que "inflama" al cuerpo humano y al alma,
etc., también acercó más a Michalski a la espiritualidad como condición humana
según la interpretación existencial del cristianismo, lo que implica revivir la
vida y la muerte de Cristo como evento real a través del que se vive e inflama
el propio corazón, i.e., no por una inclinación a partir de la lectura de
textos, o por escuchar a un maestro. La imagen del fuego supone el cambio
constante, la inquietud, el fallecer interminable y las etapas en
transformación de la realidad que parece perder su etapa presente. Esto hace
vulnerable la perspectiva de Michalski sobre Nietzsche y su concepción existencial
del cristianismo, porque carecen de un fundamento suficiente para un presente
defendible que requiere diversas constantes y
hace posible que la vida sea vivida.
Palabras Clave: Nietzsche, Friedrich; vida; eternidad; espontaneidad;
espiritualidad; Romanticismo; cristianismo existencial; muerte de Dios; eterno
retorno; superhombre; tiempo; temporalidad.
Se dice con frecuencia que para comprender a un romántico se tiene que ser
un romántico incurable, o que para comprender a un místico se tiene que ser un
místico más penetrante. Así que para comprender a Nietzsche se debe ser un
Nietszche más radical -esto es lo que el libro sobre Nietszche de Krysztof
Michalski sugiere y demuestra. Pero ¿es posible ser más nietszcheano que el
propio Nietszche? Sí y no. Al parecer, el desarrollo de los argumentos de
Nietszche en el espíritu de Nietszche permite a Michalski entender mejor su
metafísica del Eterno Retorno. Pero mantenerse por mucho tiempo en estos
argumentos lo conduce a la implosión de la filosofía de Nietszche desde dentro,
y el eterno retorno interpretado en términos de una llama se transforma en la
quemante mismidad de una eternidad vacía.
El concepto más penetrante de la filosofía de Nietzsche, la vida como infinita
y como recurrencia en sí misma carente de propósito a través del eterno juego
de fuerzas de autoafirmación, se convierte en la principal metáfora explicativa
de Michalski, su Ur-metáfora, al explicar los pronunciamientos emblemáticos de
Nietzsche: el Nihilismo, la Muerte de Dios, el Superhombre, la Voluntad de
Poder y el Eterno Retorno. La vida se ha ampliado en todas las direcciones;
todo lo que puede tener un posible significado se coloca en el contexto de la
vida viviéndose a sí misma, para sí misma y por sí misma. En la concepción de
Michalski sobre Nietzsche la vida obtiene rasgos aún más demoníacos: es el
elemento, el acontecimiento espontáneo, la irrestricta fuerza instintiva de la Naturaleza,
el horizonte abierto de posibilidades ilimitadas, la incertidumbre básica de
las opciones, el niño dichoso que juega olvidado del tiempo, el estado de
eternidad que los amantes negligentes pueden experimentar en el momento de la
emoción desatada, el ciego ardor, el impulso tormentoso, la mujer temperamental
y caprichosa, el esfuerzo, la avidez, las instancias intermitentes en
permanente cambio de energía inagotable, el punto de engranaje de la rueda con
ingravidez cero, la llama ardiente, el misterio abismal del gozo y el horror,
etc. Muchas de estas características pertenecen a la vieja actitud romántica
hacia la vida, expresada en el Sturm und
Drang, la actitud que presupone que la realidad excede y rompe cualquier
estructura en la ontología siendo fundamentalmente irracional, i.e.,
incomprensible por cualquier tratamiento conceptual. Michalski sigue la huella
de estas características en cada movida que hace Nietszche en sus escritos
filosóficos.
