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Letralia. Edición No. 86, 7 de febrero, 2000. Cagua, Venezuela. En:
Según J. Ortega y Gasset, el ser histórico del hombre, su
historia transcurrida y realizada en el pasado, revela una realidad
trascendente a toda ciencia del hombre, pues el drama de lo humano se fija en
el lenguaje de los aconteceres en los que la vida se derrama en su fragilidad,
en su indigencia de ser, que en su menesterosidad pone de manifiesto un
sentido, una razón, una tendencia e inteligibilidad, transparencia inmanente a
lo que fuese el hombre, puesto que el hombre es, y puede ser, tan sólo según su
pasado. Es el pasado entonces lo que ha de constituir la única realidad
tangible que proporciona toda posible consistencia a lo humano; como también la
expresión de la única posibilidad de ser que tiene el hombre. Lo que sea el
hombre, no puede entonces resultar jamás ajeno a este pasado. La riqueza del
pasado —o su pobreza, su indigencia de ser— podrían proporcionar la pauta de
solidez, la medida de sustancialidad al ser del hombre, como norma
intransferible de toda razón o sentido de su historia. Y este sentido adviene
en la medida y según la pauta con que el hombre se apropia de su pasado, lo
recrea y lo trasciende.
Por demás, ¿no se hacen acaso manifiestos los orígenes en
el pasado, como también la tradición, en la que éstos se descifran y encubren,
simultáneamente? La tradición puede cristalizar el pasado en su transparencia y
crear al mismo tiempo la expresión de su rigidez. Pero, sobre todo, contribuye
a proporcionar a la historia su sustancia; a preservar el secreto del drama
universal de una humanidad temporal en lo inefable del ser y a ensayar los
desciframientos de sus múltiples simbolismos y significaciones. Puesto que la
tradición es tiempo; tiempo fijado y conjurado una y otra vez en los llamados
de la cultura, diálogo permanente con el tiempo. Genealogía que revitaliza la
presencia de los progenitores, de los fundadores; recreación del tiempo entre
las ilusorias grietas abiertas por la actualidad, cuya máscara puede desfigurar
el presente.Un rescate, o más bien, recreación del tiempo, adviene en
la obra de reconstrucción histórico-poética que el tema de la transculturación
nos sugiere en el pensamiento de Fernando Ortiz. Una recreación que las
frustraciones del joven espíritu nacional y los conclusivos frutos de un tercio
de revoluciones libertadoras favorecieron, como suerte de síntesis, pero sobre
todo, de recuentos. Una búsqueda del sentido y transparencia de lo cubano en
sus desarraigos y desgarramientos.
Puesto que toda criatura se asemeja a sus progenitores
—lo mismo que a su historia pasada; acaso a su arquetípica prehistoria— es, de
algún modo, a imagen y semejanza, una análoga réplica de sus orígenes. La
cubanidad se cifra en origen, en ancestrales tradiciones e historias
trasplantadas al nuevo ser que la constituye en el remolino de las
transculturaciones, en que se funden civilizaciones y se torna sospechosa toda
fijación.1 Pues la transculturación, imagen de la
cubanidad para Fernando Ortiz,2 conjuga la representación integradora
del pasado con la intuición de la nascencia de un sentido de futuridad;3 rastro, huella
o trayecto, presente en el huidizo linde de toda historia transcurrida. Imagen
que no sólo complementaría el significado, ya reconocido, del sincretismo
conceptual característico del pensamiento de Ortiz (según ha sido establecido
desde la óptica de la interdisciplinariedad científica);4 sino que
abriría la posibilidad misma de este sincretismo, desde su proyección creadora
hacia lo cubano en su singularidad.5 Apertura transida de una personal
entrega a la búsqueda de una progenitura desde los orígenes, para mostrarlos
multidimensionados e irreductibles a las consistencias de una historia ya
fijada como pasado; potenciados y reconstruidos, entonces, en sus proyecciones
dialógicas con el tiempo.
Como es conocido, el ideal martiano de la integración
nacional fue asimilado por Ortiz en la convergencia de sus multidisciplinarios
esfuerzos investigativos, con la convicción de que sin su plena realización la
nacionalidad cubana no alcanzaría las consistencias de la madurez. A su juicio,
la ciencia antropológica debía contribuir a la asimilación positiva de los
mestizajes culturales y a la superación de los desgarramientos étnicos, en
virtud de la comprensión y del rescate creador de aquellas esencias de valor
sustantivo6 de la cubanidad, en las que podría ser
reconocida la raíz ontológica de todos sus orígenes. Su permanente afán por la
objetividad científica —que concibe en correspondencia con los paradigmas del
positivismo—; su esmerado empirismo y sus acuciosos análisis no deben, empero,
dejarnos engañar. Aunque ciertamente, éstos contribuyeron a colocar "en el
terreno de la interpretación científica de los hechos",7 el
conocimiento de la composición étnica cubana, la reconstrucción orticiana de
los factores humanos de la cubanidad aspira a una metaforización que se
construye desde el proyecto de una imagen, que no encaja por completo en la
mensurable ortodoxia de la tradición científica, cuyas pautas estaban sujetas
al prestigio alcanzado por las ciencias naturales y a las de su idealización
positivista y filosófico-materialista.
Es por eso que un positivismo de enfoques, en Ortiz, no
resultará ajeno a propósitos que trascienden al ideal positivista y
naturalista, sujeto al "imperio del silogismo",8 al que la
percepción orticiana del etnos9 desbordaría en las imágenes
cronotrópicas (M. Bajtin) de tipos humanos, no agotadas ni agotables, sino sólo
aproximadamente traducibles, a los sincretismos conceptuales de su concepción.
Pues en su obra, la lectura del lenguaje científico-conceptual carece de
significación exclusiva, al margen de las imágenes "transliterales"
correspondientes, en las que el concepto se traduce a la imagen literaria y
poética como reconstrucción de los orígenes, multidimensionándose y
proyectándose más allá de sí mismo. Por eso, la representación orticiana del
etnos desborda la etnografía, al invadir el terreno de una historia que
registra los orígenes y que al mismo tiempo, se refracta a sí misma como
metahistoria; como estudio del mito del origen o mitología. Pues la historia de
los mitos es historia de lo atemporal, reconstrucción poética de los hechos.
