Purushottama Bilimoria
Universidad de
California, Berkeley;
Universidad de
Melbourne, Australia;
Deakin University,
Australia
pbilimoria@berkeley.edu
La presente versión al español se publica en este blog con el permiso del
autor y el apoyo de Alan M. Olson y Helmut Wautischer, y ha sido traducida por
Gladys L. Portuondo del original en inglés publicado en: Purushottama Bilimoria.
Comments on David
Nichols' The God of the Existentialist
Philosophers. Existenz, An International Journal in Philosophy, Religion, Politics, and the
Arts, Vol. 7, No. 2, Fall 2012.
En: http://www.existenz.us/volumes/Vol.7-2Bilimoria1.pdf
En: http://www.existenz.us/volumes/Vol.7-2Bilimoria1.pdf
Resumen. El artículo ofrece una reflexión crítica sobre el
tratamiento del Dios de los existencialistas por parte de David Nichols y toma
como su punto de partida el pronunciamiento de Jaspers de que en la raíz del
existencialismo se encuentra el misterio del Ser -el Dios ausente-, que es más
profundo que nuestras categorías convencionales del teísmo, el ateísmo o el
agnosticismo. La discusión gira hacia la preocupación de Heidegger acerca de si
la trascendencia es comprensible sin ninguna referencia específica a Dios. Lo
que podría significarse por "trascendencia" es la persecución
ilimitada de la pregunta por el Ser y la búsqueda de la libertad y la autenticidad
del siendo. Y se desarrolla el
argumento de que esta exclusión aún deja espacio para la reflexión filosófica
sobre lo religioso, una noción de divinidad sin Ser Trascendental, totalmente
dada en la experiencia de los seres "en tanto seres" y en la "fe
proposicional." La afirmación de Nichols es congruente con el intento del
existencialismo de encontrar un fundamento dentro del ser humano como totalidad
contextual a través del cual el mundo aparece. Esta afirmación resulta
contrastada con la visión radicalmente contraria de Sartre sobre la vacuidad de
todo ser.
Palabras clave: Karl Jaspers; Martin Heidegger; David Nichols; Jean-Paul
Sartre; Dios; trascendencia; nada; religión; existencialismo; fe.
En la respuesta a continuación voy a centrarme en Martín Heidegger y, de
paso, también en Karl Jaspers. Heidegger resulta inspirador y, a la vez,
inquietante. Después de "la muerte de Dios" (los tropos nietzscheanos
y hegelianos), ¿qué queda? ¿Queda lugar para un existencialismo religioso de cualquier
tipo? David Nichols parece más bien estar abierto a esta posibilidad, e incluso
al Dios imposible, mediante Jaspers y Heidegger y en oposición a Sartre.
Ofrezco aquí dos observaciones opuestas: (1) Heidegger propone un reto
radical y controversial a los filósofos, llamándolos a bastarse, sin Dios, a sí
mismos, en una búsqueda irrestricta de la cuestión del ser ( a través de su
"destrucción de la ontoteología" y su adopción de la metafísica del
no-ser[1]);
y (2) esta exclusión, sin embargo, deja espacio a una forma de reflexión
filosófica acerca de lo religioso y al discurso correspondiente -no respecto al
Dios de los filósofos como tal, sino a una noción de la divinidad en virtud de
la experiencia de los seres en cuanto seres, i.e., de un modo fenomenológico
(ejemplificado del modo más claro en las conferencias de Heidegger sobre la
fenomenología de la vida religiosa en 1920/1921). Esto resulta congruente con
el intento del existencialismo de encontrar este fundamento dentro del ser
humano como totalidad contextual, a través de la cual aparece el mundo.
Sea que encasillemos a Heidegger (aunque no tanto a Jaspers) del lado del
existencialismo teísta, o del lado del ateísta, ambos lados comparten esto en
común: el rechazo del Dios de la metafísica occidental, aquél que proyectamos
antropomórficamente para satisfacer nuestra necesidad de organizar el mundo.
La Carta sobre el Humanismo
(1946) de Heidegger nos invita a considerar lo divino a la luz de una
diferencia ontológica entre el Ser y los entes. Tanto Jaspers, como Heidegger,
adoptan sus claves teológicas desde el punto de vista del Dios desconocido
(Jaspers acuñó esta cifra), donde Dios necesariamente permanece oculto, en
tanto origen auto-escondido de todas las apariencias. Por eso se argumenta una
búsqueda extática del concepto de "Dios" en la existencia humana y,
de modo más general, de nuestra experiencia de presencia y ausencia. Y esto se
contrasta con el enfoque que apoya nuestra experiencia sobre la tragedia, la
absurdidad, el sinsentido, Angst (la
angustia, Nota de la traductora), aunque podríamos añadir: la búsqueda puede
empezar aquí, pero no necesita terminar aquí. "El poeta o mistagogo nos
suministra las primeras respuestas al asombro describiendo las esencias como
deidades." La historia textual de algunas tradiciones no occidentales
podría subrayarlo mejor.