Pero Michalski también hace el intento de colocar esta actitud nietzscheana
hacia la vida en el amplio contexto del cristianismo, aunque no de la doctrina
cristiana sino más bien de la religiosidad cristiana, un tipo particular de
espiritualidad religiosa, el descubrimiento único en la persona de la presencia
de Dios dentro de su corazón. Michalski considera que la experiencia de la
obtención de una identidad cristiana es existencial, i.e., el atrapar una llama
divina e incendiar el corazón humano, encendiendo una pequeña chispa dentro de
este, y la proyecta sobre los descubrimientos metafísicos nietszcheanos de la
Muerte de Dios, la Voluntad de Poder y el Eterno Retorno. Haciéndolo de este
modo, tematiza la explosiva y arrolladora espontaneidad inflamatoria de la vida,
que parece resistir toda explicación conceptual en Nietszche. Naturalmente,
Michalski apela a aquellos padres y teólogos cristianos fundadores, quienes
enfatizaron los aspectos misteriosos de la fe cristiana no como un credo, como
forma de conducta institucionalizada o confortable patrón de socialización,
sino como un estado extático, tanto mental como existencial, como esfuerzo
heroico, como peligroso intento del individuo de participar en el fuego
cósmico, o como capacidad para llevar la quemante presencia de Dios en los
corazones humanos (como en San Agustín, los Padres del Desierto, Orígenes, San
Juan de la Cruz, Blaise Pascal o Soren Kierkegaard).
De esta forma, Michalski parece haber interpretado a Nietzsche de modo
"doblemente" irracional. En primer lugar, él radicalizó la visión
fundamentalmente irracional de Nietszche sobre la vida, hasta el punto de la
imposibilidad de asir, por medio de cualquier facultad humana, sus
manifestaciones más inmediatas -los momentos presentes. Ellos se hicieron tan
elusivos, como resultado de haber sido inflados y distendidos por el cambio
constante y simultáneo de sus etapas de fenecimiento y transformación, que
han perdido toda huella y riqueza ontológicas. En segundo lugar, al explicar a
Nietzsche, Michalski trabaja con pasajes de los místicos
cristianos más existenciales y de poetas con inclinaciones irracionales
trascendentales, como Rainer Maria Rilke, de tal manera que el lector tiene la impresión de
que estos pensadores fueron el instrumento de su propio desenvolvimiento
espiritual. Parece que está hablando sobre lo que le sucedió a él
personalmente, compartiendo sus reacciones, dudas, confusiones y revelaciones
con los lectores. Haciendo esto, intenta escapar de la "objetivación"
del tema, i.e., de tratar la filosofía de Nietzsche como un objeto de
manipulación o como hecho al cual mirar y analizar desde un punto de vista
externo. Precisamente, según Nietzsche, eso impediría que una persona obtenga el conocimiento real de la vida, como esta es. Michalski trata tanto a
Nietszche, como a los místicos cristianos, de una forma existencial que prporciona un rico contexto y una oportunidad de revivir de primera mano la
jornada filosófica de Nietszsche, de experimentar su angustia así como sus
triunfos. Michalski hizo posible que la filosofía nietzscheana no fuera barrida
por su propia oleada de Nihilismo; él salvó al pensamiento de Nietzsche de la
filosofía de Nietzsche.
La historia de la cultura y la filosofía europeas posteriores a Nietszche
han probado que sus declaraciones más letales de los cambios ontológicos en la
realidad y de las mudanzas básicas en el conocimiento sobre esta realidad -el
nihilismo y la muerte de Dios- resultaron ser muy productivos, y que condujeron al
desenvolvimiento de nuevas ciencias humanistas, a nuevos significados de la
religión, la divinidad, la divinización, la mitologización, las fes, la
religiosidad, así como a nuevos tipos de filosofar que culminaron en la
fenomenología, el existencialismo, la hermenéutica y otras filosofías
postmodernas, con base en resultados obtenidos en el estructuralismo, la
crítica literaria y la lingüística, la antropología cultural, la sociología y
el psicoanálisis. Los campos de investigación que habían desmontado a los
viejos sistemas metafísicos de referencia, a los hábitos analíticos de la
búsqueda de esencias y a las actitudes teóricas tradicionales respecto a alcanzar las
verdades absolutas, florecieron con
cientos de nuevas y hermosas flores.