La percepción orticiana de la cultura afrocubana resulta,
por consiguiente, inconmensurable tanto respecto a los "modelos" de
las sociedades primitivas del estructuralismo, como a los racionalistas,
vigentes en las representaciones científicas de las sociedades occidentales.10 No se trata,
para Ortiz, de hacer encajar en las generalizaciones a los hechos particulares,
sino más bien, de espacio-temporalizar, en sentido literario —a la manera de un
gran fresco, similar a los múltiples planos de una posible novela— a los
fenómenos de la cultura, en la búsqueda de aquella dimensión de lo universal,
sin cabida en las solas abstracciones científicas, que Miguel de Unamuno
concibiera desde lo "individual humano"; "cifra perdida"
para José Lezama Lima: lo "universal-otro".
La conformación de estratos originales en la estructura
étnica de la población cubana (formaciones etnoculturales originales) integra
formas de síntesis de sus ingredientes, donde el "hecho" se
trasciende. La unidad, antropológica y originaria (constitutiva), trasciende en
el etnos toda linealidad temporal y transfigura la significación de factores
humanos de origen diverso, adjudicándoles, en su conexión e integridad, nuevas
dimensiones de sentido. Pero si bien la unidad en el mestizaje, devenida factor
antropológico constitutivo en el etnos, encarna lo típico y la posible
existencia de tipos humanos originales, la cubanidad no es reducible al etnos o
a su relativa provisionalidad; esto es, al modo históricamente transitorio y
con ingredientes frecuentemente fugaces, en que la unidad se fragua en los
mestizajes. Como cualidad peculiar de la cultura de Cuba, la cubanidad se forma
para Ortiz a expensas de los desgarramientos del etnos y de la aspiración a una
forma o unidad superior, que lo trasciende en su cualidad provisoria y se
revela en los orígenes y en su condición de futuridad.
Los estudios etnográficos de Ortiz se orientaron en
dirección diferente a la establecida por esa época como paradigma en las
teorías etnográficas al uso. Le corresponde el mérito de haber develado
aspectos esenciales de las relaciones entre el etnos —reducido por entonces
habitualmente a la imprecisa y problemática noción de la raza, que había sido
erigida en sinónimo de "cultura"—, y la historia,11 identificada
en la tradición occidental con la historia de las razas y las etnias portadoras
de su cultura, fuera de la cual había quedado el resto de las razas y las
etnias del planeta, las que, en todo caso, habían sido concebidas sólo como
teniendo una participación limitada y subordinada respecto a la historia
occidental (Leopoldo Zea).
Por otra parte, Ortiz ratifica la postulación del
autoconocimiento como expresión de la aptitud para el progreso, no fundada en
la "raza" o en caracteres culturales supuestamente invariables, idea
asimilada en los fundadores del pensamiento cubano (J. Agustín Caballero;
Varela; Saco; Luz), principalmente, por influencias de la tradición occidental.
La autognosis, fundamento ético del proceder según la antigua tradición socrático-platónica,
se asimila por Ortiz desde un evolucionismo ético al que se mantendría fiel,
aun cuando llegara a rechazar otros aspectos de la doctrina positivista que lo
sustentara, inspirando sus inquietudes científicas iniciales. Estimaría
entonces que el progreso social —esa poderosa, y sin remedio alucinante imagen
teleológica con la que la conciencia histórica se proyecta a sí misma desde la
modernidad— no se realiza por el cauce de un devenir espontáneo, sino en la
continua superación de los prejuicios étnicos, éticos y religiosos que, según
Ortiz, requiere de la contribución de la ciencia antropológica, devenida
instrumento, parejamente, de la autognosis y del progreso.
La perspectiva de Ortiz incorporará entonces a la imagen
de la cubanidad, el significado original de la "transculturación".
Para José Lezama Lima, esta imagen se representaría por una vía analógica
respecto a los valores universales de la cultura clásica, en la conducción a un
despertar del ser por el autoconocimiento de su esencial humanidad. El
re-conocimiento de una unidad esencial del hombre, trascendiendo lo espontáneo
—en virtud de la autognosis—, es para Lezama, no obstante, una posibilidad no
accesible a todos.12 Para Ortiz, la razón,
vista no sólo desde la óptica del modelo positivista, sino desde los matices de
su más profunda raíz ilustrada —y por consiguiente, como capacidad genérica por
la que se accede a las verdades comunes y universales dentro de los límites de
la experiencia—, puede revelar la historia a través de experiencias tangibles
para cualquier individuo, en virtud de la descripción empírica: no hay más que
consignar esa experiencia y describirla en la constatación de los
"hechos", tarea que corresponde a la ciencia antropológica. No
obstante, también en Ortiz es analógica la descripción misma, en la que la
imagen no se agota: "Hay algo inefable que completa la cubanidad del
nacimiento, de la nación, de la convivencia y aun de la cultura",13 indica.
Como es conocido, hasta el pasado siglo los estudios
culturales habían sido objeto de atención únicamente en concepciones
filosóficas y sociológicas de carácter teórico general, siendo en el presente
cuando los estudios sobre el etnos y la etnografía contribuyeron a establecer
los vínculos entre las teorías de la cultura y aquellos caracteres
antropológicos susceptibles de descripción pormenorizada, colocándose los
estudios culturales a un nivel accesible a la ciencia empírica. El primer
estudio integralmente realizado sobre la cultura de Cuba dentro de estos
contextos —con preliminares en los trabajos sobre los brujos y los ñáñigos— fue
abordado por Ortiz en su investigación sobre los negros curros como grupo
étnico y tipo humano original de la cultura cubana, fruto de la
transculturación. Pues Ortiz inaugura el estudio del etnos a la luz de la
transculturación y muestra que, siendo expresión de lo afrocubano, la currería
criolla del negro corresponde a su tipicidad como neoformación transculturada.14
Las dificultades a las que tuvo que enfrentarse Ortiz en
el estudio de los múltiples amestizamientos, transfusiones recíprocas de
culturas y transculturaciones, todos éstos procesos complementarios en la
historia de Cuba, fueron las que por necesidad tenían que afrontarse en un
campo de investigación no sólo intrincadísimo, sino desconocido básicamente
hasta entonces. La cuestión del mestizaje presentaba en Cuba dificultades
específicas, que Ortiz consideró en su correspondencia con particulares
circunstancias histórico-sociales, las cuales condicionaron sus diferencias
respecto a sus proyecciones continentales, donde la conservación de culturas
autóctonas complicaba esta cuestión con matices diversos a los de la ínsula. Es
inobjetable que la conservación de tradiciones y normas sociales de conducta en
los grupos étnicos autóctonos representa un importante factor de continuidad histórica,
del que no dispone el mestizo en similares condiciones, pues este último es
producto nuevo de la mezcla de culturas, a su vez desarraigado —característica
antropológica, o más bien ontológico-existencial— de los orígenes culturales de
su procedencia. Ortiz indica:
"En la
gran tragedia histórica de todas las razas subyugadas (...), uno de los
sufrimientos más crueles ha tenido que ser el de tener con frecuencia que
negarse a sí mismas para poder pasar y sobrevivir, el de esconder el alma en lo
más recóndito de una caverna de conducta hecha de forzadas hipocresías, de
defensivos mimetismos, de dolorosísimas renunciaciones. En Cuba, los negros
tuvieron que abstenerse, aceptando, a la vez de grado y de fuerza, la posición
distinta que el sojuzgamiento les señaló en la estratificación social que los
explotaba. Pero el mestizo sufrió más, sufrió la presión centrífuga de dos
mundos, del futuro que aún no lo aceptaba y del pasado que ya no lo reconocía.
