Saturday, May 28, 2022

Michael Hauskeller, LA NATURALEZA HUMANA DESDE LA PERSPECTIVA TRANSHUMANISTA



Autor: Michael Hauskeller

University of Liverpool, United Kingdom

m.hauskeller@liverpool.ac.uk




Agradecemos al autor, Prof. Michael Hauskeller, su permiso para publicar en el presente blog la versión en español traducida por Gladys L. Portuondo del original en inglés, publicado en: Michael Hauskeller, “Human Nature from a Transhumanist Perspective”, en; Existenz. An International Journal in Philosophy, Religion, Politics, and the Arts, Vol. 8, No 2, Fall 2013. Agradecemos también el apoyo para esta publicación de Helmut Wautischer, editor de la revista Existenz y Presidente de KJSNA. Véase en:

https://www.existenz.us/volumes/Vol.8-2Hauskeller.pdf






Resumen: Hay dos concepciones muy diferentes de la naturaleza humana que subyacen al intento de allanar el camino hacia la post-humanidad. Una de ellas entiende la naturaleza como aquello que nos confina, estableciendo límites a lo que podemos hacer y podemos ser (lo que encontramos principalmente en la forma de nuestros propios cuerpos, en tanto estos son frágiles y nos condenan por último a la muerte), mientras que la otra entiende la naturaleza como aquello que permite, y de hecho, nos insta a superar todos los límites y fronteras. En cierto modo esas dos naturalezas trabajan una contra otra: una es considerada mala por cuanto nos confina, la otra como buena en tanto nos libera. El ensayo muestra la inconsistencia de estas concepciones.


Palabras clave: Transhumanismo, Naturaleza, Mejoramiento humano, Lewis C. S., control, Oxitocina, Poder, Realidad social.




Nos gustaría ver al ideal humano. Nos gustaría reconocer en nuestros pensamientos lo que deberíamos ser y lo que podemos ser sobre la base de nuestro oscuro fundamento. Es como si en la imagen representada fuéramos a encontrar una certeza de nuestra esencia a través de la claridad de la idea de la humanidad ideal.

Pero cada forma conceptual y visible del ser humano carece de validez universal. La forma es sólo un aspecto de la Existenz histórica, no la Existenz en sí misma. Y cada forma de la posible perfección humana demuestra ser defectuosa al reflexionar e inalcanzable en la realidad.

Karl Jaspers i





Hoy en día, la mayoría de los voceros que proponen la idea de la humanidad ideal son los transhumanistas. El transhumanismo es menos una filosofía que una Weltanschauung, una visión particular del mundo y de nuestro lugar en este, según la cual nosotros, no como individuos, sino como especie, estamos destinados a ser mucho mejores de lo que somos actualmente. Esto es más que una mera posibilidad: es lo que se supone que debe suceder. Y aunque puede no estar del todo claro qué se supone que lleguemos a ser, resulta bastante obvio que todavía no hemos llegado ahí. La evolución, por decirlo así, todavía tiene planes para nosotros. La suposición general es que lo que realmente somos no es lo que somos ahora. Lo que somos realmente es en lo que podemos convertirnos por nosotros mismos. Todavía estamos creciendo. El verdadero humano todavía ha de ser creado. Y ha de ser creado por nosotros. Podemos, debemos y daremos forma por nosotros mismos a lo que siempre hemos estado destinados a ser, pero que nunca hemos sido. La tecnología moderna del siglo XXI nos permitirá alcanzar esta meta y cumplir así nuestro destino como una raza siempre en expansión, desafiante de la naturaleza, en busca de la libertad. Y de todas formas no tenemos realmente elección, porque, seamos sinceros, el mundo, como es ahora, no es realmente un lugar en el que vale la pena vivir, al menos no para seres como nosotros. Tal y como están las cosas, hemos logrado demasiado poco control y experimentamos demasiado dolor, nuestras vidas son demasiado cortas y más bien miserables en comparación con lo que podría ser posible, y lo peor de todo, muy pronto terminarán en la muerte, el mayor de todos los males. (Y así es como sabemos que no estamos todavía donde estamos destinados a encontrarnos: esto es tan malo, que simplemente no puede ser todo lo que hay en la vida). A fin de hacer que la vida valga la pena, necesitamos hacernos radicalmente diferentes de lo que somos. La ruta hacia la salvación es el bioperfeccionamiento humano, el cual es el perfeccionamiento de los seres humanos y, definitivamente, de la propia naturaleza humana a través de medios biotecnológicos.