Si ya Dios no sirve como fundamento de la realidad y la vida empieza a ser
su propio fundamento y meta, desplegándose a sí misma en tanto fallece y
adviene en cada momento de su acontecer, el hombre debe adaptarse a estas
nuevas condiciones. Es decir, el hombre debe cambiar sus características
ontológicas, i.e., su sistema de orientación en el mundo (la religión, las normas
sociales, el sistema de valores) y su identidad, para encontrar una nueva forma
de asegurar y justificar su existencia -en una palabra, el hombre debe ir más
allá de sí mismo, i.e., desarrollar la capacidad super-reflexiva y hacerse casi
"sobrenatural" al perderse y encontrarse a sí mismo en cada momento
de su vida, una y otra vez. El nuevo hombre no sólo contempla supuestamente de
modo reflexivo sus roles sociales, sus posiciones políticas, sus estados
emocionales, sus obligaciones morales y desarrolla por su cuenta una conciencia
de todos sus perfiles, sino que literalmente se supone que se construye a sí
mismo a fin de tratar con la fuerza de la vida, destructiva y constructiva,
i.e., a fin de ser creativo. El nuevo hombre supuestamente pasa por encima de
sí mismo no sólo en la cotidianeidad y se sorprende a sí mismo, por ejemplo,
con un amor inesperado y se sumerge en éste, olvidándose enteramente del tiempo
y viviendo, como lo señala Michalski, en un momento que es eternidad. Debe también enfrentar y retener lo Desconocido, el Temor, las trampas y
agujeros existenciales; debe aprender cómo vivir en la soledad primordial,
tratar con la nada, mantener el balance en la caída libre al abismo de la
Existenz, pasar a través de todos los tipos del vacío ontológico. El nuevo
hombre tiene que ser él mismo y más que él mismo a la vez, como ser viviente
que respira ha de ser su propio fundamento y su propia meta en su vida. El cambio del paradigma
metafísico tradicional, que fue presupuesto por las ciencias y que tuvo su base
en la trinidad absoluta de verdad-bien-belleza, resultó ser más fácil de
cambiar de lo que fue la imagen tradicional del hombre garantizada trascendentalmente,
tácitamente presupuesta en la mentalidad humana. La transformación del hombre
en superhombre, adecuado a la nueva ontología, requería superpoderes.
Sorprendentemente, la religión, más precisamente una fe viviente, podía ser uno
de esos superpoderes.
Exactamente en este punto Michalski se refiere a Zaratustra, quien está
tratando de despertar a las personas de su sueño permanente en las confortables mentiras de la vieja ciencia y la vieja metafísica, y de hacerles encarar la
terrible realidad de la vida: la muerte, el fin del mundo, el Último Juicio, el
Apocalipsis. Michalski cita La Gaya Ciencia,
de Nietzsche: "nosotros, los anti-metafísicos sin dios, llevamos todavía
nuestro fuego...desde la llama iluminada por la fe que tiene mil años de
antigüedad...que Dios es la verdad"; busca en el Evangelio de Mateo que cuenta la
historia de Cristo muriendo en la Cruz para demostrar cómo el hombre puede
redescubrir a Dios en su corazón, y concluye que "el grito de Cristo en la
cruz revela al mundo como el lugar en el que estamos esperando por Dios."[1]
Es decir, los eventos religiosos no son eventos históricos, sino que están
teniendo ahora lugar en el ámbito de nuestra experiencia presente. Ellos no
pertenecen al reino del tiempo; ellos son "eventos" eternos que
penetran nuestras vidas y se desenvuelven en sí mismos en medio de los eventos
temporales. Nos constituimos a nosotros mismos de nuevo, junto a los rasgos del
Superhombre, si descubrimos un origen eterno de la creatividad, que se encuentra
tanto fuera, como dentro de nosotros. Una vez que escuchamos el grito de Cristo
en la cruz -y no sólo aprendemos los Diez Mandamientos- empezamos a vivir en la
eternidad.