El otro día vimos ese proceso en relación con el mito y la cifra desconcertante del Tama en la historia religiosa japonesa
temprana, y yo citaba el décimo mandala del Rig
Veda (véase p. 20 más arriba). Aristóteles señala lo mismo -sólo para
rechazarlo-, las mitologías maniqueas. Igualmente Platón, quien es más
comprensivo: de ahí el astuto comentario de Nichols (p. 40, más arriba):
Debemos juzgar aún como responsables a Platón y Aristóteles por las formas
en que ellos envían la tradición occidental al camino del Dios de la metafísica.
Pero ellos merecen reconocimiento, de igual modo, por conservar el sentido del
auto-ocultamiento que refleja la experiencia religiosa primaria. Ellos
reconocen que los seres tienen un modo de ocultarse, camuflajeados por sus
apariencias cotidianas, hasta el momento en que su carácter misterioso se
renueva una vez más para nosotros.
Esta perspectiva se encuentra también en el sermón de Pablo en el Areópago,
donde los estoicos asistían, y en el que él asocia el evangelio con el altar de
los atenienses al Dios desconocido[2].
Piénsese en el "Dios Desconocido" de Dionisio el Areopagita, y en el
que se oculta apofáticamente en los
sermones de los primeros Padres cristianos, en dirección a la visión trinitaria
y a la teología bizantina.
Lo que considero más destacado en la sección sobre Jaspers es la visión de
que "en la raíz del existencialismo se encuentra el misterio del Ser, que
llega más profundo que las categorías del teísmo, el ateísmo o, en este caso, del
agnosticismo"(véase página 40, más arriba), y que el esfuerzo trágico por
romper en pedazos los vínculos de nuestra estructura de significado habitual, y
por dar la bienvenida, por lo tanto, a la trascendencia, se remonta al anhelo
de salvación (ABA 42). Puede llegar
el momento, en una civilización, donde lo trágico ya no satisface como
expresión última de la salvación (ABA
37). Esto explica por qué los salvadores del mundo, como Jesús o el Buda,
ofrecen mensajes de salvación universal para la humanidad.
¿Cuán específico es Heidegger sobre lo divino? Nichols tiene una respuesta
que extrae del enfoque apofático-hermenéutico de Heidegger y de la noción de
"aclaración": Es gibt (donado,
donación). Nichols asegura que Heidegger afirma que sólo a partir de la gracia
de esta apertura de un mundo para nosotros podemos tener un encuentro
excepcional con "Dios o los dioses". Deseo buscar en otro lugar en
Heidegger. A principios de 1919, Martin Heidegger escribió a Engelbert Krebs,
un sacerdote católico y amigo de la familia, distanciándose de la fe católica
de su juventud. Él ya no deseaba que se le considerase como un filósofo católico,
sino simplemente como filósofo, libre de seguir su investigación filosófica sin
que estuviese restringida por "alianzas extra-filosóficas". Y así lo
hizo. No obstante, la influencia de Lutero en la génesis de Ser y Tiempo (1919-1923) ya ha sido bien
documentada, especialmente en el bosquejo biográfico de Otto Pöggler. Así que
él se da a la tarea de destruir el teísmo en su modo metafísico -la piedad de
la filosofía griega y del cristianismo helenizado-, analizado como
onto-teología.
Aquí me gustaría citar adicionalmente a Russell Matheson: "El teísmo
en su modo 'metafísico' resulta distintivo, en este análisis, por ser una
postura a la vez religiosa y filosófica: le proporciona forma teológica a una
particular interpretación del ser, y forma filosófica a una particular
interpretación de Dios"[3].
De hecho, Heidegger llega a definir finalmente la tradición dominante de la
metafísica occidental en términos de la coordinación de la cuestión del ser y
la cuestión de Dios. Por esta razón, Heidegger toma la palabra
"Dios", cuando se usa en la tradición metafísica occidental, para
referirse no meramente a un ser entre otros, sino como abreviatura para una
interpretación particular del ser: en sus diversas articulaciones, el concepto
habla no sólo de un ser particular, sino de la naturaleza del ser como tal.