Aquí es donde el transhumanismo golpea a la tendencia convencional. El bioperfeccionamiento humano es un tópico que se ha vuelto cada vez más difícil de ignorar. Tropezamos virtualmente con este dondequiera que vamos y miramos. Es como si todo nuestro mundo estuviera a punto de volverse transhumanista, si ya no lo ha hecho. Difícilmente hay un periódico o revista que no contenga algún reporte, o al menos algún anuncio presentándonos una nueva tecnología que promete hacernos mejores de una forma u otra. Se nos pide constantemente que nos tratemos o que apoyemos y demos la bienvenida al desarrollo de diversos dispositivos anti-envejecimiento, desde las cremas antiarrugas con nombres seductores, hasta las unidades nanotecnológicas, aún por desarrollar, de reparación de moléculas Se nos estimula a enriquecer o sustituir nuestros cuerpos con diversas piececitas de maquinarias, a usar reforzadores del estado de ánimo y otras drogas para el bienestar, reforzadores de la inteligencia, drogas que incrementan la vigilia y la capacidad de atención, drogas que mejoran nuestra memoria y otras que nos ayudan a olvidar, e incluso píldoras de la moralidad que nos ayudarán a no abusar de ninguna de aquellas maravillosas nuevas habilidades que la tecnología moderna nos ha proporcionado, o que pronto nos permitirá adquirir. Incontables científicos están ocupados desarrollando y perfeccionando las tecnologías requeridas a fin de justificar todas las expectativas alimentadas por los medios, y los bioeticistas realizan profesionalmente lo mejor que pueden para convencernos de que todo esto tiene perfectamente buen sentido y que es deseable y de hecho absolutamente necesario. La naturaleza humana está a punto de ser cambiada. Por supuesto, los transhumanistas y otros defensores del perfeccionamiento humano radical, y en general todos aquellos que creen todavía en el progreso con una P mayúscula, no estarán inclinados a considerar esto particularmente preocupante. Por el contrario: el cambio en la naturaleza humana que ocurrirá, o que puede ocurrir como consecuencia del uso generalizado que se prevé de ciertas tecnologías para el perfeccionamiento, no es sólo un producto colateral de las mejoras deseadas. De hecho esta es su meta primaria. Esto se debe a que la naturaleza es entendida con frecuencia como una fuerza limitante: es lo que podemos decir de todo lo que establece límites a lo que podemos hacer. Según esta concepción, que prevalece entre los transhumanistas, no son nuestras capacidades lo que determina nuestra naturaleza, sino más bien la falta de ciertas capacidades: no lo que podemos hacer, sino lo que no podemos hacer. Encontramos nuestra naturaleza primariamente en la forma de límites, cuando comprendemos que no podemos llegar más lejos y que simplemente no podemos lograr lo que queremos, no porque el mundo externo pone obstáculos en nuestro camino, sino debido a nosotros mismos, a nuestra propia incapacidad. La naturaleza no es lo abarcador, el fundamento de nuestro ser, como lo era para Jaspers, sino algo bien tangible. La naturaleza es la enfermedad que nos impide ir a trabajar y disfrutar la vida en su plenitud. La naturaleza es la vejez, que nos debilita, y es la muerte, que pone un fin a nuestra vida. La naturaleza son las emociones que tenemos, que no podemos controlar totalmente, y nuestra falta relativa de inteligencia, que nos impide entender más que sólo una fracción del mundo en que vivimos. La naturaleza es nuestra inclinación al mal, nuestros defectos morales. Si esta es como la vemos, entonces la naturaleza se presenta como el principal enemigo, esto es, como aquello que no puede ser controlado. Esto es por lo que cualquier mejoramiento de la condición humana requiere también un cambio en la naturaleza humana, o más precisamente, una restricción y reducción de la naturaleza humana, y finalmente su total disolución. Así, la naturaleza no sólo tiene que ser cambiada. Más bien, el control que ha tenido sobre nosotros tiene que debilitarse y, si es posible, llevado a su fin. El humano perfeccionado no sólo tendrá una naturaleza que es diferente de la nuestra. Idealmente, ellos no tendrán naturaleza en absoluto, nada que los limite en cualquier forma. Esta versión post-humana radicalmente perfeccionada de nosotros mismos se avizora como un ser sin naturaleza. La naturaleza del humano perfeccionado, de hecho, es una no-naturaleza.