Con esto en mente, otra revelación nietzscheana, la voluntad de poder, se
hace más concreta. Una vez que el nuevo hombre compromete su capacidad
reflexiva eterna y existencial, comienza a sentirse más ajustado a la vida que es
fuerza ilimitada de autodesecho y autocreación,
rechazando ciertas formas y afirmando otras, eliminando las vías
antiguas y desarrollando nuevas opciones. Es como si la vida tuviera su propia
voluntad para avanzar en sí misma y el poder de hacerlo sin límite. No
obstante, si la voluntad de poder, i.e., la vida que avanza por sí misma,
alcanza potencialmente una totalidad de completa autoexposición, el superhombre
se hace mortal, i.e., la muerte limita su existencia y su conocimiento. Aunque
cuando él afirma al Cristo viviente en su corazón, i.e., cuando comienza a
vivir en la eternidad, puede tener la auténtica experiencia de estar
eternamente presente en su propia vida, como Cristo estuvo en la suya. Porque
Cristo no le enseña al hombre un conjunto finito de reglas a seguir, sino que
ilumina el propio corazón, como el maestro en el viejo refrán: un estudiante no
es un recipiente para ser llenado, sino una antorcha para ser iluminada.
Al parecer la interpretación del superhombre y de la voluntad de poder por
Michalski a través del Cristo viviente elucida no sólo el cotenido de los
conceptos de Nietzsche, sino también viceversa,
la esencia de Cristo que no enseña reglas al hombre, sino que enciende
su corazón con la llama divina.
La eternidad no tiene dirección alguna. Pero los seres humanos avanzan en
la vida desde el principio (nacimiento) hasta el fin (muerte). Los seres
humanos no viven su vida como voluntad de poder en el sentido nietzscheano;
ellos sólo viven sus propias vidas. Hay etapas en la vida claramente definidas
por la forma en que los seres humanos experimentan su plenitud e intensidad.
¿Significa esto que, de algún modo, el hombre crea la instancia de la
eternidad, hace que esta ocurra, hace de esta un evento? Pero en Nietzsche
cualquier manifestación del superhombre y de la vida como voluntad de poder
parece no existir en la constante recurrencia del fenecimiento y el
advenimiento; la vida que ha sustituido a la realidad no tiene base alguna a la
cual apegarse, o algún anzuelo para retenerse y permanecer al menos por corto
tiempo. Sí, por algún tiempo, y que sea un orden temporal para cualquier fenómeno
en desarrollo es un gran problema tanto para Nietzsche, como para Michalski.
Creo que esto se debe a que tanto Nietszche, como Michalski, han conservado al
menos una noción de la metafísica tradicional y la han hecho funcionar por todo
el resto de lo que ellos han abandonado. La noción de eternidad es la que menos
fortaleza tiene en la metafísica. Michalski ofrece muchas metáforas para
demostrar su significado: el niño que juega, el tiempo de olvido, la muerte que
interrumpe el proceder habitual rítmicamente cotidiano, los amantes bajo el manzano
que están ingenuamente inmersos en sí mismos en la emoción desatada, el ignorar
el tiempo y vivir en el momento, el fuego cósmico que enciende los constantes
vaivenes del universo, Cristo lamentándose en la cruz, el poner una semilla de
fe en el corazón humano, la resurrección
como manifestación del amor divino. Es muy difícil combinar racionalmente el
significado del cambio constante y el de la eternidad. Este es el caso, incluso, si el cambio constante no se refiere a cambios concretos en sustancia, a
cantidades y cualidades, sino a cambios en los procesos de la vida per se. El cambio eterno implica una contradicción intrínseca, lo
mismo que la extensa brevedad. El cambio eterno no es variable; el significado
de la variabilidad no se aplica. Estos son muchos aspectos sin resolver en el
último y más oscuro descubrimiento metafísico-antimetafísico de Nietszche: el eterno retorno.