Y el alma mulata padeció la vida de lo inadaptado. O tenía que manifestarse
ante el mundo como un negro, sin serlo; o como un blanco, sin serlo tampoco. En
cualquiera de las dos posiciones, su expresión emocional hallaba obstáculos
(...), uno de los obstáculos más resistentes (...) ha debido ser la resistencia
despreciativa del blanco, debida en parte a los ancestrales prejuicios étnicos,
reforzados por los privilegios económicos (...)".15
Con relación a las especificidades regionales de las transculturaciones
y mestizajes en América Latina, Ortiz estima como su base de partida el proceso
que la terminología lascasiana denominara "destrucción de las
Indias", resultante del impacto o choque violento de las culturas
preletradas continentales y las de los indoantillanos con la alta cultura
europea del siglo XVI (sic).16
Ortiz sostenía un cuidadoso empeño de precisión histórica
en su comprensión de las culturas americanas. Lo común con otras culturas, y el
sustancial débito a la europea —para nada excluyentes con relación a lo
específico— podría hallar cabida en las regiones de la universalidad de esas
estructuras antropológicas arquetípicas que C. G. Jung denominara, sin
desprenderse del todo de las influencias freudianas, el "inconsciente
colectivo" (Juan Liscano);17 si bien las
transculturaciones no se producen en todo proceso donde ocurre una
interpenetración u ósmosis de culturas. Mas la noción y significado de la
transculturación en el pensamiento de Ortiz hunde, empero, sus raíces
principales, en la comprensión de la historia y de la cultura de Cuba según lo
que pudiéramos considerar un caso extremo, o el arquetipo de las
transculturaciones. Ortiz estima al respecto:
"En todos
los pueblos la evolución histórica significa siempre un tránsito vital de
culturas a un ritmo más o menos reposado o veloz; pero en Cuba han sido tantas
y tan diversas en posiciones de espacio y categorías estructurales las culturas
que han influido en la formación de su pueblo, que ese inmenso amestizamiento
de razas y culturas sobrepuja en trascendencia a todo otro fenómeno
histórico" (N.A. El subrayado es mío).
Y
luego:
"(...) en
Cuba (...), como en pueblo alguno de América, su historia es una intensísima,
complejísima e incesante transculturación de varias masas humanas, todas ellas
en pasos de transición. El concepto de transculturación es cardinal y
elementalmente indispensable para comprender la historia de Cuba y, por
análogas razones, la de toda la América en general"18 (N.A. El
subrayado es mío).
No es ocioso recordar que la ola de reacciones que
despertaran los fatalismos de la filosofía spengleriana de la cultura, desde
las fronteras centristas de sus clásicos universos cerrados y expuestos a una
suerte de entropía autofágica —en hipérbole amenazante de tendencias advertidas
por la filosofía nietszcheana—, estuvo en el pensamiento iberoamericano
profundamente condicionada por las influencias de J. Ortega y Gasset. Pero si
la teoría de la razón vital de Ortega revalida ontológicamente el pasado
histórico desde la revelación racional del proceder humano, también deja abiertas
las puertas a la futuridad en el diltheyano sentido poiético de la historia.
Este aspecto de la filosofía de Ortega resultará de una significativa
proximidad respecto de la dirección historicista que adoptara el pensamiento
latinoamericano en el presente siglo y que, según José Gaos, es "la
orientación que ve en el hombre y en lo humano algo irreductible a la
naturaleza y lo natural y que contrasta en esta América con la orientación
naturalista general aún en el pensamiento de la sajona".19 Para Ortega,
razón y vida; razón y existencia; ser y posibilidad son, en su unidad,
subversivos de todo racionalismo cientificista; subversión que en la filosofía
de la razón poética de María Zambrano20 hallaría una
de sus expresiones más originales, frente al agostamiento del modelo
antropológico sustentado por el racionalismo tradicional que Spengler, a fin de
cuentas, también había constatado. Desde este contexto resulta posible
apreciar, más allá de las propias declaraciones de Ortiz, los límites que
suponen las clasificaciones de su pensamiento como mero exponente del
positivismo, sin tomar en consideración el contrasentido inaceptable de que
Ortiz rebasara los esquemas de la ciencia ortodoxa, manteniéndose a la vez
indiferente a estas otras corrientes del pensamiento iberoamericano.
¿Por qué esta digresión, esquemática, pero necesaria? Es,
quizás, la transculturación la mejor expresión de la proximidad del pensamiento
orticiano a las tendencias no positivistas del pensamiento americano y europeo
de la época; expresión para nada ajena a las influencias recíprocas entre el
pensamiento de Ortiz y el vanguardismo cubano.21 Continuador de
la tradición realista —de la que lo mágico no pudo desprenderse— del
pensamiento americano, Ortiz, como J. A. Saco, "prefirió los hechos a las
doctrinas" y se "desentiende por lo general de éstas, aunque está
penetrado de ellas"22 (N.A. El
subrayado es nuestro).