No obstante, nuestra naturaleza se identifica bastante con nuestro cuerpo, esto es, con el hecho de que nuestra existencia es, al menos por ahora, inseparable de un cuerpo orgánico. Por esta razón, el intento de superar la naturaleza humana se comprende en la práctica como el intento de reducir, y finalmente eliminar nuestra corporeidad. Por lo tanto, el perfeccionamiento del humano se imagina con frecuencia como la fusión del cuerpo humano con máquinas, la sustitución de sus partes orgánicas, y de ahí perecederas, con dispositivos artificiales más durables, menos destructibles con facilidad, y finalmente la sustitución, o más bien el remplazo del cuerpo orgánico a través de la descarga de la persona individual en una computadora, lo que entonces nos permitiría tener una existencia post-orgánica, digitalii. La naturaleza del humano perfeccionado es idealmente una naturaleza incorpórea, y por esta misma razón, una desnaturalización, porque es la ausencia de un cuerpo lo que más claramente muestra la ausencia de naturaleza o, más bien, nuestra liberación respecto a esta.


Sin embargo, hay otra interpretación de la naturaleza humana que es tan importante para el transhumanismo, y en general, para el proyecto del bioperfeccionamiento humano, como la que acabamos de discutir. Por una parte, como hemos visto, el término “naturaleza” se usa para referirse a todo lo que nos limita en cualquier forma (y que por esta razón necesita ser superado). Esta interpretación de la naturaleza tiene decididamente una connotación negativa. Pero hay también un concepto de la naturaleza (humana) con connotación positiva, según el cual la naturaleza no es lo que necesita ser superado, sino más bien lo que nos capacita para ir más allá de esas limitaciones naturales, y también aquello en aras de lo cual debemos llegar más lejos. Nos volvemos contra la naturaleza como limitación, ya que no sólo tenemos que hacerlo, sino que también tenemos todo derecho a hacerlo, precisamente porque nuestra naturaleza es hacerlo de este modo (como Gregory Stock lo señaló una vez, robar el fuego de los dioses es “humano de forma muy característica”iii) y porque solamente podemos proteger, o tal vez honrar esta naturaleza, si hacemos todo lo que está en nuestro poder para resistir aquella otra, la naturaleza limitante. Según esta interpretación, el hombre es, como dijo Nietzsche, ¨el animal aún indeterminado”iv, pero no tanto en el sentido de que requeriríamos algo más para completarnos y hacernos completamente determinados (sea esto la sociedad, o la tecnología o algo más), sino en el sentido de que poseemos posibilidades de ser que ningún otro animal tiene y que quizás no han sido nunca comprendidas todavía por ningún humano, como también en el sentido de que cumplimos nuestro destino humano en la búsqueda de esas posibilidades. Nuestro ser-aún-indeterminado no es tanto un hecho de la existencia humana con el que tenemos que enfrentarnos de una u otra forma, como una posibilidad esencial, pero una vez más, tampoco una posibilidad meramente, sino también una misión. Mucho tiempo atrás, Pico della Mirandola describió ya al humano como un animal cuya naturaleza es no tener naturaleza, y creyó que esto era exactamente lo que hacía especial al humano, lo que nos daba dignidadv. Llegando de lo más bajo a lo más alto, todas las esferas del ser están abiertas para nosotros, pero no hay duda de que a fin de cumplir nuestro destino y hacernos verdaderamente humanos necesitamos aspirar a lo más alto. Potencialmente, todos somos dioses, y porque lo somos y en la medida en que lo somos, debemos ser dioses, por tanto fallamos en ser lo que somos (o lo que estamos destinados a ser) si nos contentamos con ser animales.