A diferencia de la mayoría de las ideas metafísicas, que a pesar de su
elevado nivel de abstracción se encuentran profundamente enraizadas en nuestra
experiencia sensible y nuestra intuición, la idea del eterno retorno es
contra-intuitiva. Más bien percibimos y sentimos la vida como algo que nunca
retorna a sí mismo, que nunca se repite y nunca vuelve a apropiarse de su
propio acontecer. Lo mismo puede decirse acerca de muchas formas diferentes de
vida, o acerca de muchas esferas a las cuales la metáfora de la vida puede
aplicarse, si se piensa que el único uso justificado de la noción de vida sería
el biológico. Hablamos de la vida histórica, la vida cultural, la vida
religiosa, la vida social, la vida política y la vida del alma, la vida del
universo, de un planeta o del Sol. La noción de vida se aplica dondequiera que
encontramos eventos que son únicos, i.e., que han ocurrido una vez y no
ocurrirán nuevamente, ellos son ontológicamente irreductibles entre sí. A
primera vista este motivo es exactamente lo que Nietzsche pudo escoger y
utilizar en su paradigma de pensamiento, enfatizando los cambios de todo tipo.
Pero insistió en que el eterno retorno era para él el "pensamiento
abismal" más importante, el que incluso lo hacía bajar la voz cuando lo
mencionaba. Tan grande era su significación.
Michalski analiza detalladamente los argumentos de Nietzsche en defensa del
eterno retorno. Podría haber al menos dos líneas de eventos en desarrollo: (1)
como ocurre en la realidad, i.e., en la vida en tanto es experimentada desde
dentro; y (2) en tanto es observada desde fuera. En el primer caso, el momento
presente se hace más pronunciado porque se vive en él y a través de él, pero
tanto el pasado como el futuro se encuentran fuera de foco y la diferencia
entre ellos se desvanece. En el segundo caso, se observa el presente, el pasado
y el futuro claramente y con la misma intensidad, pero la diferencia entre las
diferenciaciones temporales y el estado privilegiado del presente han
desaparecido. Todos los eventos se perciben por un observador como secuencia de
puntos en línea, sin principio ni fin. El tiempo pierde esencialmente su
significado. Salvar las características específicas de todas las
diferenciaciones temporales, la unidad
del tiempo, como Nietzsche la llama, y mantenerlas siendo diferentes unas de
otras, es lo que constituye un reto.
La célula más elemental o la partícula más simple del tiempo es un momento
descrito por Nietzsche en términos de instancias pasajeras y en devenir. Estas
instancias no cambian unas después de otras, ni se sustituyen entre sí
secuencialmente; ellas operan conjuntamente: cada momento está desapareciendo y
deviniendo simultáneamente. Por consiguiente, el pasado y el futuro son dos
caras de la misma moneda, la cual es...la eternidad. "La eternidad no es
el opuesto del tiempo, sino su aspecto, su necesaria dimensión...sin esta el
tiempo se desintegraría en piezas dispares"[FE 186], las cuales no podríamos identificar como el pasado, el
presente y el futuro. La eternidad es lo que conserva la ininterrupción del
tiempo y lo que diferencia los perfiles temporales con la misma disparidad. Por
supuesto, se debería tener en mente que la interpretación del tiempo en tanto
vinculado intrínsecamente a la eternidad tiene sentido sólo si miramos al
tiempo desde dentro de nuestra vida, i.e., si somos hacedores, no observadores
de eventos en nuestra propia vida. Así, con la intención de desarrollar más
profundamente el significado de la eternidad, Michalski lleva a cabo una
cascada de pasos metafóricos: "la eternidad es el motor de mi vida...la
eternidad es la corriente escondida de mi vida...la eternidad es la
'determinación interna' de mi vida...", y concluye: "la eternidad me
hace fluir, lo que hace a la vida continuar sin fin"(p. 188).
La eternidad que se vincula con lo que es el centro de la vida, la voluntad
de poder, asume algunas de sus características, se convierte en un tipo de
fuerza independiente, autopropulsora, que se encuentra en el fundamento de la
vida y que opera ontológicamente en el mismo nivel en el que la vida es vivida.
