Lydia Voronina, académica independiente
lidavoronina@yahoo.com
La presente versión al español se publica en este blog con el permiso de la autora, Lydia Voronina. Agradecemos a Alan M. Olson y a Helmut Wautischer su aprobación y colaboración para esta publicación.
Traducción del original en inglés por Gladys L. Portuondo, según: Lydia Voronina, Comments on Alina Feld's Morbid Psyche and Apocalypsis: Jaspers, Baudrillard, and Altizer, en: Existenz, An International Journal in Philosophy, Politics and the Arts, Vol. 6, No. 2, Fall 2011.
En: http://www.existenz.us/volumes/Vol.6-2Voronina.pdf
Resumen: En mis comentarios al artículo de Alina Feld realizo
una aproximación hermenéutica a los problemas en discusión -la naturaleza de la
melancolía, su relación con la muerte de Dios y el colapso del mundo, según se
explica por Karl Jaspers, Thomas Altizer y Jean Baudrillard. Amplío las dos
formas principales de la melancolía según Feld a cuatro: melancolía romántica,
espiritual, trágica y pavorosa, aplicando los criterios del estado del Yo, de sus
funciones reflexivas y del nivel de compromiso consciente al experimentar
cualquier condición que una persona encuentra en sí misma. Esto me permite
deconstruir el contenido del fin del mundo y responder a la pregunta de por qué, en Nietzsche, la muerte de Dios
admitía a un hombre fuerte y creativo, mientras que en Altizer y Baudrillard el mismo evento
cultural conducía a la total destrucción del hombre y de su mundo. Llego a la
conclusión de que, en contraste con las formas europeas comunes de entender el
significado del abandono del ser, de la adhesión al ser, de la realidad evanescente, las formas budistas
de tratar con la vacuidad y la no existencia son más productivas, en tanto ellas
tratan al Yo como una entidad más compleja, en la que su vaciamiento en un
nivel conduce en otro nivel a un Yo reflexivo más fuerte .
Alina Feld reconoce la complejidad del fenómeno
de la melancolía, el cual involucra muchos perfiles -psicológico, psiquiátrico,
artístico, médico, social- y en su artículo se concentra en uno de ellos: el
teológico. Sin embargo, ella coloca la melancolía no entre los elementos de los
modos de pensar, los sentimientos, los artículos o disposiciones religiosas de una fe
particular, de una confesión o denominación per
se -el cristianismo, el judaísmo o el taoísmo; o el calvinismo y el judaísmo profético
mesiánico-, sino que, más bien, la trata como un estado de ánimo
general sustentador, como una condición psicológica, una disposición de la conciencia que
contribuye a la formación de ciertos tipos de experiencia religiosa, común a
muchas religiones, que constituye una perspectiva del mundo más abarcadora.
El centro de su análisis directo es la experiencia religiosa contemporánea y
las teologías desarrolladas después de la notoria proclamación de la muerte de
Dios por parte de Nietzsche. Ella indaga en la condición humana postmoderna
retratada en Karl Jaspers, Thomas Altizer y Jean Baudrillard, i.e., como final de un paradigma ontológico que aseguró la posibilidad de trascendencia,
así como una aplicación significativa de todas las facultades humanas al
trascender todo estado de cosas dado -mental, cultural o religioso. En otras
palabras, su análisis no se reduce al contenido de las doctrinas religiosas o
de la experiencia religiosa como tal (la relación del hombre con Dios), sino
que incluye las consecuencias de la abstención del hombre respecto a Dios o la
liberación (o abandono) de Dios por parte de los
hombres.
Al hablar sobre cualquier análisis de un concepto
filosófico particular, se puede hablar acerca de cuán cerca o lejos un
intérprete se encuentra del texto original, o se puede seguir tanto la primera como la
segunda línea de la discusión y buscar, a través de ambas, el significado del
concepto investigado en el intento de desarrollarlo con posterioridad. Creo que la
segunda aproximación resulta más aplicable a Alina Feld vs. Jaspers, Altizer y
Baudrillard, porque cada uno de estos tres pensadores tiene una propensión
fenomenológica y, por consiguiente, aceptaría una aproximación fenomenológica a
las ideas. Después de todo, estos temas abren nuevas formas y horizontes de
significado relacionados con la muerte de Dios, con el colapso de la
trascendencia y la aparición de la inmanencia como como un nuevo horizonte
total para el conjunto del hábitat espiritual humano, el cual puede ser
desarrollado, construido o reinterpretado posteriormente una vez más.