Una interpretación muy similar e igualmente normativa de la naturaleza humana subyace frecuentemente a las demandas actuales a favor de un perfeccionamiento biotecnológico del humano. Nada parece impedirnos ya que nos diseñemos en cualquier forma que creamos conveniente. Que renunciemos a la posibilidad de mejorarnos a nosotros mismos (esto es, de superar las limitaciones actuales de nuestra existencia) es difícilmente imaginable, no sólo porque estamos constituidos en tal forma que nos encontramos empujando siempre hacia adelante, sino también porque traicionaríamos nuestra propia naturaleza si lo hiciéramos. Podemos pensar. Podemos juzgar. Podemos tomar control de las cosas de acuerdo con nuestros pensamientos y juicios; podemos moldear el mundo, y moldearnos y cambiarnos a nosotros mismos. Esta clase de compromiso creativo con el mundo, la remodelación de lo dado, es la verdadera meta de las facultades racionales que poseemos y es esta meta lo que nos hace ser lo que somos. Por tanto, en esta concepción el propósito de la razón no es capacitarnos, como sugiere Kant, para contemplar con admiración “los cielos estrellados sobre mí y la ley moral dentro de mí”. Más bien tenemos razón para que podamos usarla para mejorar nuestras vidas (y en última instancia, la mejor forma de hacerlo es perfeccionándonos a nosotros mismos)vi. Por tanto, la razón humana no es primariamente una herramienta para la construcción de teorías sobre el mundo, sino que está esencial y eminentemente orientada a la práctica, y nuestra capacidad es vivir por medio de esta razón y darle tanto espacio como sea posible como humanos y que nos haga especiales.


Pico della Mirandola. sin embargo, pensaba que el tipo de perfeccionamiento al que la razón serviría sería ante todo un perfeccionamiento moral, la realización de la más alta naturaleza del hombre. Hoy ya este no es el caso. Por el contrario, si entendemos por perfeccionamiento humano cualquier mejora que pueda resultar de la eliminación de límites y del desbloqueo de nuevas posibilidades, entonces no hay perfeccionamiento humano simplemente porque no se busca ninguna mejora particular. El objeto principal parece ser la libertad en sí misma, y no necesariamente la libertad para alcanzar ciertas metas que hemos identificado como deseables, pero que no hemos sido capaces de alcanzar porque se nos ha impedido hacerlo por las limitaciones de nuestra naturaleza. El verdadero objeto del deseo parece ser no la posibilidad de hacer o de ser esto o aquello, sino más bien hacer o ser cualquier cosa que pudiéramos desear hacer o ser, cualquiera que esta sea. Por tanto, la libertad respecto a la determinación no es necesariamente un medio para alcanzar ciertos fines. Ella es el fin. Incluso cuando otras metas más concretas se persiguen, ellas son vistas en definitiva como medios para lograr una mayor libertad.


A través de un ejemplo, vamos a darle un vistazo a la extensión radical de la vida y a la derrota de la muerte (o más precisamente, de la necesidad de morir), que se muestran con particular urgencia en algunos de los exponentes que más se pronuncian a favor del perfeccionamiento humanovii. Científicos incontables se encuentran ocupados tratando de averiguar qué nos hace exactamente envejecer, con la esperanza de que pudieran encontrar formas de desacelerar y detener el envejecimiento, y de que un día incluso podamos revertirlo. Sin embargo, esto sólo puede lograrse si logramos reprogramar el cuerpo humano, sin el cual no podemos siquiera existir y cuya constitución nos impide que alcancemos esas metas. Necesitamos cambiar nuestros procesos corpóreos de tal forma que se produzca un espacio libre, como si dijéramos, un espacio sin naturaleza, que nos permita vivir indefinidamente. Pero si se pregunta por qué querríamos vivir tanto tiempo, para qué es buena una vida tan extendida, entonces la mayoría de las veces se nos dirá que necesitamos una vida más extensa para poder realizar las múltiples posibilidades de nuestra existenciaviii. Por lo tanto, lo que promete la inmortalidad es un alivio a la necesidad de comprometerse con una forma de vida particular, o más precisamente, de ser una persona particular que con el aumento de la edad encuentra cada vez más difícil alejarse del camino bien transitado de la vida y reinventarse radicalmente. Comúnmente se piensa que una vida potencialmente infinita nos permitiría empezarlo todo otra vez cuando deseemos hacerlo. Podríamos mudar nuestras viejas vidas como una serpiente muda su piel, para emerger rejuvenecidos tanto en cuerpo como en mente. He demostrado en otra parte que esto es de hecho una ilusiónix. Lo que estoy tratando de puntualizar aquí es simplemente que es la indeterminación en sí misma, en definitiva, el ser indeterminado, lo que se considera como intrínsecamente valioso y como el centro normativo de la naturaleza humana. Somos animales indeterminados no de hecho, o al menos no suficientemente, sino respecto a nuestro potencial inherente y propósito último. En otras palabras, No es el humano tal como es hoy quien es indeterminado, sino el humano radicalmente perfeccionado que es o que será, y es precisamente la esperada disminución de la determinación lo que lo hace un humano perfeccionado, esto es, un humano mejor. Y como entendemos la determinación en tanto naturaleza, o la naturaleza en tanto determinación, la naturaleza del humano radicalmente perfeccionado es en realidad, ciertamente, su no-naturaleza.