Pero si la vida no tiene meta alguna excepto el avance de su propio acaecer, no
tiene alguna agenda prediseñada, ninguna pretendida finalidad, ningún libro que
lea el destino de las personas y a la vez el presente, si no posee ontología alguna,
sino que es un momento ilusorio del acto comprimido, doblemente arriesgado, del
devenir y la transformación, ¿de dónde puede la eternidad obtener el material
para esculpir la vida? La eternidad es
forzada a volver a sí misma y a repetirse a sí misma, y puede hacerlo sólo en
la forma en que ella es y sabe -eternamente. La eternidad como vida y como
voluntad de poder ha adquirido la forma de una rueda y puede ser comprehendida
no como un hecho observable de la vida, i.e., como una pieza conceptualizada,
claramente articulada, finita, del conocimiento, sino sólo desde dentro de la
vida, sólo como experiencia de la vida que se vive. Así, el auténtico
conocimiento de la vida no proporciona una conciencia del tiempo, i.e., de los
eventos de la vida enredados en la red
del presente, el pasado y el futuro, sino que en esos momentos uno siente como
si saliera del tiempo, como un niño que juega y olvida el tiempo, como cuando
se está enamorado bajo el manzano y se olvida el almuerzo, como cuando se
escucha la angustia de Cristo presente en el corazón y como si se aniquilara la
historia con el estoque de la propia participación inmediata en el evento que
tuvo lugar hace 2000 años, y se abriera el corazón al eterno Reino de Dios y se
respirara el amor eterno de Dios.
Así, según Michalski, sucede que como criaturas vivientes nos encontramos
en dos dimensiones: la temporal y la atemporal. La primera dimensión nos coloca
en el contexto de nuestros ancestros y de los días a través de los cuales
vivimos -nacimiento, maduración y muerte. La segunda va más allá de las
diferenciaciones temporales y del continuum de las instancias a la eternidad,
la cual es un "abrir y cerrar de ojos" que "recoge todo mi
pasado y abre todo mi futuro"(p. 205), lo que experimentamos de una forma
profundamente diferente que las realidades temporales, porque ello presupone el
cambio del corazón, i.e., el cambio del Yo, y es lo que se identifica, tanto según
Nietzsche como Michalski, como "el toque de Dios". Aunque hay una seria
tensión entre el rechazo de todas las realidades cristianas por parte de
Nietzsche, en tanto mecanismos trascendentales que privan al hombre de su vida, y su
apelación a una imagen religiosa para expresar el significado más profundo de
su propio filosofar, para Michalski no
representa un problema desarrollar más sus metáforas religiosas. Nietzsche
rechaza el cristianismo en la medida en que este presenta un factor
estabilizador en la vida; de otra parte, en la medida en que Cristo es un
elemento del inevitable nihilismo, es bienvenido como una oportunidad de algo
nuevo. Pero Michalski cree que podría haber una lectura incluso más radical del
Cristo nietzscheano, con base en la experiencia de la eternidad como
"estando enfermo" de ella, o como "presente viviente". Al
experimentar la eternidad, uno se abre a que cualesquiera posibilidades se
conviertan en una oportunidad real, y por lo tanto se está abierto en cualquier
momento al futuro por venir; se está preparado totalmente para el futuro. El
Mesías o el Reino de Dios se interioriza, el evento histórico distante se hace
existencialmente presente, y Cristo obtiene todo un conjunto de características
diferentes, básicamente románticas. Para una persona que vive su vida en la
presencia de Cristo, este abre nuevas oportunidades existenciales porque es
identificado con un espíritu libre y como navegante cuya propia ocupación
podría traer algo nuevo a su vida.
Me parece que la lectura de Nietzsche por parte de Michalski, como visión
romántica radicalizada de la vida en el contexto más amplio de la
religiosidad existencial cristiana, comparte una interpretación del tiempo, de
las diferenciaciones temporales y de la eternidad, que pierde fundamentalmente
la significación y el contenido del presente según se relaciona necesariamente con el pasado y el futuro. En otras palabras, un presente que
proporciona la condición para una actitud típicamente nietzscheaba hacia la
vida, i.e., como fundamento para una visualización real de la vida como esta
sucede en el momento que no es sólo el punto de conexión transitoria entre el
futuro y el pasado, sino que es de la especie del cuerpo sustancial de un
evento. El presente, la realidad del presente, ha sido sacrificada en nombre de
la realidad última. Este es el ejemplo más elocuente de la esencia o la verdad
absoluta de la vieja metafísica, contra la cual luchaba Nietzsche en todos sus
escritos filosóficos.