Dios, concebido como el ser supremo, representa el paradigma y la medida de
todos los seres; Dios, concebido como causa primera, representa el fundamento
de todo ser, aquél que explica la totalidad de lo que es[4].
Por supuesto, Heidegger es un crítico de la obsesión logocéntrica occidental
con el ser como presencia siempre dada -a expensas de las complementum possibilitatis del no-ser qua Nada, como condición de
la posibilidad del ser; de ahí lo imposible.
El supremo objeto del pensamiento
sólo es un sueño, una ilusión -no necesariamente porque no haya Dios, sino porque
el deseo de contemplar lo absoluto, de alcanzar el conocimiento absoluto, es
una quimera y un ídolo. Más que un ídolo, lo que Heidegger describe, con ecos
de Marx, es un "narcótico adormecedor"[5].
Es decir, la postulación de Dios como el punto de Arquímides ante lo
aparente, lo histórico, lo cambiante, es vista por Heidegger, sencillamente,
como una pseudo-solución y un callejón sin salida a la cuestión del significado
del ser. Seguir las huellas de lo que existe retornando a la causa primera
tampoco es ontológicamente esclarecedor:
Si queremos comprender el problema del Ser, nuestro primer paso filosófico
consiste en µῦθόν τινα διηγεῖσθαι, en no "contar una historia"- es
decir, en no definir los entes en cuanto entes remontándose a su origen en
otros entes, como si el Ser tuviera el carácter de alguna entidad posible[6].
Dicho brevemente, Dios no es más que una respuesta de domingo escolar a la
pregunta más desconcertante y profunda que la tradición filosófica occidental
ha tenido jamás la temeridad de plantear: Por qué hay algo, más bien que Nada
(pero nunca su recíproco). Sin embargo, debido a su asociación con tal venerable
tradición de la búsqueda filosófica, sin mencionar las semi-verdades de las que
involuntariamente es portadora, ésta es una respuesta que no puede establecerse
desde un lado, sin sujetarla primero a una deconstrucción cuidadosa en las
narrativas históricas que hemos llegado a heredar desde la triangulación
greco-judeo-cristiana de la pregunta por el ser. La destrucción de la historia
de la ontología por parte de Heidegger -en tanto opuesta a la simple narración
de esa historia- descansa así, en última instancia, en el supuesto de que el
pensamiento del ser debe liberarse del concepto de Dios si ha de ser auténtico,
i. e., si se trata de mirar de frente a la existencia sin levantar vuelo.
Heidegger se dedica luego a construir lo que podría describirse como una
filosofía de la religión, concretamente en su obra como fenomenólogo de la fe
cristiana primitiva. Este es un modo de reflexión filosófica que se lleva a
cabo dentro de la abstención metodológica que suspende todo juicio relativo a
la existencia de Dios. Y sin embargo, por medio de su epoché teológica, Heidegger es capaz de emprender un proyecto de
interpretación fenomenológica que busca iluminar el carácter de la fe
cristiana, aunque no de la experiencia religiosa en general.
Según Heidegger, el adagio de Nietzsche "Dios ha muerto" trae a
la conciencia filosófica un evento profundo, que ha ocurrido y está ocurriendo
en la historia de Occidente; la interpretación de estas famosas palabras de
Nietzsche se convierte, desde mediados de 1930,
en un punto de referencia permanente en sus discusiones sobre la época
contemporánea, así como en sus discusiones sobre la tarea del pensamiento. Esto
señala el camino al modo propiamente filosófico de ser y de pensar[7].
Pero por todo esto -y en contraste con Nietzsche- Heidegger rehúsa firmemente
decirnos si creer o no creer en Dios.
Como filósofo, Heidegger se abstiene con firmeza de pronunciarse sobre la
cuestión de Dios; y esto significa abstenerse de todo tipo de postura relativa
a la doxa, sea ésta positiva (Dios existe), negativa (Dios no existe) o
indecisa (no sé si Dios existe). La filosofía de Heidegger, por lo tanto, no
puede describirse como teísta, ateísta, o en este caso agnóstica (como Jaspers
lo señaló agudamente); ella suspende todas las actitudes relativas a la doxa.
Su ateísmo es metodológico. Esta epoché teológica podría ser, inclusive, lo
bastante importante en la visión de la filosofía de Heidegger como para que la
consideremos como el componente decisivo
de su método filosofófico. En cualquier caso, el punto principal aquí es
apreciar que para Heidegger, al menos desde tan temprano como en 1921, dicha
abstención se entiende como condición de la posibilidad de la búsqueda
filosófica o del pensamiento, en el estricto sentido del término.