No sería entonces desacertado estimar la
transculturación, acaso como antípoda de la filosofía spengleriana de la
cultura y como posible contribución a la delimitación de sus fronteras de
validez. Las coincidencias entre su inspiración de futuridad con la
filosófico-poética del pensamiento de Dilthey, de Ortega y de María Zambrano
merecería un análisis de las posibles relaciones entre el pensamiento de Ortiz
con el de esta orientación de la filosofía europea, por más que no existan
evidencias suficientemente explícitas en Ortiz que permitan confirmarlo
directamente; sobre todo, debido a su explícitamente elusiva actitud respecto a
la metafísica.
Spengler había construido una filosofía de la cultura en
la que la historia aparece, al decir de Ortega, como sustancia de los hechos, y
éstos como epidermis o epifenómeno de la historia, en la que encuentran su
significación. Su percepción de la historia continúa la línea básica trazada
por las filosofías de la historia de Occidente, a partir de la Ilustración. En
cambio, para Ortiz, los nexos entre los hechos y el devenir histórico se
realizan en un sentido inverso, pues los hechos humanos constituyen no otra
cosa que la propia sustancia antropológica23 de la historia
y el sustrato por la que ésta adquiere sus consistencias y posibles
significaciones espaciotemporales. Los "hechos humanos" constituyen,
entonces, la dimensión cronotrópica de la historia, en la que el tiempo
histórico se presenta no como devenir lineal —en el que "cabrían"
todos los posibles acontecimientos del mundo—, sino como la dimensión precisa
del acontecer humano en condiciones irrepetibles, concretas y relativas a un
universo físico y espiritual único. Pues Ortiz no explica los hechos humanos
desde una concepción o esquema de la historia, sino que encuentra a ésta desde
aquéllos. Destaca ciertas tendencias, insistiendo siempre en la necesidad de
completar los datos, para corregir posibles inexactitudes. Por eso, poner de
manifiesto la íntima provisionalidad de lo fáctico, de la realidad
"empíricamente constatable" en los hechos, ¿no contradice la fe
positivista en la validez absoluta de éstos?
No advirtamos, por consiguiente, tan sólo una muestra de
reconocida modestia en la continua insistencia de Ortiz sobre la imperfección y
provisionalidad de los resultados de sus indagaciones. Junto a la modestia,
prudente aquilatamiento de la naturaleza intrincada de lo estudiado, de los
versátiles hechos, realidades escurridizas y cambiantes en sus significaciones,
¿no cabría también reconocer la lúcida inquietud de una conciencia o percepción
de los límites insuperables de todo conocimiento histórico, en tanto saber
orientado, según Ortega y Gasset, a lo ya fijado en el pasado? Pues lo fijado,
¿no tiene sentidos diversos para la cultura, que reconstruye de modo recurrente
el pasado, en diálogo permanente con éste?
Por eso también, para Ortiz, la transculturación ha sido
vehículo de renovación de los antiguos centros de la cultura europea, una vez
que en desprendimientos sucesivos se convirtieron en partícipes activos del
proceso de neoculturaciones, de carácter endógeno en suelo americano, por la
constitución de nuevos centros en fusiones múltiples de diversos factores
culturales y humanos. Pues para Ortiz, los factores humanos contienen la
potencialidad de lo original e imprevisible en sus múltiples interrelaciones y
posibles modificaciones culturales,24 apreciación
ajena al espíritu positivista, marcado por el principio: "Ciencia;
Previsión: Acción" (Augusto Comte y sus continuadores más o menos
heterodoxos).
Si nos detenemos en los aspectos conceptuales que
intervienen en la formación de la noción de transculturación, y por lo tanto,
en su dimensión teórica, podemos distinguir diferentes etapas o momentos de
este proceso. En Los negros brujos (1906), el tema del mestizaje se
insertaba en el contexto de la transfusión o "traslación de
caracteres", proceso que Ortiz denomina de "influjo recíproco"
entre la raza blanca y la negra dentro de la mala vida cubana. Desde el comienzo,
la "mala vida" es un fenómeno de mestizajes para Ortiz, así como el
entorno original donde por vez primera abordara el estudio de lo afrocubano,
fruto genuino de este mismo proceso, que por entonces Ortiz refiere al carácter
sincrético de las religiones de los negros en Cuba. En esta época, el mestizaje
era concebido como fenómeno predominantemente psicosocial por Ortiz; esto es,
resultante de influencias psicosociales recíprocas entre las diversas razas y,
sobre todo, en sus significaciones criminológicas. No obstante, la novedosa
concepción de lo afrocubano complementaba esta perspectiva con una visión
sociológica y culturológica en ciernes, ajena a las interpretaciones de la
sociología criminal.
En estudios subsiguientes, como Los negros esclavos
(1916) y los primeros materiales publicados sobre el tema de los negros curros
(entre 1926 y 1928), la comprensión de las influencias recíprocas se va
instalando en una visión sociológica e histórica que sobrepasa a la meramente
criminológica y psicosocial, predominante al inicio, que será sustituida por la
tesis del mestizaje cultural, la cual subsume al psicosocial, entendido como
una suerte de soldadura y vehículo de las diversas "transfusiones"
entre los grupos humanos, "campo gris" al decir de Ortiz —ni blanco,
ni negro—, sólo parcialmente condicionado, en su visión original, por factores
históricos y sociales y antecesor conceptual, en resumen, de la tesis del
mestizaje cultural.
En sus estudios sobre el arte afrocubano, Ortiz realiza
una amplia y detallada reconstrucción histórica de las aportaciones de los
negros, ignoradas por la tradicional negativa prejuiciosa de los valores del
arte negro, así como de su trascendente influencia cultural en Cuba. La
dinámica y movilidad de los fenómenos culturales en la sociedad; su inserción
en diferentes estratificaciones y grupos sociales; su transmisión y
modificación en las valoraciones estéticas de esos grupos en condiciones
históricas diversas, era una realidad incompatible con el inmovilismo
prejuicioso de los racismos. En estos estudios, iniciados desde los años 20, la
tesis del mestizaje cultural se va perfilando y contribuye a modificar el lugar
y la significación que Ortiz atribuye a la "mala vida", noción ésta
que llegó a conservar en etapas bien tardías de la evolución de su pensamiento.