Creo que la significación y el status del presente en la versión de la
filosofía de la vida de Nietzsche puede salvarse, si se adopta el tratamiento
del tiempo de otros dos filósofos: Henri Bergson y Edmund Husserl. Bergson
insistió en la intuición del presente como duración; él veía el presente como
extendido en sus fases temporales o moviéndose a través de sus propias
fases de realidad, atrapado en un acto de percepción. Husserl desarrolló la
teoría fenomenológica del tiempo con base en una concientización
multiestratificada de las diferenciaciones temporales, que combina lo consciente
y lo automático, lo subconsciente, las experiencias de la conciencia que
participa en la formación del significado del presente, el pasado y el futuro.
Si para Nietzsche, según Michalski, el mismo momento del fenecer era el del
advenimiento, sin permitir que el presente se detuviera y se viviera a través
de él, para Bergson y para Husserl el
presente ha ganado peso. Pero si para Bergson el mismo ha sido la duración real de
una apariencia atrapada en la percepción, para Husserl se encuentra
constituido dentro de la estructura del flujo de la conciencia, como significado
de diversas experiencias de la conciencia: la sensación, la percepción, el
recuerdo o la fantasía. En otras palabras, en Bergson el pasado no se empuja nunca fuera de la próxima experiencia presente; es una parte integral del
presente como si fuese una percepción de la duración, un evento de transición
del presente en el pasado. Y en Husserl este era un aspecto, un matiz, un
perfil del presente que había dejado una percepción real, pero retenido como
acabando de pasar dentro de la fase presente de la percepción o de cualquier
otra experiencia de la conciencia. Como fenómeno temporal el presente era
difuso, no era nunca una pieza bien definida del tiempo o un punto ideal de una
línea. Husserl llamaba este aspecto la memoria primaria, que es parcialmente un pasado de la percepción y que funciona espontáneamente dentro del flujo de la conciencia y hace posible la formación
del sentido verdadero de la temporalidad. El presente no puede ser pensado sin
sus aspectos inmediatos del pasado y el futuro, dados conjuntamente a la
conciencia. Husserl compara esta triple célula de la temporalidad, que funciona
en cualquier experiencia de la conciencia -en la percepción como en la
sensación, la fantasía o el recuerdo-, con un tono musical: re puede tener sentido como re,
sólo cuando se escucha en la compañía tácita de do y de mi. Un enorme esfuerzo -la confianza en la eternidad, o la
erupción de la eternidad en la temporalidad- no salva realmente a la realidad de la huida. El tiempo
lo hace.
En mi opinión, el significado del tiempo y de las diferenciaciones
temporales es el vínculo más débil en la filosofía de Nietzsche, el cual socava la
validez de su descubrimiento filosófico, i.e., que las esencias trascendentales,
las verdades y formas absolutas no existen. Michalski intentó reforzar la
filosofía de Nietzsche dejando que la eternidad desempeñara el papel clave en
su perspectiva fundamentalmente dinámica del mundo. Pero el presente no es lo
omnipresente de la eternidad; lo omnipresente no tiene pasado ni futuro; no los
necesita para ser; su significación no lo presupone tácita o explícitamente.
Sin embargo, si valoramos la vida y sentimos su presencia en lo que somos, lo
que hacemos y lo que sentimos, y pensamos que estamos viviendo en el presente,
no pasamos momentáneamente a través de esta al espacio más allá del tiempo,
i.e., la eternidad. No todo es renovado en la renovación. La vida también
requiere de constantes. La vida biológica presupone un código genético; la vida
fisiológica la célula; la vida psicológica el Yo; la vida religiosa un credo, doctrina
e instituciones; la vida cultural la tradición y los arquetipos; la vida
política la ley y las instituciones. Todos estos elementos aseguran el presente
en la medida en que este se presenta a sí mismo presentándose. La vida requiere
ser protegida con el espeso y denso prente. De otro modo, tenemos que apelar a
la autoridad más elevada de la eternidad para mantener la vida contenida y
estructurada, incluso en forma negativa, desapareciendo -en llamas. El tiempo, ligado a la eternidad, consume la vida, no la sustenta. La omnipresencia de la
eternidad implica la omniausencia.
