Autora: Gladys L. Portuondo
Versión original publicada en "Vivarium", Revista del Centro Arquidiocesano de Estudios.
Departamento de Medios de Comunicación Social, Arzobispado de La Habana, No VI,
Junio de 1993.
Lo "afrocubano", contribución al léxico y al
contenido de la antropología cultural, sello por demás característico de las
aportaciones de Ortiz a la investigación social en su teoría de la
transculturación, posee una luz propia en el universo orticiano, sin llegar a
ser, como se supone comúnmente, su centro gravitacional. Este último responde
más bien a un propósito más amplio, que pudiera definirse por lo que Ortiz comprendería
bajo la denominación de los "factores humanos de la cubanidad".
Factores que, para Ortiz, vienen dados como "hechos" o componentes
-de toda índole- de la cultura de Cuba,
en la que se complacía apreciar sugerentes similaridades con el criollo ajiaco.
Pero también verdaderas figuras que anuncian una tipología de ciertos grupos
humanos (p.e. los negros curros) a
los que el destino y la memoria de la cultura -destino y memoria que es la cultura- en que se generan, están
entrañablemente ligados.
Lo cultural, aún cuando se proyecta como lo original o
característico de un pueblo, es más que eso: sustancia y hálito de su esencial
humanidad, que anima en todos y cada uno de sus "hechos" su total
existencia. Cada "hecho" tiene su anverso y su reverso; lo que nos
muestra y lo que nos oculta; a una vez revelación y enigma que la antropología
descifra e interroga, encontrando en su individualidad todo un espectro de
impredecibles posibilidades. Ortiz los interroga con meticulosidad de erudito,
siguiendo su trayectoria y sus mescolanzas históricas, así como su variable
influencia sobre la totalidad, en la que se integran a los "tipos
humanos"donde se anudan y personifican.
Es por eso que la ciencia antropológica, que Ortiz
reconoce en la antropología cultural, no puede limitarse a la descripción
pormenorizada de los "hechos" -aún cuando esto es requerido al
invadir un terreno aún desconocido. Lucidez y exactitud en la descripción no
convierten a Ortiz en un mero empirista. Los "hechos" no siempre son
lo que parecen: ¿acaso las religiones afrocubanas están naturalmente ligadas a
la "mala vida" cubana, como
inicialmente sostenía Ortiz en una obra de corte criminológico y sociólogico (Los negros brujos, 1906)? O más bien, de
modo más abarcador, ¿son expresión de un
universo cultural y humano que rebasa el hampa afrocubana, como el mismo Ortiz
llega a demostrar en obras posteriores? El panteón de la religión yorubá incluso
sugiere a Ortiz paralelismos con el de los dioses de la cultura griega clásica,
en arquetípicas resonancias con este. Mas religiones primitivas y paganismo,
"barbarie" y "clasicismo" no son conceptos suficientes para
expresar la comparación.
Cada "hecho" de la cultura resulta a la par síntesis
de su totalidad y factor irrepetible en el tiempo y el espacio como coordenadas
de su existencia. Las religiones afrocubanas configuran como ingredientes las
posibles combinaciones tipológicas de diversos grupos humanos desde la
perspectiva de Ortiz, los que, aún si desaparecen en la historia real, pueden
representar modelos virtuales -como es el caso de los mencionados negros
curros- para la investigación científico-social. La recopilación de datos sobre
este tipo humano se inició por Ortiz en fecha muy próxima a la publicación de Los negros brujos, apuntando a su
temprano interés por la tipología de grupos humanos.
Contando con su inmensa erudición y su fino instinto de
fundador, en peregrinación casi solitaria durante años, Ortiz sigue la
trayectoria de un raro fenómeno: la casi incontaminada inserción de las
religiones africanas en suelo cubano. "En Cuba", nos dice, "la
catolización del negro no ha podido pasar, en la mayoría de los casos, de un
superficial sincretismo de panteones y ritos"[1].
Envueltas de por sí en el esoterismo, las religiones afrocubanas son para Ortiz
lo que el ángulo facial y las mediciones antropométricas fueron para la
antropología criminal: signos de aquellos tipos humanos, cuyos caracteres Ortiz
aparta del biologicismo de las clasificaciones lombrosianas.
Originalmente Ortiz se interesa por los vínculos de las
religiones afrocubanas con la "mala vida"cubana. Por entonces ellas
se muestran en su obra como expresión de
cierto primitivismo, el cual Ortiz interpreta en un sentido ético-psicológico.
En 1919, en conferencia pronunciada a petición de la Sociedad Espiritista de
Cuba, Ortiz sostiene que toda religión fetichista y, en particular, el
fetichismo africano existente en Cuba, puede catalogarse como fase inferior de la
evolución religiosa o fase de la "religión amoral". A la sazón Ortiz
percibe la eticidad con la óptica del positivismo, considerando que esta arriba
con el espiritismo en el siglo XIX y en la figura de Allan Kardec a una
"fase superior" en la forma de una filosofía religiosa o, más bien,
de una "moral sin religión". De este modo en la perspectiva de Ortiz
el espiritismo se identifica con el ideal de la "religión positiva" a
la que se refiere Augusto Comte. Según la opinión de Ortiz por esta época, siendo superior al catolicismo por su
significado ético-filosófico el espiritismo abandona la metafísica en la que
aquel otro se fundamenta como religión moral[2] o fase intermedia de la evolución ética.