Tal modificación se evidencia porque la gente marginal va apareciendo para
Ortiz bajo la figura de vehículo para el mestizaje cultural y la
transculturación. La "mala vida" dejaría entonces de parecerle
estrictamente un mero fenómeno delincuencial (J. Le Riverend) y se torna para
Ortiz en un modo de integración, o más bien, de inserción, en la sociedad
cubana, de sujetos portadores de valores culturales en trance de desajuste
social por razones diversas, los que formaban el primer eslabón de los primeros
intercambios culturales entre la metrópoli y la colonia.25
El mestizaje cultural es una fase o componente esencial
del proceso de transculturación. En Los negros curros se interpreta en
fases históricas diferenciadas y evolutivas, hacia la creación por grados de
nuevos fenómenos. Allí aparece la idea de los grados de mestizaje apuntando
hacia la historicidad del mencionado proceso, en una retrospectiva de las
vicisitudes del negro curro como tipo humano —desde sus ancestros en Sevilla,
fuente de la currería; pasando por la mala vida de los blancos en Cuba,
propiciadora de la criminalidad que ampara el origen del negro curro; hasta la
extinción del tipo.
Con posterioridad, refiriéndose a la transculturación del
tambor africano en la cultura criolla, puede constatarse que en estos
fragmentos de Los negros curros, elaborados evidentemente después de
haber sido formulada la tesis de la transculturación en el Contrapunteo...
—pues la mencionada obra se publica en edición póstuma, reuniendo materiales
escritos en etapas diferentes—, la idea de los grados de mestizaje aparece ya
incorporada a la transculturación en su totalidad. Apunta Ortiz: "La
sintética transculturación blanquinegra, creadora de la música genuinamente
cubana, ha sido paulatina (N.A. Los subrayados son nuestros); primero muy
remilgada, como para encubrir sus atrevimientos, y luego sin tanto recato,
hasta con alarde coquetón de excusable desenfado".26
Pero ya en el Contrapunteo cubano del tabaco y el
azúcar (1940), Ortiz expondría, en torno a la transculturación, sus
apreciaciones relativas a la nacionalidad cubana, de tal modo que las
concebiría como indiscernibles respecto a ésta. Las incorporará en su
integridad, por vez primera, al estudio de la transculturación del tabaco en
tanto proceso raigalmente ligado a la formación de la nación cubana.
"Con la
venia del lector —indica—, especialmente si es dado a los estudios
sociológicos, nos permitiremos usar por primera vez el vocablo
transculturación, a sabiendas de que es un neologismo. Y nos atrevemos a
proponerlo para que en la terminología sociológica pueda sustituir, en gran
parte al menos, al vocablo aculturación, cuyo uso se está extendiendo
actualmente".27
Esta "parcial" sustitución no se refiere al
contenido, pues la noción de transculturación contiene y sobrepasa a la de
aculturación. La sustitución referida se propone en el uso de los vocablos,
como más justa y exacta por su amplitud, en un sentido lexicográfico. Continúa
Ortiz:
"Por
aculturación se quiere significar el proceso de tránsito de una cultura a otra
y sus repercusiones sociales de todo género, pero transculturación es vocablo
más apropiado".28
Es evidente que la transculturación no es sólo un
neologismo, un término nuevo, sino el término con el que Ortiz designa
íntegramente toda su concepción de la cultura de Cuba, sustancialmente
diferente de las teorías estructuralista y herskoviana de la aculturación.
Todos los aspectos de la historia de Cuba quedan así asumidos en la
transculturación: "La verdadera historia de Cuba —nos dice— es la historia
de sus intrincadas transculturaciones".29
Por otra parte, Ortiz emplearía indistintamente los
términos aculturación e inculturación para referirse a una misma tendencia.
Consigna además que la transculturación es término que expresa mejor las
diferentes fases del proceso de tránsito de una cultura a otra, el cual no sólo
consiste en la asimilación de una cultura distinta —tendencia que se designa
con la voz angloamericana acculturation—, sino que también supone la
pérdida o desarraigo de una cultura precedente; es decir, una parcial
desculturación. La condición para que se produzca la aculturación, por
consiguiente, es necesariamente la desculturación. Pero la transculturación
incluye, además, una tercera fase o tendencia: la creación de nuevos fenómenos
culturales o neoculturación. Es este momento el que expresa lo que hemos
considerado la proyección de futuridad; esto es, la impredecible constitución
de una realidad, que la transculturación requiere para su revelación y que
escapa a todo intento de "previsión científica".
El uso de la noción de transculturación en las últimas
décadas de este siglo se viene realizando ampliamente, mas en un sentido
polisémico que ha contribuido no poco a modificar su significado original; si
bien, en todos los casos, sus usos se justifican desde una perspectiva
básicamente hermenéutica. Se ha llegado a considerar la transculturación como
aspecto particular de la integración inter-étnica y como tendencia privativa de
este proceso, y no de la mera asimilación étnica, que para Herskovits —quien
llega a adoptar la noción de transculturación— es "a veces" una fase
de ella.30 Pero si se
circunscribe la transculturación únicamente a la integración inter-étnica, se
reduce notablemente su contenido al del grupo étnico, cuando en realidad su
ámbito trasciende hacia planos más amplios de las relaciones sociales entre
diversos grupos y estratos. Pues la transculturación posee un significado
fundacional y originario, en virtud del cual actúa generando nuevas estructuras
y relaciones entre los hombres. De ahí que, pese a las intenciones
antimetafísicas de Ortiz, su concepción de la transculturación desborda todos
los posibles límites de la descripción empírica y "científica", pues
más que resultado, es proyecto y posibilidad de una nueva contextura humana;
imagen, y por lo tanto, no sólo el apriori conceptual o ideal de una
"experiencia posible", sino la apertura a lo inusual e inesperado.