Para recapitular: la concepción del mundo transhumanista se apoya en dos concepciones de la naturaleza diferentes y de hecho, diametralmente opuestas, a saber, (a) una naturaleza que nos limita como seres orgánicos corpóreos, nos confina en formas particulares de vida y cercena nuestra autonomía, y (b) una naturaleza que se expresa en nuestras facultades de razonamiento y nuestra voluntad, que es nuestra esencia real, y que no puede sino rebelarse contra aquella otra naturaleza confinada, cuya meta final es la completa eliminación de límites, la consecución de una autonomía perfecta. Esta oposición revela una idea dualista del humano, casi maniquea, según la cual el cuerpo ha de entenderse como nuestra naturaleza maligna, que debemos tratar de superar, y la mente (y por tanto la voluntad, que está informada por la mente) como nuestra naturaleza buena, verdadera, que necesitamos proteger y nutrir. En contraste, aquellos que han expresado serias dudas sobre la posibilidad y lo deseable que pudiera ser el perfeccionamiento radical propuesto del humano, los llamados críticos bio-conservadores como Leon Kass, Michael Sandel o Francis Fukuyama, pueden ser reconocidos por su negativa a aceptar esta dicotomización básica de la naturaleza humana. Generalmente, los bio-conservadores no están particularmente preocupados por el hecho de que somos seres limitados. Por el contrario, se inclinan a ver nuestras diversas limitaciones como algo bueno: nos dan una identidad, creando valores y abriendo posibilidades. Si estamos limitados en todas las formas, entonces aquellas limitaciones nos hacen exactamente lo que somos, no sólo en términos de nuestras debilidades, sino también en términos de nuestras fortalezas. Todo lo bueno que podemos experimentar, lo podemos experimentar en el contexto de dichas limitaciones. De modo correspondiente, los bio-conservadores tienen también una postura en relación al cuerpo que difiere considerablemente de la que tienen los transhumanistas. El cuerpo humano es parte de la naturaleza humana, y es precisamente su fragilidad y su vulnerabilidad (tan aborrecida por quienes ponen sus esperanzas en la tecnología para crear humanos mejores) la que es considerada tanto intrínsecamente valiosa (por ejemplo, porque nos integra en una comunidad humana), como simplemente una parte integral de la existencia humana, que no puede ser removida sin cambiar por lo tanto otros diversos factores de nuestro ser que apreciamos y que no queremos perder, ni debemos perder. Para los bio-conservadores no existe una dicotomía entre la naturaleza como limitación y la naturaleza (que permite la resistencia, que busca la eliminación de límites) como centro esencial del ser propio. Más bien, nuestra forma específica de ser limitados es nuestra naturaleza completa e indivisible, para bien y para mal, lo que significa decir que podemos hacer lo que podemos hacer debido a todas las cosas que no podemos hacer. Visto desde esta perspectiva, el control comprehensivo de nuestra propia existencia, el cual parece ser la meta de toda la empresa del perfeccionamiento, no es deseable en lo absoluto, no menos porque la razón por la que valoramos muchos aspectos de nuestra existencia es precisamente porque nos han tocado a nosotros, porque no podemos controlarlos, porque ellos eluden nuestro poder. El amor, la felicidad, la amistad, toda clase de experiencias, la vida en sí misma; todo esto nos toca. Nos encontramos en ello, y esto es una parte esencial de por qué lo valoramosx.