Usamos el término "vida" en una forma muy compleja, en su mayor
parte de forma metafórica. Hay muchas formas de vida: biológica, fisiológica,
cultural, religiosa, política, etc. Todas ellas se estratifican en la forma en
que son los seres humanos y todas ellas están comprimidas, prensadas e
intervinculadas conjuntamente. Para entender cómo todas estas formas de vida se
sostienen a sí mismas hay que determinar los tipos de tiempo que cada una de
ellas implica. La eternidad podría ser la misma, pero el tiempo es muy
diferente, porque el presente es diferente en tanto capaz de llevar aparejada
una realidad estructurada. Por ejemplo, el tiempo biológico no puede retroceder
-vivimos cambiando de la juventud a la vejez. Pero el tiempo cultural viaja con
facilidad hacia atrás: prácticamente, todas las formas de la concientización
cultural china presuponen en el pasado una Edad de Oro, una perfecta condición
humana por la que lucha la historia. El tiempo político puede empezar contando
de nuevo el tiempo en los momentos revolucionarios, despojando a los eventos
previos del tiempo como si no lo tuvieran, i.e., como si no existieran
realmente. El tiempo religioso, o el tiempo metafísico, puede tener el elemento
funcional de la eternidad, ya que este es dado intuitivamente, en la experiencia
inmediata de fe del creyente, o en la contemplación de las ideas del filósofo.
La verdadera novedad del libro de Michalski es su descripción de la
experiencia de la eternidad, las diferentes formas en que una persona ve o
escucha, o siente en alguna otra forma, interioriza, vive a través de la
eternidad y trata con ella. Cuando las personas hablan de la eternidad, no operan con la definición de eternidad; son
conscientes de lo que esta es; tienen un tipo de conocimiento intuitivo de
esta. Para Michalski así como para un metafísico del tipo clásico, no para un
filósofo postmoderno, la eternidad es "el motor" de la vida; ella mantiene la vida en marcha y
funcionando, alberga el momento a partir de sí -en el fenecer, y hace posible
que el próximo momento tenga lugar -en el advenimiento.
Y sin embargo, si la eternidad es la experiencia interior de un creyente o de un
filósofo, esta debe tener lugar en el tiempo; debe ser un evento, estar constituida como algo finito e indistinguible
respecto a cualquier otra experiencia humana. En otro tipo de experiencias el
tiempo se va, transcurre, fluye, etc., no debido a los esfuerzos de la eternidad,
sino debido a lo que está sucediendo en el presente. El presente, generándose a
sí mismo, genera al futuro y al pasado. Esto es por lo que es importante mirar
hacia las características diferentes del tiempo: la duración, la sucesión, la
dirección, la irreversibilidad, la densidad, la velocidad. Si la eternidad no
pierde su equilibrio con las estructuras finitas, ella consume la vida y, eventualmente, la destruye en su flama de mismidad. Lo que haría justicia a los elementos, tanto temporales como eternos, del fenómeno de la vida, sería articular las
formas del tiempo que sustentan la vida, no las formas de la eternidad que la consumen. A Krzysztof Michalski se
le ocurrió una interpretación religiosa romántico-existencial muy original de
la filosofía de Nietzsche, la eternidad en llamas, con la que arroja luz en los
más oscuros conceptos de Nietzsche, tales como el nihilismo total, la voluntad
de poder, el superhombre y el eterno retorno. Pero también esta interpretación,
al abstenerse de atrapar esta eternidad llameante en las estructuras temporales
finitas en las que la vida tiene lugar como es vivida en varias formas y
figuras, podría fácilmente convertirse en el fuego que quema la propia realidad
que trata de representar.
[1]
Krzysztof Michalski, The Flame of
Eternity: An Interpretation of Nietszche's Thought, trad. por Benjamin
Paloff, Princeton: Princeton University Press, 2012.[En lo que sigue citado
como FE]
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