Introduzco
tres grupos de conceptos que generan un contexto más amplio para una
interpretación fenomenológica de estos problemas: (1) melancolía, desidia y
temor; (2) muerte de Dios, situación límite y final de la autoconciencia; (3)
no-ser, no existencia y nada.
La melancolía, ¿fuente de creatividad y riqueza, o de tedio y vacuidad?
Para Altizer y Baudrillard, la condición mental
humana llamada melancolía era usualmente percibida como metafísica y artísticamente ricahasta principios del siglo
veinte , cargada con toda clase de
implicaciones para la existencia humana auténtica, y proporcionaba un terreno
psicológico fértil para las mentes creativas, pero se ha transformado, ahora,
en algo que ha robado espiritual e intelectualmente a los hombres, ha agotado
su cultura, los ha deprivado de toda esperanza religiosa y existencial y, durante todo el siglo veinte, los ha
hecho víctimas de su propio desarrollo tecnológico. Feld analiza lo que ha cambiado, y explora si esto se debe a un cambio
dentro de los hombres en sí mismos -en sus almas o mentes-, a la naturaleza
de lo que ahora se llaman entidades y valores espirituales o a algo en las
condiciones culturales, que ha modificado la autopercepción humana. Podría ser
una combinación de todos estos factores que contribuyeron a un giro fundamental
del paradigma cultural occidental, con el alejamiento respecto del mundo
trascendental de las esencias eternas hacia la experiencia fenomenológica
inmediata.
Feld trata a Jaspers, Altizer y Baudrillard de
formas diferentes, acercando a veces sus respuestas a las mismas preguntas casi
de modo paralelo, yuxtaponiéndolas a veces y viéndolas, otras veces, como
complementarias entre sí.
Se necesita examinar más detalladamente la comprensión de la
melancolía en Jaspers para contrastarla con más claridad
con las opiniones de Altizer y Baudrillard sobre el sujeto y seguir el tratamiento de la problemática
relacionada con la muerte de Dios. Para Jaspers no resulta crucial si la locura
y la melancolía son enfermedades; ellas bien pueden ser una condición médica.
Pero lo importante es que ellas son algo más; amplían las capacidades humanas estándar
y permiten a los hombres acercarse a sus potencialidades extremas, para percibir
el absurdo como tal, como en la fe religiosa, para echar un vistazo al bostezo
del abismo o sentir la vacuidad total y la ansiedad. Los hombres se encuentran
básicamente incompletos para comprender el fundamento de sus vidas, y sólo
cuando se encuentran ellos mismos cerca de los márgenes del vivir en sí -en la
llamada situación límite, cuando las ideas habituales del significado de la
vida se extenúan, al penetrar la incertidumbre cada pulgada de la mente por cuanto se
enfrenta la Angustia-, su psique empieza a generar una conciencia auténtica de
la propia existencia. Además, la situación límite resultante de una psique
desbordada del individuo o de una implosión de todos los cotos culturales
colectivos, reclama a la mente humana realizar reflexiones sin término y, por
consiguiente, abre el peligro de expandir la racionalidad de la búsqueda
espiritual humana. Aquí el salto a la trascendencia pura debe realizarse a fin
de atrapar la psique en escape.
Según Jaspers, la trascendencia no constituye un
movimiento racional, una inferencia a partir del punto muerto de un estado
psicológico dado hacia un lugar o nivel en la mente humana que podría
proporcionar a una persona claridad metafísica y seguridad. Es un complejo
esfuerzo interior que involucra varias facultades humanas, que conduce a una
transformación radical de toda la matriz del ser humano hacia las profundidades
de algo fundamentalmente otro que un fundamento sólido de la vida humana, hacia
la auténtica libertad y la creatividad irrestricta del Yo. En otras palabras,
la melancolía, no importa cuán pesada pueda ser para la psique humana, ha sido más
bien una experiencia positiva, enriquecedora, heurística y básicamente
provechosa. Jaspers afirma que el núcleo interior de la humanidad que se revela
a través de la trascendencia en la Existenz puede ser de buena utilidad a los
hombres en tiempos de convulsiones culturales, crisis religiosas o terror
social y político.