No deja de resultar significativo el periplo conceptual
de la trayectoria que la transculturación recorre en la obra de Ortiz, similar,
en ciertos aspectos, a la de cualquier teoría que inicia sus primeros pasos en
el conocimiento empírico, para ajustarse progresivamente a enfoques o
sistematizaciones de mayores vuelos. Desde su preformación —a partir de
nociones como el "sincretismo" y el "mestizaje cultural"—,
hasta su expresión íntegra en la interpretación de la historia de Cuba y de
amplias regiones de su cultura, la transculturación atraviesa como idea o
concepto dos fases principales en el pensamiento de Ortiz: una inicial,
"protoconceptual", abarcadora del estudio de ciertos modos y
manifestaciones particulares de la cultura, como la mala vida y el fetichismo
afrocubano, extendiéndose luego hacia formulaciones más abarcadoras, como la
reconstrucción antropológico-cultural del tipo humano representado por el negro
curro; para alcanzar más tarde formulaciones de tonos globalizadores, tales
como las del Contrapunteo..., donde el detenimiento en los fenómenos
particulares —i.e., en la transculturación del tabaco en Cuba— se realiza a la
luz de una perspectiva arraigada en matices históricos de más amplia dimensión
antropológico-cultural —en la historia universal de la transculturación del
tabaco. Tales representaciones no sólo presuponen lo primero, sino que rebasan
lo meramente descriptivo e inductivo, a la manera de las reconstrucciones
histórico-culturales de vastas esferas de la sociedad —como en los estudios
sobre el complejo universo del arte afrocubano.
Pero, según hemos estado reiterando, la transculturación
es, en rigor, no sólo la única teoría que puede atribuirse a Ortiz en su
exposición conceptual, sino una síntesis de imágenes y conceptos que desborda
el mero esquema atribuible a la "teoría", pues en ella no hay
conceptos diferenciados de las imágenes. Síntesis, por consecuencia, de
contenidos tanto científico-generales —en la medida en que apunta a tendencias
universales de la historia americana—, como filosófico-literarios, que permiten
a Ortiz fijar la singularidad del proceso en la constitución de la cultura
cubana. Pues la raíz última de la reflexión orticiana no es el concepto, al que
no obstante ella aspira; sino la existencia humana en todas sus posibles
dimensiones culturales —metafísica; histórica; social; psicológica—. Como
"teoría", aplicable por tanto a cualquiera de las culturas
americanas, la transculturación es concepto; logos, esquema. Como metáfora e
imagen, expresa la esencia única de lo cubano.
A partir de 1947, Ortiz amplía la serie de sus estudios
sobre la música y el arte afrocubanos, que en su conjunto aportan la primera
historia social de estos fenómenos culturales en Cuba. En Preludios étnicos
de la música afrocubana (1947-1949) retoma el vocablo aculturación, que
había rechazado parcialmente en su Contrapunteo..., pero adjudicándole
ahora un significado más amplio al que originalmente tuvo en el estructuralismo.
La reconstrucción de la noción de aculturación en 1949 se
realiza por sustitución de neoculturación, vocablo introducido en el Contrapunteo...
para referirse al resultado de la transculturación; esto es, a la creación de
una nueva cultura o de nuevos fenómenos culturales. En su nueva acepción, la
aculturación representará una síntesis de su significado original en el
estructuralismo, que resaltaba su lado pasivo, con el referido a la
neoculturación en tanto creación de nuevos valores culturales; esto es,
designaría la tendencia adaptativa a nuevos patrones culturales para dar lugar
a la nueva cultura, o a la transculturación como un producto tangiblemente
consistente, acentuándose de manera explícita la naturaleza teleológica de la
aculturación en las condiciones de la transculturación. Indica Ortiz:
"En
África, Eleggua es el dios erótico, pero en Cuba parece haber olvidado ese
carácter. Acaso porque ya su ritualismo de fertilización ha perdido su función
social, dado el régimen de vida económica a que tuvo que ajustarse el negro
africano, tan distinta de la de allende (...) En Cuba hubo que prescindir de la
pantomima copular, como de los ritos judiciarios, la circuncisión, el
sacrificio humano y otros elementos de la ritualidad religiosa y social que no
se podían amalgamar con el sistema de la sociedad cubana. Proceso necesario y
simultáneo de desculturación o abandono de ciertos elementos de las culturas
afrooccidentales o negras y de aculturación o acomodamiento a ciertas
exigencias de las culturas eurooccidentales o blancas para lograr por síncresis
la transculturación, o proceso de transición, readapatación o reajuste en otra
cultura, la cubana o mulata, de nueva creación"31 (El resaltado
es nuestro).
No es descartable que la recuperación del término
aculturación se debiera, principalmente, a su extendido uso, que se mantiene en
nuestros días. Pero obedece sobre todo, a nuestro juicio, al interés por
rescatar el significado propio de la transculturación, que había empezado a
emplearse con significados más o menos parciales y limitados en comparación a
su sentido original.
La transculturación no radica para Ortiz en un proceso
gradual de modificaciones en los factores culturales ya existentes en una
comunidad humana, a partir de los cuales se originaría un nuevo universo
cultural. Pues la transculturación, en la confluencia y coparticipación de
universos culturales diversos, funda un espaciotiempo en el que factores
culturales de fuentes o procedencias similares, pueden generar resultados
diversos entre sí, en condiciones históricas también distintas a las de sus
respectivos orígenes. Hemos hecho referencia a la dimensión cronotrópica y no
lineal de la historia, como apertura a la posibilidad de relatar historias
entrecruzadas, pues el relato es la forma literaria en que se muestra la
historia (veritas). La imagen de la transculturación aparece en la obra de
Ortiz —y no sólo en su Contrapunteo...— en forma de relatos que aspiran
a la veracidad acerca de historias anudadas y entretejidas, también en
retorcimientos, por desgarramientos creadores, en destrucción y reconstrucción
consustanciales a todo alumbramiento. Ortiz relata historias que, no obstante,
más que veritas, esto es, descripciones fieles de los acontecimientos, tejen en
sus redes la estructura del mito, como apelación a la imagen literaria capaz de
representar intelectualmente la dimensión cronotrópica de la historia, que el
mito capta intuitivamente. Pues en tanto el mito libera al tiempo de la
linealidad y la simultaneidad cronológica, ajena a todo nacimiento o muerte
(Juan Liscano),32 la
transculturación expresa como imagen la sustancia de lo mitológico; esto es, lo
alineal, lo fundacional.
Para Ortiz, los universos engendrados por
transculturación poseen la virtud de nuevas flexibilidades, las que percibe
asociadas a las inconsistencias de la plenitud de su ser histórico. Hoy, a
fines del siglo XX, cuando la situación demográfica de Cuba —factor
imprescindible en la dinámica de la cultura— se ha modificado debido a la
fuerte corriente del exilio (en trágicas circunstancias históricas imposibles
de haber sido previstas por Ortiz), habría que realizar estudios
complementarios a sus valoraciones de hace medio siglo y revaluar aquéllas que
podrían haberse modificado, pero evitando, en el espíritu del pensamiento
orticiano, toda pretensión racionalista que aspirase a agotar la interpretación
por medio de generalizaciones conceptuales; esquemas o pautas, al estilo de la
ciencia social tradicional, cuyos límites no dejaron de ser advertidos por
Ortiz.