Pero incluso si esto no fuera así, aún si el control totalmente abarcador (esto es, la existencia sin limitaciones ni naturaleza) fuese de hecho deseable, pudiera ser el caso de que el plan en su totalidad tendría que fallar, simplemente porque es contradictorio en sí mismo, como el escritor y filósofo inglés C. S. Lewis argumentó hace muchas décadas en contra de los condicionantes de su propia épocaxi.En The Abolition of Man (Nota de la traductora: La abolición del hombre), que hoy es tan actual como lo fue hace setenta años, él analiza la expresión, usada entonces ampliamente, de la Conquista de la Naturaleza por el Hombre, preguntándose en qué sentido exactamente podemos decir que el hombre ha conquistado, o ganado mayor control sobre la naturaleza. Él llega a la conclusión de que, ante todo, el poder que obtenemos sobre la naturaleza a través del uso de nuevas tecnologías no es en realidad nuestro poder. Más bien, el poder pertenece a la propia tecnología, la cual usamos pero que también podemos perder en cualquier momento. Podemos controlar temporalmente más cosas, pero también nos hacemos más dependientes. El poder que al parecer hemos obtenido de hecho es solamente prestado. Es un poder por delegación, y como tal puede transformarse rápidamente en una mayor impotencia, si el origen real del poder se niega a colaborar repentinamente. Un solo error en el sistema nos deja indefensos.


En segundo lugar, el poder que los humanos poseen a través de la tecnología nunca está disponible para todos los humanos. Ese poder descansa siempre de hecho en manos de algunos, que entonces pueden usar ese mismo poder contra otras personas. El poder que tenemos es por tanto también un poder del que somos víctimas, al menos potencialmente. La poderosa bomba que yo desarrollo siempre puede terminar siendo utilizada contra mí y por lo tanto destruirme. Cada incremento del poder también incrementa la vulnerabilidad.


En tercer lugar, la idea del poder y el control total, alcanzados a través de la ciencia, es auto-contradictoria. Para ser consistente, el condicionante necesita también tirar por la borda los valores y las metas que dirigen sus propias acciones y el uso que él hace de la ciencia y la tecnología, porque tampoco ellos pueden seguir siendo considerados como algo dado. Ellos también tienen que ser controlados y convertirse en productos de un acto de diseño deliberado: “es función de los Condicionantes controlarlos, no obedecerlos. Ellos saben cómo producir conciencia y decidir qué tipo de conciencia producirán”(AM 74). Pero, ¿sobre qué base ellos deberían decidir qué valores quieren seguir? La ciencia misma no puede proporcionar lo que ellos necesitan, porque como Jaspers lo ha señalado debidamente, esta “no da respuesta a la pregunta por su propio significado. La existencia de la ciencia descansa sobre impulsos para los que no hay prueba científica de que sean verdaderos y legítimos” (PE 10). Sin dicha base, cada decisión se hace arbitraria y producto de un mero capricho. Sin embargo, esto quiere decir que todas nuestras decisiones son ahora enteramente accidentales y dejan de ser nuestras en cualesquiera formas significativas. Las decisiones son hechas sin la razón, lo que significa que de hecho somos nosotros quienes las hacemos. Una vez que nuestro control es completo, no somos más que los peones de nuestros caprichos, así que paradójicamente, como Lewis lo señala, la naturaleza, liberada ahora de todos los valores, controla a los condicionantes y a través de ellos a la humanidad toda. “La conquista de la naturaleza por el hombre se vuelve, en el momento de su consumación, en la conquista del hombre por la naturaleza” (AM 80).


En cuarto lugar, nos reducimos a la naturaleza convirtiéndonos en algo controlable. Según Lewis, llamamos naturaleza a todo lo que en principio puede ser controlado, así que el precio que pagamos para hacernos un objeto de control (nuestras emociones, nuestra conciencia) es que ahora tenemos que vernos y tratarnos exactamente como otra pieza de la naturaleza. Controlando completamente la naturaleza, incluyéndonos a nosotros mismos, le damos incluso más espacio a la naturaleza. Todo se ha vuelto naturaleza, así que conquistándola, esta nos ha conquistado a nosotros. Lewis ve esto como el trato del mago, mediante el cual sacrificamos nuestra alma, es decir, nuestro yo, para ganar poder. Pero como en cualquier trato adecuado del mago, este poder entonces no pertenece en lo absoluto realmente a nosotros, sino a quien le hemos vendido nuestra alma: “si el hombre elige tratarse a sí mismo como materia prima, será materia prima: no materia prima para ser manipulada por sí mismo, como él imaginó tiernamente, sino por el mero apetito, esto es, la mera naturaleza, en la persona de sus deshumanizados Condicionantes”(AM 84).


