Autora: Gladys L. Portuondo
Versión original publicada en: "Vivarium", Revista
del Centro Arquidiocesano de Estudios. Departamento de Medios de Comunicación
Social, Arzobispado de La Habana, No VII, septiembre de 1993.
"América fue Nuevo Mundo o tierra virgen, sin ser
conocida de hombre, pero no pudo serlo más de una vez. Mejor pudo decirse que
este gran continente, extendido entre los otros, vertical y medianero, era el
Último Mundo...el mundo más remoto y desconocido de los demás, el que desde
Occidente se civilizó con retraso. Amárica fue el Mundo Tardío; acaso tenga por
destino ser un Mundo Terminal".
Fernando Ortiz, Contrapunteo
cubano del tabaco y del azúcar", 1940.
"La historia americana no puede ser comprendida sin
conocer la de todas las esencias étnicas que en este continente se han fundido
y sin apreciar cuál ha sido el verdadero resultado de su recíproca
transculturación".
Fernando Ortiz, El
engaño de las razas, 1946.
Con la teoría de las transculturaciones, Fernando Ortiz
Fernández (1881-1969) contribuyó, en no poca medida, a la comprensión, sin la
cual no hay verdadero "descubrimiento", de las culturas americanas.
Transculturación y descubrimiento se convierten, en la
obra de Ortiz, en nociones de esclarecedora sinonimia. Como producto de
sucesivas transculturaciones, América deja de ser un "Nuevo Mundo",
Mundo Originario o Inicial, recién nacido en su lozanía a los ojos del europeo,
para convertirse en "Mundo Tardío"o "Mundo Terminal",
puesto que a fin de cuentas, todo mundo es siempre un resultado. Pero por otra
parte, América apareció ante Occidente como el mundo en que épocas diferentes y
culturas con diversos grados de desarrollo socioecónómico se fusionaron -casi
un imposible. Mundo que allende los mares parecía anunciar la venida de un
Tiempo Nuevo: aquél cuyas coordenadas comenzarían a girar, en los siglos XV y
XVI del Renacimiento europeo, en torno al hombre como centro y destino de todos
los valores culturales.
De forma gradual, la universalización del
antropocentrismo en Europa recibió las influencias del proceso de
transculturaciones que se fraguaba dolorosamente en América y que contribuyera
vitalmente a la renovación económica, política y espiritual de la cultura europea. América no fue ajena a la
nueva mirada que el hombre europeo dirigió hacia sí mismo, gracias, en gran
medida, a la contribución de un nuevo horizonte de referencia en los nuevos
territorios descubiertos y conquistados; ni lo fue a la nueva percepción que el
espíritu europeo alcanzó en la modernidad del tiempo histórico y que las nacientes
filosofías de la historia suscribieron, reconociendo dimensiones hasta entonces
ignoradas del ritmo de sus transformaciones, convertidas en prolijo material
para las crónicas y el conocimiento de costumbres exóticas.
Estas influencias trascendentales para la cultura europea
no desbordan las fronteras con que el
eurocentrismo ha abarcado las proyecciones universales del
"descubrimiento", sobre las cuales se polemiza, a menudo, sobre la
base de un equívoco: el de lo vituperable del eurocentrismo. Sin confundirlo
con el extremo en el que la historia de América ha sido percibida como mero
apéndice de la historia europea y que proporciona al eurocentrismo sus formas
más burdas y desvirtuadas, tampoco puede olvidarse que el
"descubrimiento" contribuyó no sólo a ampliar, sino también a
relativizar los contornos de la cultura europea, obligándola a mantener la
visión de su propio "centro" en las nuevas condiciones.
Las críticas de las costumbres que el pensamiento
renacentista y moderno realizó flexibilizaron las tradiciones culturales
europeas, remodelando los límites donde se encerraba la originalidad en la que
descansa su "centro" -en tanto "punto de equilibrio".