Feld añade que Altizer ve la melancolía desde una
perspectiva más pesimista. La melancolía es un estado de desgarramiento de la
conciencia, depresión omnicomprehensiva paralizante, vacío interior; es el
estado de inocencia "del asesino amnésico de Dios y del yo"; éste ha
perdido la auto-identidad y la auto-responsabilidad y se ha transgredido a sí
mismo en la chata trascendencia y en la ciega inmanencia. Parece que la melancolía
en Jaspers era capaz de comprometer al Yo, de hacerlo trabajar más duro y
conducirlo a su integración última en la trascendencia, mientras que en Altizer
la melancolía desintegraría al Yo y lo privaría de su complejidad, de su principal
capacidad reflexiva y del sentido de la historia como tal. El Yo despojado no
tiene la capacidad de considerar la perspectiva histórica y, por consiguiente,
no experimenta el sentimiento de culpa ni puede lograr la conciencia de
responsabilidad o asumir responsabilidad consciente por aquello en lo que está
involucrado.
Feld describe las concepciones de Baudrillard de
modo aún más trágico: la melancolía es un profundo tedio sistémico, una disposición
psíquica caracterizada por la desaparición del significado no sólo de la
realidad social e histórica, sino del individuo, quien se hunde en la apatía,
pierde toda complejidad y es incapaz de experimentar culpabilidad. Baudrillard
describe la melancolía con adjetivos como "colapso total" o "implosión de todos los
significados"; "desierto" como un estado
psíquico carente de pathos"; "vacuidad", hasta el punto en que no hay energía para
alimentar siquiera al nihilismo o a cualquier clase de negación.
Dicho cambio drástico en la apreciación del rol espiritual
y cultural de la melancolía está relacionado con la muerte de Dios. El Dios
cristiano, que proporcionaba un fundamento a la empresa espiritual e
intelectual en occidente, ha dejado de existir, y los mecanismos psicológicos y
reflexivos básicos han dejado así mismo de funcionar. Esto lleva a la
interrogante, ¿qué rol desempeñó Dios en hacer que la melancolía fuera origen de la energía creativa? El propio Jaspers nunca asoció enteramente la
facultad humana de trascendencia con una fe religiosa; él más bien compartía las opiniones de la
Ilustración tradicional sobre la religión, aunque admitía su complejidad,
reconocía sus profundas raíces en la psique humana y su significación para el
conjunto de la cultura occidental. Para responder a esta interrogante está a la
orden una mirada más próxima al significado de la declaración de Nietzsche
"Dios ha muerto." Sin embargo, permítaseme señalar primero un par de
cuestiones que, en mi opinión, aclararían considerablemenete el argumento de
Feld.
Siguiendo un patrón común, Feld divide todas las
formas de melancolía en dos subgrupos principales. El primero incluye aquellas
formas asociadas a una representación simbólica de la melancolía,
tal como se representó por Albrecht Dürer -un estado mental devastado y
desesperado, pero no indiferente, que podía conducir a ciertos esfuerzos
creativos y a aportar ciertos resultados creativos. El segundo, encarnado en la
pintura de Lucas Cranach, es una condición apática que conduce al estancamiento
de la mente, a la pereza pecaminosa, a la desintegración de la psique y,
eventualmente, al desastre existencial. Los tres filósofos con los que trata
Feld -Jaspers, Altizer y Baudrillard- requieren una clasificación más
sofisticada de las diversas disposiciones mentales denominadas tradicionalmente como melancolía, que conducen a las teologías contemporáneas con base en el Dios
ausente. Sugiero considerar las formas principales de la melancolía en cuatro
categorías, en correspondencia con los estados del Yo, con sus funciones
reflexivas y con el nivel de compromiso consciente al experimentar cualquier condición
como criterio para dicha clasificación. Ellas son las siguientes:
Melancolía romántica. Se considera la forma más común de melancolía.