Mérida, julio de 1999.
*Fernando Ortiz es una de
las figuras científicas de mayor trascendencia de América Latina y el más
importante etnólogo y antropólogo de Cuba.
El sabio cubano nace el
16 de julio de 1881 y muere el 10 de abril de 1969 en La Habana. Su infancia transcurre
en la ciudadela de Menorca, islas Baleares, España, donde aprende las primeras
letras y cursa el bachillerato. En 1895 regresa a La Habana y comienza a estudiar leyes en
la Universidad de La Habana, aunque terminará estos estudios en Barcelona.
Posteriormente se doctora en la Universidad de Madrid. Trabaja en el servicio
consular cubano, ocupando las cancillerías de La Coruña, Génova y Marsella
durante algunos años. En 1906 es nombrado abogado fiscal de la Audiencia de La
Habana y dos años después ejerce como profesor en el claustro universitario en la Universidad de La Habana, en
cuya Facultad de Derecho permaneció durante nueve años.
Fue miembro de la
Sociedad Económica de Amigos del País desde 1907 y su director de 1923 a 1932;
miembro de la Academia de la Historia desde su fundación hasta 1933. Integró la
Cámara de Representantes de Cuba, desde 1917 hasta 1927 y elaboró el Proyecto
de Código Criminal Cubano, que contenía un programa de reformas legislativas y
administrativas muy avanzado para su época. Representó a Cuba como delegado
oficial en numerosos congresos internacionales de índole científica y académica
a partir de 1910.
Figuró en el Grupo
Minorista, de gran repercusión en la cultura y la política cubanas en la década
de 1930 y se relacionó muy estrechamente con intelectuales y artistas de
renombre, como Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca,
Wifredo Lam, Alejo Carpentier, María Zambrano y Fernando de los Ríos. En la
Universidad de La Habana impartió seminarios de verano que constituyeron un
hito en la investigación y estudio de la identidad cubana. Ortiz se dedicó
infatigablemente al descubrimiento de lo cubano y al rescate y revalorización
de la presencia africana en la cultura cubana. Indagó y profundizó en los
procesos de transculturación y formación histórica de la nacionalidad cubana.
En su larga y fructífera
vida, que dedicó no sólo a la etnología, sino que abarcó también las ramas de
la sociología, la lingüística, la musicología y la jurisprudencia, publicó más
de cien títulos, entre ellos: Apuntes
para un estudio criminal: Los negros brujos (1906); Los mambises italianos (1909); Entre
cubanos: Psicología Tropical(1914);
Los negros esclavos (1916), Los cabildos afrocubanos (1921); Historia de la arqueología indocubana
(1922); Glosario de afronegrismos
(1924); Alejandro de Humboldt y Cuba
(1930); Contrapunteo cubano del tabaco y
el azúcar (1940); Martí y las razas
(1942); Las cuatro culturas indias de
Cuba (1943); El engaño de las razas
(1946); El huracán, su mitología y sus
símbolos (1947); Los bailes y el
teatro de los negros en el folklore de Cuba (1951); Los instrumentos de la música afrocubana, (cinco volúmenes) (1952);
Historia de una pelea cubana contra los
demonios (1959). Publicaciones póstumas de obras inéditas de Fernando Ortiz
son: Hampa afro-cubana y Los negros curros (1986); La santería y la brujería de los blancos
(2000); Culecció d’els mal-noms de
Ciutadélla (2000) y Visiones sobre
Lam (2002).
Fernando Ortiz también
escribió un sinnúmero de artículos para diversas publicaciones periódicas y fue
fundador y/o director de algunas de éstas, como la Revista Bimestre Cubana,
reeditada de nuevo desde 1910; la Revista de Administración Teórica y Práctica del
Estado, la Provincia y el Municipio (1912); los Archivos del Folklore Cubano
(1924); las revistas Surco (1930) y Ultra (1936). Fundador de la Sociedad del Folklore
Cubano (1923); de la Institución Hispanocubana de Cultura (1926); del Instituto
Panamericano de Geografía (1928); de la Sociedad de Estudios Afrocubanos (1937)
y de la Institución Internacional de Estudios Afroamericanos (1943), entre
otras instituciones.
_____________________________
Citas y referencias
1. Véase en: Gladys Portuondo. "Fernando Ortiz:
una cubanidad entre el Etnos y la Historia". Revista Vivarium.
Centro de Estudios de la Arquidiócesis de La Habana. Nº XVI. Junio de 1998.
2. Véase en: Roberto González Echevarría. "El
contrapunteo y la literatura". Revista Actual. Dirección de Cultura
de la Universidad de Los Andes, septiembre-diciembre 1997. Mérida, Venezuela.
Nº 37; y en: Gladys Portuondo. "El problema antropológico y la
superación del positivismo en Fernando Ortiz". Revista Actual, ed.
cit. p. 173. Se indica: "...su objetivo no es tanto la cultura como
realidad constituida, como el proceso de su formación y devenir" (sic).
3. Véase en: María Zambrano. "La Cuba
secreta". En: Revista Vivarium. Centro de Estudios de la
Arquidiócesis de La Habana. Nº II.
Febrero de 1991.
4. Asumimos la tesis de Julio Le Riverend con relación al
modelo orticiano de ciencia social, según los prólogos de este autor a Contrapunteo
cubano del tabaco y el azúcar (edición cubana) y a su antología Órbita
de Fernando Ortiz (véase en [7]).
5. Véase en: Gladys Portuondo. "El problema
antropológico y la superación del positivismo en Fernando Ortiz". Revista Actual.
Ed. cit.
6. Véase en: F. Ortiz. "De la música afrocubana.
Un estímulo para su estudio". Revista Universidad de La Habana.
Mayo-junio de 1934. Tomo 1, Nº 3, pp. 113.
7.
J. Le Riverend. Órbita de Fernando Ortiz.
Uneac, Ediciones XX Aniversario. La Habana, 1973. pp. 18.