Surge la pregunta: ¿Es comprensible la trascendencia -que es característica
del ser-en el- mundo- sin referencia a
Dios? ¿Podría ser que el cuestionamiento más profundo del propio pensamiento de
Heidegger se sostuviera en la relación no autorizada con el deus absconditus, el interlocutor divino
para quien la "posibilidad de lo imposible" de la muerte fuese sólo
un débil sucedáneo? ¿Y no podría seguir siendo una potencialidad filosófica
radical el punto de vista que los filósofos de la religión llaman hoy "la fe proposicional",
en tanto distinto de la creencia, pese a la relegación de la fe por parte de
Heidegger, o la creencia abstracta ha sido la enemiga mortal del pensamiento
filosófico?
Pero la fe y la trascendencia sobre la cual ésta se sostiene no escapan al
caos y a las trampas de la contingencia: ¿cómo podría ser si su no-finitud no
se afirma? Esto causa trastorno, dislocación y desfiguración; el noveno CE
Chandrakiti budista confesó esto.
Las primeras lecciones sobre San Pablo y, especialmente sobre San Agustín,
muestran que a principios de la década de 1920 Heidegger no sólo había perdido
de vista la potencia filosófica de la perspectiva de la fe. En la época en que
estaba escribiendo Ser y Tiempo, no
obstante, su criterio se había fortalecido y el tema se había establecido.
Mientras mantenía su interés claramente en la teología e, incluso, abrigaba
esperanzas en su renacimiento como disciplina, él ya había llegado al veredicto
decisivo: la filosofía genuina no puede echar raíces en el terreno de la fe. Y
sin embargo, él se oponía a su contrario polar en el humanismo o al tipo de
proyecto humanista que adoptaron los existencialistas franceses, especialmente
Sartre. Entonces, ¿qué dirección debe seguir la filosofía contemporánea?
Mark C. Taylor tiene una interesante sugerencia, que según creo complementa
las lecciones que Nichols nos ofrece a partir de Heidegger:
La nada perfecta...sombras...ni luz ni ausencia de luz...origen de lo que
no tiene origen. Lo innombrable lleva muchos nombres: origen de lo que no tiene
origen, fundamento sin fundamento, abismo, libertad, imaginación, creatividad.
Para Nietzsche, la plenitud de este vacío es el no-lugar del nacimiento de la
tragedia...[para Derrida la differance
funcionó en la teología deconstructiva no metafísica de la ausencia].[8]
El poder de la imaginación revela el ocultamiento -lo
todavía-no-desenterrado- como el centro de la subjetividad. Es precisamente en
los momentos de temporalidad radical, cuando el sujeto se encuentra en lo
profundo de su propia ausencia, que la
nada acecha la subjetividad; el deus
absconditus de Soren Kierkegaard, Martin Lutero, Juan Calvino y,
posiblemente, Duns Scoto, se convierte en subjectus
absconditus; sólo en el momento inspirado que sigue surge la
auto-reflexividad, y el "algo"que se presenta a la conciencia recibe
representación o expresión. "Todo ser humano bueno se convierte
progresivamente en Dios" -el sentido
radical de la temporalidad de la subjetividad, que es la fuerza motriz hacia su
auto-reflexividad, abre las compuertas de la luz hacia la trascendencia.
Después de Dios -el arte; después del arte- la vida; Tres-en-uno-
Uno-en-tres...Dios no es el fundamento del ser que forma el fundamento de todos
los seres, sino la figura construida para esconder el abismo originario del
cual emerge todo y al cual todo retorna. Mientras que este abismo es la nada,
no es la nada -ni ser ni no ser [la
réplica exacta del Rig Veda por parte
de Taylor], es el despertar anticipador de lo no figurable que desfigura toda
figura como desde dentro. Lejos de lo simplemente destructivo, la desfiguración
[leo Κρονος / kronos] es la condición de
la emergencia creativa. Aún cuando sea esperada, la emergencia es sorprendente
-sin la sorpresa no hay novedad; sin novedad no hay creatividad; sin
creatividad no hay vida.[AG 345]
Dentro de la perspectiva histórica, la solución ateísta radical no es sino
una pequeña gota en el océano, una porción en la historia de la evolución
humana (no en términos biológicos, sino en los del desarrollo de la conciencia
y de lo político). Como lo ha mostrado Charles Taylor en su obra monumental[9],
la modernidad (incluyendo las primeras etapas de la postmodernidad) y el
secularismo -la Era de lo Secular- tienen mucho que ver con esto; la presión de
la era científica; la marginalización sospechosa de lo sagrado debido a los
excesos de la iglesia y del cristianismo, forzaron a las sensibilidades
post-ilustradas (en plural) que se pusieran a cubierto bajo lo hasta entonces
sagrado. Es la respuesta particularmente occidental en la era entrante de la
tecnología, la cultura de la tecnociencia, como Heidegger también lo pidió. Por
cierto, Taylor piensa que una sociedad sería considerada secular qua secularity o no, "en virtud de
las condiciones de la experiencia y la búsqueda de lo espiritual"(ASA 20); y como Nichols lo señala
correctamente, en mi opinión, "si los existencialistas caen en el campo 'teísta'o
'ateísta' [o ágnóstico'], ellos tienen mucho más en común: el rechazo del Dios
de la metafísica occidental" (véase la página 37 más arriba).