Una persona experimenta tristeza, desilusión, frustración, por el hecho de que todas las opciones
externas que hacen la vida soportable parecen agotadas, tales como la sociedad,
la crianza, la educación, la religión, la cultura. La vida se escapa en interminable lamento elegíaco, pero todavía tendría sentido detenerlo; sólo hay
que comprometerse realmente con la creatividad. Dicha disposición fortalece al
propio Yo y motiva a la psique y a la mente a encontrar nuevas posibilidades
existenciales para uno mismo. Jaspers opera en gran medida con este significado
de la melancolía. El mundo exterior es un callejón sin salida.
Melancolía espiritual. Tal como la desesperación y la pereza
pecaminosa, ésta es una frustración más radical y abrumadora que la melancolía romántica,
porque penetra más profundamente en la psique humana y afecta las capacidades
del Yo para generar el significado de la vida, para desenvolver los intereses o
descubrir el valor del propio Yo y ejercitar sus potencialidades. El mundo
interior es un callejón sin salida. La mirada interior de la persona está
vacía.
Melancolía trágica. Tiene lugar cuando tanto exterior como
interiormente, las opciones
existenciales alcanzan un punto de extenuación. La vida como tal carece de
significado, no porque una persona no lo haya descubierto aún o lo haya perdido
por un tiempo. Esencialmente, todo es en vano. Pero la persona no puede renunciar y, reuniendo todas sus potencialidades, poniendo su mente en total
concentración y habiendo centrado todos sus talentos, se compromete en una
lucha a muerte por la existencia con significado. Es un estado espiritual e
intelectualmente muy activo.
Melancolía pavorosa. Ocurre cuando una persona se hace consciente no
sólo de la profunda indiferencia del mundo, sino de sus potencialidades
intrínsecamente destructivas dirigidas hacia ella. Ahora el ser se da a conocer
no sólo como vacuidad y nada, sino como ocurrencia agresiva que amenaza con
aniquilar al hombre tanto espiritual, como físicamente. Terribles tormentos paralizan
en última instancia al Yo, precisamente porque el Yo los resiste con fuerza y
apasionadamente. Todos los paradigmas del mundo apocalíptico presuponen al
mundo condenado y al Yo vencido. Cuando el Yo cede a cualquier condición que lo
domina tanto exterior, como interiormente, y que lo devora o disminuye su presencia y su
identidad a cero, el mundo con sentido y significación también desaparece.
En cada forma de experiencia, el Yo pasa a través
de una transformación significativa; hay un largo camino desde sentirse solo, ser
elegíaco e indiferente, a sentirse frustrado con la vanidad básica de la vida y
con la pédida del ser en los signos apocalípticos. Pero vuelvo ahora al
análisis de Feld sobre la mente postmoderna en Altizer y Baudrillard, quienes
se ocupan del significado de la melancolía pavorosa.
La muerte de Dios
La historia humana da testimonio del hecho de que
los dioses han estado muriendo todo el tiempo, incluso los más poderosos, como
Odín o Tiamat, y que en varias mitologías y religiones la muerte fue usada como
medio para aportar muchos temas importantes. El cristianismo, como ninguna
otra religión en el mundo, ha estado estructurando sus mensajes más importantes
en torno al significado de la muerte. Los cristianos de toda clase están fascinados con todos los tipos de
muerte. La muerte es el evento principal en la narración cristiana; la muerte
humana por crucifixión es un evento físico e histórico real; la muerte conquistada mediante la resurrección; las diversas visiones apocalípticas de
las calamidades futuras; la muerte humana
frente a la vida después de la muerte; la muerte neutralizada
mediante la vida eterna, etc. Pero los cristianos se han opuesto vehementemente
a cualquier insinuación o a la más ligera posibilidad de la muerte de Dios, el
todopoderoso, eternamente omnipresente e infinitamente omnisciente.