8. Véase en: José Lezama Lima. "Loanza a Paul
Claudel". Confluencias. Selección
Ensayos, La Habana. 1988.
9. Véase en: Gladys Portuondo. "Fernando Ortiz:
una cubanidad entre el Etnos y la Historia". Revista Vivarium.
Centro de Estudios de la Arquidiócesis de La Habana. Nº XVI. Junio de 1998.
10.
La etnografía, como ciencia, se ajusta en mayor o menor
medida a estos "modelos". J. Ortega y Gasset se ha referido al
problema de la nación examinando críticamente su interpretación esquemática
según ha sido establecida desde los criterios tradicionales de su definición:
el territorio y las fronteras naturales; la comunidad racial y sanguínea; la
lengua; y destaca el espejismo que esta definición representa —que bien podría
incluir, sin alterar su médula, el sentimiento de "pertenencia" a la
comunidad. El espejismo conduce a la ilusión de que tales criterios son las
premisas o condiciones para que la nación exista, cuando en realidad ocurre lo
contrario. El etnos, sea como grupo social o como nación, no escapa a este
penetrante análisis de Ortega, mucho más aproximado al pensamiento de Ortiz que
los esquemas conceptuales de la etnografía científica. Véase en: J. Ortega y
Gasset. "¿Quién manda en el mundo?". En: La rebelión de las
masas. Ediciones Orbis. España. 1983. pág. 149-161.
11.Véase en: Gladys Portuondo. Antología de
historia de la filosofía cubana y latinoamericana. Humanismo e historia en
Fernando Ortiz. Universidad de La Habana, 1990. Prólogo de la compiladora. Tomo 1, p. 18.
12.Véase en: Lourdes Rensoli e Ivette Fuentes.
Lezama Lima: una cosmología poética. Ciudad
de La Habana, Editorial Letras Cubanas. 1990. pp. 113-114.
13.Fernando Ortiz. "Los factores humanos de la
cubanidad". En: Gladys Portuondo. Antología de historia de la
filosofía cubana y latinoamericana. Ed. cit. Humanismo e historia en
Fernando Ortiz. Tomo IV. pág. 211. N.
de A. El destacado es nuestro.
14.
Fernando Ortiz. Los negros curros. La Habana. 1986. pp. 5, 6, 7, 8, 14, 232.
15. Fernando Ortiz. "La poesía mulata". Revista
Bimestre Cubana. La Habana, Vol. 24, Nº 2-3, sept. de 1934. pp. 206-208.
16.Fernando Ortiz. Prólogo a Bartolomé de
Las Casas. Pensador político, historiador, antropólogo, de Lewis Hanke.
Sociedad Económica de Amigos del País. La Habana. 1949. pp. XXXII-XXXIII.
17.Véase en: Juan Liscano. Espiritualidad y
literatura y otros ensayos. Monte Ávila Editores. Venezuela, 1995.
18.Fernando Ortiz. Contrapunteo cubano del tabaco
y el azúcar. Ciencias Sociales. La Habana. 1983. pp. 87, 90.
19. José Gaos. "Los transterrados de la
filosofía". Revista Anthropos, 130/131. José Gaos. Una
filosofía de la filosofía. Barcelona, Marzo/abril, 1992. p. 32. Coincidimos
con Miguel Barnet, cuando apunta la dificultad consistente en hallar los
modelos o fuentes directos de que se nutre el pensamiento de Ortiz (En: M. Barnet.
"Fernando Ortiz". En "Cuba: arte y literatura". Revista
Bohemia, La Habana, a 56, Nº 3, enero 17, 1964. pág. 8-9). Pero otra
cuestión es la influencia de problemáticas, metodologías y enfoques propios en
la filosofía y las ciencias según el espíritu de época en que se desenvuelve un
pensador.
20.Véase en: Florinda Marón. "Filosofía y
poesía: camino de vida en la esperanza". Revista Vivarium. Centro
Arquidiocesano de Estudios de La Habana. Nº VI. Junio 1993, y en: Jorge Luis Villate.
Poesía, hombre y kosmos en la filosofía de F. Nietzsche. Ediciones Vivarium. La Habana. 1994.
21.Véase en: Roberto González Echevarría. "El
contrapunteo y la literatura". Revista
Actual. Ed. cit. págs. 154 y 157.
22. Medardo Vitier. Las ideas y la filosofía en
Cuba. Ciencias Sociales. La Habana. 1970. p. 100.
23. Valdría la pena detenerse en la ausencia de
trascendentalismo en la concepción de la historia de Ortiz, lo que sobrepasa la
intención de este trabajo. Empero, una metafísica de la inmanencia en relación
a la concepción antropológica de la historia, quizás no sería descartable, pese
a no hallarse explícitamente expuesta por Ortiz. Véase en: Gladys Portuondo.
"Fernando Ortiz y las religiones afrocubanas como `factores humanos' en la
ciencia antropológica". Revista Vivarium. Centro Arquidiocesano de
Estudios de La Habana. Nº VI, junio de 1993.
24.Véase en: Gladys Portuondo. "Fernando Ortiz
en la encrucijada del `descubrimiento'". Revista Vivarium. Centro
Arquidiocesano de Estudios. Nº VII. Septiembre de 1993. Pág. 24.
25.Véase en: F. Ortiz. Contrapunteo... Edic.
cit. Prólogo de J. Le Riverend. pp. XXII.
26. Fernando Ortiz. Los negros curros. Ed. cit. pp. 183.
27.
Fernando Ortiz. Contrapunteo... Ed. cit.
pp. 86.
28.
Ibíd.
29. Ibíd.
30.Véase en: Lourdes Domínguez y Alexis Rives.
"El enfoque del concepto de la transculturación indohispánica entre los especialistas
cubanos". Revista Cubana de Ciencias Sociales. Nº 22. 1990.
Editorial Academia, La Habana.
31.Véase en: Fernando Ortiz. "Por la integración
cubana de blancos y negros". Revista Estudios Afrocubanos. La
Habana, vol. 5. 1945-1946. pp. 222.225. La transculturación se presenta como
proceso y vehículo de renovación y de evolución de los valores éticos, base
sustentadora de la integración y la unidad humana.
32.Juan Liscano. "Espiritualidad, esoterismo,
literatura". Ascesis por el mito. En: Espiritualidad y literatura y
otros ensayos. Ed. cit. pág. 329.
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