Resulta significativo que cuando hace ya algún tiempo los
estudios afrocubanos has rebasado la perspectiva criminológica original del
pensamiento orticiano, las religiones fetichistas de los negros sirvan de apoyo
a Ortiz para sustentar posiciones ético-filosóficas difícilmente compatibles
con los resultados de sus investigaciones, ya iniciadas, en el campo de la antropología cultural, que
orientaron su pensamiento hacia un historismo[3] en
el que la investigación hstórica elude todo apriorismo conceptual. Puede
suponerse que la hipótesis sobre las fases de la evolución religiosa fue
estimulada por los innegables sentimientos anticlericales de Ortz y por una
concepción evolucionista de la que se desprendería por grados, hasta el salto
que puede ser reconocido en una obra crucial, el Contrapunteo cubano del tabaco y erl azúcar (1940).
Fue alrededor de 1911, fecha en que por vez primera Ortiz
realiza una exposición pública sobre el tema de los negros curros[4],
que el problema antropológico comienza a ser abordado por Ortiz desde las
primicias de una concepción historista y desde la óptica que desde ella va
introduciendo progresivamente en la antropología cultural, sujeta por entonces
al enfoque funcional-estructuralista[5].
Su objetivo no es tanto la cultura como realidad constituida, sino el proceso
de su formación. Ortiz rechazará de plano más adelante toda interpretación de
los fenómenos culturales de los pueblos primitivos según el enfoque
estructural-evolucionista, desde el cual estos se consideran como
"culturas inferiores"[6].
En el curso de la maduración de su pensamiento Ortiz
parece modificar su percepción inicial del fenómeno religioso. La teoría de la
transculturación, cuyos trazos principales son expuestos en 1940 por Ortiz en
su Contrapunteo, proporciona una
nueva comprensión de los ciclos de existencia de los "tipos humanos".
Las religiones afrocubanas contribuyeron, junto a otros diversos "factores
humanos", a la identificación de la originalidad de estos tipos, en incesante
"trasfusión de caracteres" según expresión de Ortiz. La fugacidad y
el trazado evanescente de los tipos en transculturación -básicos para una
tipología de la cultura, que subyace a fin de cuentas a los propósitos de
Ortiz- quizás no responden tanto a la consistencia equívoca del equilibrio
frágil de los ingredientes, en "ebullición perpetua" al decir de
Ortiz, cuanto a la dificultad que el problema antropológico presenta ante todo
intento de clasificación en cualquiera de sus aristas. La dimensión
antropológica del fenómeno religioso afrocubano -su interpretación a la luz de
la perspectiva de los "factores humanos"- revelaría para Ortiz su
inseparable conexión con la sustancial totalidad de la cultura de Cuba.
"La debida apreciación de una cultura dada no puede hacerse sin el estudio
objetivo de todos sus elementos, así los llamados 'espirituales' como los que
se dicen 'materiales', pues unos y otros, pese a esa convencional dicotomía, no
son sino hechos igualmente humanos, interdependientes e integrantes de la
plenitud de esa cultura"[7].
En la madurez del pensamiento orticiano, las religiones afrocubanas alcanzan la
dimensión que eleva a todo "hecho" de la cultura sobre los límites y la oscuridad de su origen en el
tiempo, haciéndolo partícipe del misterio, una y otra vez redescubierto, que es
el hombre.
[1] Nos atenemos a apreciaciones expuestas
por Ortiz según documentos consultados por Diana Iznaga. En: Diana Iznaga, La transculturación en Fernando Ortiz, Ciencias
Sociales, La Habana, 1989, p. 32.
[2] En: Fernando Ortiz, Las fases de la evolución religiosa, "En la tribuna", Imp. El Siglo XX,
La Habana, 1923.
[3] Preferimos usar aquí el término historismo en lugar de historicismo, que emplea Julio Le Riverand, puesto que este
último término se encentra comprometido con distintas variedades de las
filosofías de la historia .. Si se considera que en Ortiz no puede encontarse
en justicia una filosofía de la historia,
creemos que el término historismo es más compatible con sus intenciones
indagadoras, en las que la historia se percibe antes que como
"forma", más bien como "materia" que proporciona a los estudios culturales el
contenido empírico indispensable.
[4] En: Araceli García Carranza, Bio-bibliografía de don Fernando Ortiz,
Biblioteca Nacional "José Martí", La Habana, 1970. Conferencia
pronunciada en el Ateneo de La Habana y publicada el 16 de febrero de 1911. Agradecemos
al Dr. Isaac Barreal la rectificación de la fecha consignada en: Fernando
Ortiz, Entre cubanos. Psicología
tropical, Ciencias Sociales, La Habana, 1986, p. 90-98.
[5] Véase en: Gladys L. Portuondo, Antología de Historia de la filosofía cubana
y latinoamericana. Humanismo e historia en Fernando Ortiz, prólogo:
"El principio antropológico y la superación del positivismo en Fernando
Ortiz", Universidad de La Habana, 1990.
[6] Véase: Fernando Ortiz, La africanía de la música folklórica de Cuba, La
Habana, 1965, p. 106. La primera edición data de 1950.
[7] Op. cit., Prólogo del autor, p. IX.
No comments:
Post a Comment
Please leave here your comment. Por favor, escriba aquí su comentario.