Sin embargo,
inadvertidamente y por vez primera, Hegel, al postular que la religión en
general y el Dios cristiano en particular son formas visuales y sensibles,
alienadas e imaduras del Espíritu, involucrado en un proceso de
auto-realización y desenvolvimiento en la historia humana, y que éstas han sido supuestamente superadas por la filosofía como forma conceptual más
avanzada de auto-presentación y auto-reconocimiento; y Nietzsche, de manera
explícita, al anunciar la muerte de Dios a manos de los hombres cuando éstos
comprendieron que ya no lo necesitaban, retaron la existencia del Dios
cristiano.
Algunos desenvolvimientos históricos del siglo
veinte, entre los cuales están las dos guerras mundiales; las incontables
limpiezas étnicas; la disminución del predominio económico y político de occidente; la creciente conciencia de los horizontes de otras culturas, contribuyeron
también a la profunda quiebra del status absolutamente seguro de Dios en el
cristianismo. Los teólogos y los filósofos iniciaron la apropiación intelectual
de estos eventos y llegaron a nuevas formulaciones, concepciones y teorías
acerca de lo que ha sucedido.
Para Thomas Altizer, la muerte de Dios es una
continuación lógica del derramamiento kenótico de Dios mismo en el mundo; en la
creación, la encarnación, la crucifixión y la resurrección. Dios dio todo lo
que poseía a los hombres, se sacrificó por el bien de los hombres y abandonó
sus poderes a los hombres. Por otra parte, Dios alcanzará su completa plenitud en el Apocalipsis, su
total opuesto, y de este modo completará la transformación de la trascendencia
en inmanencia, disolviendo los fundamentos
tanto para la verdad absoluta como saber objetivo, universal y
apodíctico sobre el mundo, como para la mera subjetividad e interioridad de la
mente autónoma individual. Los resultados son bastante devastadores -el
apocalipsis para un Yo futuro, la chata
depresión omiabarcadora, el vacío interior, la ausencia de auto-divisibilidad; todos los actores en el drama del bien y del mal han abandonado la escena.
Finalmente, según Baudrillard el mismo mundo ha perdido sus características
de realidad física; se ha desrealizado y transformado en una hipo-realidad. De
hecho, ahora el mundo se ha transformado en el cuerpo muerto de Dios, en el
vacío de la presencia divina, en la total Otredad de Dios; lo que se suponía
que era la creación y la extensión de Dios, se hizo destrucción e inversión.
Altizer y Baudrillard no fueron los únicos que
pensarían dentro de esta línea. Hubo otros intentos intelectuales de explorar
el estado de la metafísica, de la condición humana y de la transformación de la religión cristiana
después de la muerte de Dios. Karl Barth, Dietrich Bonheoffer, Martin
Heidegger, Martin Buber, Hans-Georg Gadamer, Jacques Derrida, Gianni Vattimo,
Jean-Luc Marion -todos ellos aceptaron el reto de la pérdida de la cobertura de
la seguridad última como resultado del
debilitamiento de la razón en un mundo post-teísta, y consiguieron transformar
una aparente tragedia espiritual en ganancia intelectual e incluso religiosa para occidente. Ellos no consideran dicho sombrío callejón sin salida como la representación de la cristiandad después de la muerte del Dios cristiano.
Todo lo contrario, este evento traería otra oportunidad para apropiarse, incluso
más profundamente, el mensaje cristiano, para ensanchar el espacio en el que la
interacción entre Dios y el hombre tiene lugar, para hacer la psique humana más compleja y, adicionalmente,
integrar la moralidad humana.
Sostengo que los filósofos siguieron en
direcciones opuestas los temas de la religiosidad y la reflexividad humana en
la cultura post-teísta debido a que sus opiniones divergen significativamente
en relación a la estructura de la psiquis humana y a los efectos de la pérdida
de Dios como autoridad absoluta en la verdad, la belleza y el bien en la vida y
en la mente humana. El resultado depende de cuán profundamente este impacto
penetra en la psique humana; de qué estados, formas, capas y perfiles de la
conciencia éste afecta y de cómo los hombres pueden experimentar y trabajar
intelectualmente a través de la pérdida, la ausencia, la no-existencia y de otros
indicadores negativos de la presencia en general.