Ni Dios ni la religión son el coto específico de Occidente. La totalidad de las disciplinas académicas
occidentales están comprometidas con la idea de que el fenómeno llamado
"religión" ha sido constitutivo del marco cultural y filosófico de
Occidente, a pesar de los diferentes momentos en los cuales una cierta
continuidad metafísica se ha manifestado: la griega (onto-), la escolástico-medieval (teo-) y la humanista moderna (logos
o lógica)- de ahí el proyecto ontoteológico.
Muchas culturas han batallado con las mismas cuestiones y han dado con el
sentido de lo trágico, de la tragedia radical si se prefiere: señalamos el
Mahabharata, la épica india más antigua; se podría citar a Buda, profundamente
superado por la omnipresencia del sufrimiento carente de sentido. Confucio, los
taoístas, retrocediendo más allá en la tradición india, los bardos del Rig Veda
tratando de descifrar si los dioses han condenado a la humanidad a soportar el
dolor y la depravación por toda la eternidad. Pero ¿por qué y cómo es que casi
ninguno evitó o eludió el acceso o la posibilidad trascendental, incluso si el
teísmo, i. e., la creencia en la gracia y la benevolencia de un Dios personal,
no estaba disponible o no era aceptada (p.e. por el Buda o Nagarjuna, Confucio,
Hindu Mimamsa y Samkhya, dos escuelas ateístas prominentes en el hinduísmo)?
Así, éstas son mis preguntas. El teísmo no es una proyección universal y no se
requiere que sea el pivote central, y por esa sola razón tampoco se requiere
que sea el espantajo del existencialismo religioso. Creo que Jaspers se acerca
más a esta sensibilidad global; sus perspectivas aquí, no lejos de las de
Heidegger (a quien podríamos llamar un ateísta inclinado a lo divino en los
seres) y Rudolf Otto en su expresión pintoresca, se encuentran más cerca del
tipo, si no en la intención, de lo que podríamos percibir como lo trágico y lo
estético, desde una arqueología histórica más amplia de las experiencias
existenciales humanas.
[1] Discuto
esto en mi artículo "Why is there Nothing rather than Something? An Essay
in the Comparative Metaphysics of Nonbeing", para el Max Charlesworth Festschrift en Sophia, Vol 51, Diciembre 2012, pp.
509-30.
[2] Herbert
May y Bruce M. Metzger, eds., The Oxford
Annotated Bible with Apocrypha, Revised Standard Version, New York: Oxford
UP, 1973, Acts 17:18, pp. 22-3.[En lo que sigue citado como ABA]
[3] Matheson
Russell, "Phenomenology and Theology: Situating Heidegger's Philosophy of Religion", en Sophia,
Vol 50, Issue 4, December 2011, pp. 641-55, aquí p. 644.
[4] Véase
Martin Heidegger, Basic Problems of
Phenomenology, trad. de Albert Hofstadter, Bloomington, IN: Indiana
University Press 1982, pp. 29, 81, 148.
[5] Martin
Heidegger, Phenomenological
Interpretations of Aristotle, trad. de Richard Rojcewicz, Bloomington, IN:
Indiana University Press 2001, p. 124.[En lo que sigue citado como PIA]
[6] Martin
Heidegger, Being and Time, trad. de John
Macquarrioe y Edward Robinson, New York and Evanston: Harper & Row 1962, p.
26.
[7] Véase
Martin Heidegger, "The World of
NIetzsche: 'God is Dead"", en
The Question Concerning Technology and Other Essays, trad. de William
Lovvit, New York, NY: Harper & Row 1977, pp. 53-112.
[8]
Mark C. Taylor, After God, Chicago,
IL: University of Chicago Press 2007, p. 121. [En lo que sigue citado como AG]
[9]
Charles Taylor, A Seculart Age,
Cambidge, MA: Belknap Press of Harvard University Press, 2007. [En lo que sigue
citado como ASA]
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