Para ver cuán en lo cierto estaba Lewis en su valoración, uno sólo tiene que mirar la forma en que las nuevas tecnologías del perfeccionamiento se están usando realmente y en qué clase de uso parece estar interesada la gente. Un buen ejemplo es la molécula oxitocina, una hormona que se encuentra en los mamíferos y que también funciona como un neurotransmisor, la cual se ha hecho célebre como la hormona del amor o hormona del abrazo. Supuestamente esta mejora nuestra competencia social, nos hace más agradables y considerados, más sociables y simpatéticos con la situación difícil de los demás, generalmente más confiables y a la vez más confiadosxii. Supuestamente incluso aumenta el impulso sexual masculino. Naturalmente, todo esto la hace parecer bastante atractiva, lo que no ha pasado inadvertido por la industria farmacéutica, ya que esta ha hecho disponible este neurotransmisor en forma de sprays nasales, lo que se celebra por algunos como un gran logro, como un importante paso hacia el mejoramiento moral de la humanidad que se necesita con urgencia. Sin embargo, la estrategia de mercado para estos sprays transmite un mensaje muy diferente y muestra claramente qué está pasando realmente. El spray de oxitocina Liquid Trust Enhanced, por ejemplo, se anuncia como “confianza embotellada” y se promociona abiertamente como un medio extremadamente eficaz para manipular a otras personas y hacer que hagan lo que uno quierexiii. Bajo la consigna “la confianza es poder” la compañía enumera con orgullo las muchas formas en las que el producto hará que otros se sientan inclinados a confiar en mí y me ayudará por tanto a cerrar tratos, a impresionar a mi empleador, o simplemente a mejorar mi posición con los socios deseados.


El ejemplo muestra cómo el humano mejorado de la imaginación transhumanista se vuelve mejor para manipular las realidades sociales, pero también, y por la misma razón, mucho más vulnerable a la manipulación de otros. Mientras más extenso es el control que tenemos sobre el mundo, más extenso es el control que el mundo tiene sobre nosotros. Por lo tanto, la no-naturaleza del humano mejorado, cuya realización es la meta de todo el proyecto del mejoramiento humano, coincide en última instancia con la completa naturalización del humano y, precisamente por esta razón, pone fin a nuestra existencia como humanos.











i Karl Jaspers, Philosophy of Existenz, trad. de Richard F. Grabau, Philadelphia: University of Pennsylvania Press 1971, pp. 26-7. [En lo que sigue citado como PE]

ii Véase Michael Hauskeller, “Messy bodies. From Cosmetic Enhancement to Mind-Uploading”, Trans-Humanisties, 6/1 (2013), pp. 73-88; y Michael Hauskeller, “My Brain, My Mind, and I: Some Philosophical Problems of Mind-Uploading”, International Journal of Machine Consciousness 4-1 (2012), pp. 187-200.

iii Gregory Stock, Redesigning Humans, London: Profile 2003, p. 2.

iv Friedrich Nietzsche, Beyond Good and Evil: Prelude to a Philosophy of the Future, trad. de Walter Kaufmann, New York: Vintage Books 1966, p. 62.

v Giovanni Pico della Mirandola, On the Dignity of Man, On Being and the One, Heptaplus, New York: Macmillan 1985, p. 4.

vi Véase Michael Hauskeller, “Prometeus Unbound. Transhumanist Arguments fron (Human) Nature”, Ethical Perspectives 16/1 (2009), pp. 3-20.

vii Por ejemplo, para nombrar sólo unos pocos, Max More (en este volumen), Nick Bostrom, Aubrey de Grey, o John Harris.

viii Véase Alan Harrington, The Inmortalist: An Approach to the Engineering of Man’s Divinity, New York: Random House 1969, p. 182; también James Stacey Taylor, Practical Autonomy and Bioethics, New York: Routledge 2009, p. 109, quien considera el envejecimiento y la muerte como restricciones biológicas a la autonomía.

ix Michael Hauskeller, “Forever young? Life Extension and the Ageing Mind”, Ethical Perspectives 18/3 (2011), pp. 385-406.

x Una justificación más detallada de esta afirmación la he proporcionado en Michael Hauskeller, “Human Enhaceent and the Giftedness of Life”, Philosophical Papers 40/1 (2011), pp. 55-79.

xi Clive Staples Lewis, The Abolition of Man, New York: Macmillian, 1955.[En lo que sigue citado como AM]

xii Véase Paul J. Zak, The Moral Molecule: The New Science of What Makes Us Good or Evil, London: Bantam, 2012.

xiii https://www.verolabs.com/Default.asp , accedido por última vez en diciembre 21, 2013.

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