Así mismo, para Nietzsche la muerte de Dios era
una pre-condición del nacimiento del verdadero hombre auténtico -en su opinión,
ésta engendra un hombre autónomo, floreciente y lleno de vida y creatividad;
mientras que para Altizer y Baudrillard la muerte de Dios es un instrumento de
la devastación psicológica, la extenuación cultural, la pauperización
espiritual y, en última instancia, la aniquilación ontológica del hombre
moderno. ¿Es la muerte de Dios un regalo, o una maldición para la cultura
occidental?
No-ser, No-existir y Nada
Si enfocamos la muerte de Dios como evento en la vida espiritual occidental
de modo similar a como enfocaríamos la muerte humana, tenemos que tratar con la
experiencia de la pérdida. Obviamente, la experiencia del Dios perdido o de la
ausencia de Dios no es lo mismo que la ausencia de la experiencia de Dios. La
aflicción o el sentimiento de devastación, de abandono, de ser robado de algo
estimado, de ser violado, de estar deprimido, vacío, son elementos normales del
duelo y expresan el hecho de que hay un vacío en el mundo con el que tiene que
tratar el alma humana, haciendo un esfuerzo para llenarlo con algo
significativo. Se podría seguir aquí fácilmente la línea de Freud y distinguir
entre el estado de duelo y el estado de melancolía de la psique, a continuación
del evento de la muerte. El primero es normal, temporal, y conduce a la
reparación y restablecimiento de la totalidad del mundo destrozado; el segundo,
según Freud, es anormal, de más duración o incluso permanente y lleva a dañar
la propia psique. En otras palabras, hay un Yo herido tras la melancolía; una
parte del Yo se ha perdido, cierta capacidad de reaccionar, sustentar y
articular las emociones se encuentra afectada negativamente. Esto, a su vez,
genera toda clase de ocurrencias en la psique humana como un todo: negaciones,
defensa, represión y supresión, transferencia, sustitución, compensación,
desarrollo de un Yo alternativo, conciencia culpable, sublimación, etc. El
estado de melancolía moviliza todos los niveles de la psique -lo consciente, lo
semi-consciente y lo sub-consciente, y todas las capas de la estructura del Yo.
Las emociones, la razón y la voluntad son convocadas a trabajar más duro para
reflexionar sobre el daño y llevar a la conciencia positiva el propio hecho de
la pérdida, la significación de la ausencia y la presencia del vacío. Dentro de
la psiquis humana diversos mecanismos reflexivos comienzan a reformarse a sí
mismos y la relación entre ellos se hace más compleja. Por ejemplo, si un Yo emocional
experiencial es dañado, y si el trauma es esclarecido y comprendido por un Yo
racional en el proceso de hacerse consciente del evento, el sediento Yo,
habiendo recibido la experiencia catártica como resultado de la comprensión
mediante el Yo racional, es reparado, y el Yo racional expande el alcance de su
experiencia consciente.
En mi opinión, un análisis filosófico del Yo
golpeado por la forma más fuerte y radical de melancolía, la melancolía
pavorosa, asociada con la privación del
bien y con la consiguiente deprivación de la vida en el apocalipsis, aportaría
resultados más ricos por medio del
aparato hermenéutico y fenomenológico precisamente debido a su similaridad con fenómenos que son dados esencialmente sólo en
parte, que son ambiguos por naturaleza, sepultados en la historia, de los
cuales nada es dicho sino sugerido, que no son explícitos y que poseen un lado
no evidente. Estos son elementos de la realidad que no están dados
inmediatamente, pero que participan en la constitución del significado de la
realidad. Las piezas faltantes del Yo perdidas en la melancolía, los agujeros
en el Ego dañado, los dioses sacudidos y desvanecidos, las esencias
menospreciadas y los bancos vaciados de seguros valores morales, las cosas
desnaturalizadas y desrealizadas sin sombras, las hiper-realidades
sobreabastecidas y la deidad como superflua entidad fallecida, no están faltos
de presencia; más bien su presencia es dinámica, pulsante y constantemente
cambiante. Su presencia es real en la medida en que resulta apropiada como
significado. Ellos no nos paralizan a nosotros ni a nuestras vidas con el
horror apocalíptico del triple nihilismo -ningún Dios, ningún Yo, ninguna
realidad. Todas éstas son sólo experiencias retadoras que reclaman la
creatividad y la voluntad humana. Cada persona llega faltándole algo; cada uno
es inválido en ésta o en aquella forma y tiene que adaptarse a sí mismo y a un
mundo que también está lisiado. La deformidad en la melancolía no es una
enfermedad; la deformidad del mundo sin Dios, i.e., sin orden, certeza ni
seguridad no es una maldición.