Siempre que se consideren los contornos dentro de los cuales toda cultura tiene
su centro, y que son los de su propia originalidad y tipicidad, pueden
identificarse las formas nocivas de los centrismos. Para Europa, el despliegue
del sentido crítico en la búsqueda perenne de los movibles contornos de su
cultura adquiere un sello característico en la era del descubrimiento, que dio
paso a los escepticismos contribuyentes a diluir los dogmas, incluyendo las
formas dogmáticas del eurocentrismo. El descubrimiento se hace empresa de
renovación universal para Europa, a la par que de transculturación para
América. Ello repercute en nuevos modos de renovación de los
"centros" de la cultura europea, trasplantada a suelo americano. Estas
renovaciones van asociadas a la neoculturación[1],
de carácter endógeno en la constitución y delimitación de nuevos puntos de
equilibrio o "centros" de fusión de múltiples y heterogéneos "factores
humanos", como Ortiz llamaba a los diversos ingredientes de una cultura
-que aquellos factores ajenos a la
cultura europea, incorporados por las influencias y la absorción de las
culturas precolombinas originarias, así por como los importados de África, contribuyeron
a realizar.
¿Qué convierte a Ortiz en un auténtico
"descubridor"? -puesto que el
"decubrimiento" es tarea de generaciones. Haber revelado las
tendencias y fases del proceso de formación de las culturas americanas con su
teoría de las transculturaciones, tomando como modelo o caso particular la
cultura cubana, con el consecuente rechazo de concepciones convertidas en
prejuicios (como el racismo) fue el
resultado de la erudita labor de reconstrucción histórica de las intrincadas
fuentes de la "cubanidad", así como de los vericuetos por los que
transitaron los "factores humanos" que desembocaron en nuevos
"centros". Al investigar desde dentro -desde su propio centro- la
cultura de Cuba, Ortiz inauguró el método histórico-genético de la búsqueda de sus factores constitutivos,
de valor universal para la antropología cultural; fue el primero en realizar
estudios de campo en la investigación de las etnias afrocubanas[2],
extendiendo el análiisis y el método histórico a la etnografía. Su comprensión
antropológica de los "factores humanos de la cubanidad" desmiente la opinión común acerca de su obra,
que la ciñe y reduce al foklorismo. Como señala Lino Novás Calvo, refiriéndose
a Ortiz: "El folklore no es para él sino uno de los medios para el estudio
del hombre, del hombre en su totalidad, sea éste negro, blanco o mulato"[3].
Su antropocentrismo da cabida posible a todos los "factores" de la
cultura: "el folklore...las artes literarias y plásticas, así como la
economía, el derecho, la magia y todos los hechos humanos de cualquier pueblo o
época"[4], sin
privilegiar a ninguno y eludiendo toda perspectiva causalista unilateral -pues
para Ortiz la historia coloca a unos u otrosfactores en primeros o segundos planos.
La obra de Ortiz devela una fructífera dimensión de lo
humano en el retorno de la memoria histórica a la encrucijada del descubrimiento,
cuyo diálogo con la posteridad, del cual ha de participar la voz del
"tercer descubridor" de Cuba, abrirá siempre senderos renovados.
[1] En su "Contrapunteo...", Ortiz
resume el proceso de formación y constitución de la cultura cubana en cuatro
fases: desculturación o exculturación, fase inicial de destrucción colonialista;
inculturación o aculturación, segunda fase, de sumisión a la cultuira de
conquista; transculturación o intercambio cultural recíproco y, por último, neoculturación o formación del
nuevo tipo de cultura o lo que podemos
llamar nuevo "centro" cultural. Estas fases tienen validez universal
en el continente americano, aunque con diferentes medidas y resultados.
[2] Cf. Diana Iznaga, "El estudio del
arte negro en Fernando Ortiz". Instituto de Literatura y Lingüística,
Academia de Ciencias de Cuba, 1982, p. 14.
[3] Libro-Homenaje a Frernando Ortiz, Vol II,
La Habana, 1955, p. 1137.
[4] Fernando Ortiz, "La africanía de la música
folklórica de Cuba", La Habana, 1965, p. IX.
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