Sobre la base de lo que Altizar y Baudrillard
escribieron acerca de la melancolía se puede decir que la diferencia entre los
conceptos existencialistas y postmodernos de la muerte de Dios es cómo y en qué
grado un Yo ha sido afectado. Para los existencialistas, el fin de la
metafísica conduce al inicio de un Yo auténtico; para que una persona se
realizara en la experiencia religiosa cuasimística o en otra experiencia
interior de trascendencia, se suponía no sólo la reapropiación del significado
perdido de la verdad, de los valores y la belleza, sino primeramente y sobre
todo crearse a sí mismo. Esos esfuerzos serían exitosos para los
existencialistas y vanos para los postmodernos.
Pero las caracerísticas de Dios en tanto ausente
del ser, una vez vistas a la luz del paradigma europeo más nuevo que comenzó a
difundirse en el mundo europeo con filósofos como Gadamer, Vattimo y Marion,
añaden algo al ser más bien que quitarle. La vacuidad que podía experimentarse
por una persona como resultado de la muerte de Dios no significa que se elimine
todo de la psique, sino la comprensión de que nuestra conciencia es capaz de
fijar algo como real, sin atribuirle alguna clase de rasgos, principalmente
finitos. El no-ser puede ser una característica positiva; éste podría implicar
modalidades ontológicas. La mente vacía no es aquella que perdió todos los
significados y a la que queda el desplazamiento ontológico, sino más bien
aquella que es resultado del continuo trabajo reflexivo dirigido hacia las
emociones, voliciones, fantasías y otras instancias de compromiso del Yo. El
Dios vacío o el Dios otro, el Dios que fue más allá del bien y del mal, aquél
que no está aparentemente interesado en los asuntos humanos, podría ser el
reflejo del completo trabajo exhaustivo de la conciencia. Las prácticas de
meditación budistas que permiten a una persona aclarar su psique y alcanzar un
nivel de conciencia más alto se encuentran llenas de toda clase de vacuidades,
que pueden experimentarse positivamente sin generar estados amargos y devastadores
de soledad, disparidad, melancolía, pereza y así sucesivamente.
Alina Feld presentó las concepciones de tres
pensadores europeos que estaban preocupados con la desaparición de Dios del
horizonte cultural europeo y, como resultado, con la destrucción definitiva del
mundo europeo. Ella analizó cuidadosamente los términos y condiciones de cada
concepción y coincidió con Altizer en que los hombres tienen que pasar a través
de la muerte de Dios y de lo que esto trae consigo a fin de alcanzar "un
nuevo cielo y una nueva tierra." Mientras tanto, lo que se hace necesario
es un lento trabajo tedioso de aclaración del paradigma del Dios muerto. Esto
genera y pone sobre el tapete todo el aspecto temporal o histórico de cualquier
fenómeno humano. Además, Dios ha muerto no por sí mismo; son los hombres
quienes perdieron el contacto con Dios; quienes no ven y sienten su presencia.
Por qué el Dios cristiano dejó de satisfacer a los hombres; cómo sucedió que
sus capacidades ya no son aquellas en las que ellos quieren confiar por sí
mismos; por qué ellos no necesitan preservar y mantener la determinación última
fuera del mundo como valor bien articulado y eterno. Tal vez el modo en que los
hombres se relacionan con Dios -la fe en el cristianismo- ha dejado de
satisfacer a la gente porque su conexión con Dios se hizo más intrincada y
compleja. Tal vez las condiciones culturales son tales, que creer en un Dios no
tiene sentido alguno; la pluralidad de dioses está en demanda en mayor medida,
las formas de conectarse con él o ella, las formas de recibir las bendiciones
divinas son múltiples. Tal vez la fe cristiana tradicional necesita una edición
drástica, antes de que su muerte sea permanente.
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