Thursday, September 4, 2014

Lydia Voronina. COMENTARIOS SOBRE 'LA LLAMA DE LA ETERNIDAD', DE KRZYSZTOF MICHALSKI



Lydia Voronina
Boston, MA
lidavoronina@yahoo.com


Este artículo recoge los comentarios de la autora, Lydia Voronina, al libro de Krzysztof Michalski, The Flame of Eternity: An Interpretation of Nietszche's Thought, trad. por Benjamin Paloff, Princeton: Princeton University Press, 2012.

La presente versión al español se publica en este blog con el permiso de la autora y la aprobación de Alan M. Olson y Helmut Wautischer, y ha sido traducida por Gladys L. Portuondo del original en inglés publicado en: Lydia Voronina, "Comments on Krzysztof Michalski's The Flame of Eternity," Existenz, An International Journal in Philosophy, Religion, Politics, and the Arts, Vol. 8, No 1, Spring 2013, en: 






Resumen: Enfatizar las tendencias románticas en la filosofía de Nietzsche ha permitido a Krzysztof Michalski construir un contexto más abarcador para la comprensión de sus conceptos filosóficos más crípticos, tales como el Nihilismo, el Superhombre, la Volutad de poder, el Eterno Retorno. Al describir la vida en términos de un constante ascenso del yo, abriendo nuevas posibilidades, la llama que "inflama" al cuerpo humano y al alma, etc., también acercó más a Michalski a la espiritualidad como condición humana según la interpretación existencial del cristianismo, lo que implica revivir la vida y la muerte de Cristo como evento real a través del que se vive e inflama el propio corazón, i.e., no por una inclinación a partir de la lectura de textos, o por escuchar a un maestro. La imagen del fuego supone el cambio constante, la inquietud, el fallecer interminable y las etapas en transformación de la realidad que parece perder su etapa presente. Esto hace vulnerable la perspectiva de Michalski sobre Nietzsche y su concepción existencial del cristianismo, porque carecen de un fundamento suficiente para un presente defendible que requiere diversas constantes y  hace posible que la vida sea vivida.

Palabras Clave: Nietzsche, Friedrich; vida; eternidad; espontaneidad; espiritualidad; Romanticismo; cristianismo existencial; muerte de Dios; eterno retorno; superhombre; tiempo; temporalidad.




Se dice con frecuencia que para comprender a un romántico se tiene que ser un romántico incurable, o que para comprender a un místico se tiene que ser un místico más penetrante. Así que para comprender a Nietzsche se debe ser un Nietszche más radical -esto es lo que el libro sobre Nietszche de Krysztof Michalski sugiere y demuestra. Pero ¿es posible ser más nietszcheano que el propio Nietszche? Sí y no. Al parecer, el desarrollo de los argumentos de Nietszche en el espíritu de Nietszche permite a Michalski entender mejor su metafísica del Eterno Retorno. Pero mantenerse por mucho tiempo en estos argumentos lo conduce a la implosión de la filosofía de Nietszche desde dentro, y el eterno retorno interpretado en términos de una llama se transforma en la quemante mismidad de una eternidad vacía.

El concepto más penetrante de la filosofía de Nietzsche, la vida como infinita y como recurrencia en sí misma carente de propósito a través del eterno juego de fuerzas de autoafirmación, se convierte en la principal metáfora explicativa de Michalski, su Ur-metáfora, al explicar los pronunciamientos emblemáticos de Nietzsche: el Nihilismo, la Muerte de Dios, el Superhombre, la Voluntad de Poder y el Eterno Retorno. La vida se ha ampliado en todas las direcciones; todo lo que puede tener un posible significado se coloca en el contexto de la vida viviéndose a sí misma, para sí misma y por sí misma. En la concepción de Michalski sobre Nietzsche la vida obtiene rasgos aún más demoníacos: es el elemento, el acontecimiento espontáneo, la irrestricta fuerza instintiva de la Naturaleza, el horizonte abierto de posibilidades ilimitadas, la incertidumbre básica de las opciones, el niño dichoso que juega olvidado del tiempo, el estado de eternidad que los amantes negligentes pueden experimentar en el momento de la emoción desatada, el ciego ardor, el impulso tormentoso, la mujer temperamental y caprichosa, el esfuerzo, la avidez, las instancias intermitentes en permanente cambio de energía inagotable, el punto de engranaje de la rueda con ingravidez cero, la llama ardiente, el misterio abismal del gozo y el horror, etc. Muchas de estas características pertenecen a la vieja actitud romántica hacia la vida, expresada en el Sturm und Drang, la actitud que presupone que la realidad excede y rompe cualquier estructura en la ontología siendo fundamentalmente irracional, i.e., incomprensible por cualquier tratamiento conceptual. Michalski sigue la huella de estas características en cada movida que hace Nietszche en sus escritos filosóficos.

Pero Michalski también hace el intento de colocar esta actitud nietzscheana hacia la vida en el amplio contexto del cristianismo, aunque no de la doctrina cristiana sino más bien de la religiosidad cristiana, un tipo particular de espiritualidad religiosa, el descubrimiento único en la persona de la presencia de Dios dentro de su corazón. Michalski considera que la experiencia de la obtención de una identidad cristiana es existencial, i.e., el atrapar una llama divina e incendiar el corazón humano, encendiendo una pequeña chispa dentro de este, y la proyecta sobre los descubrimientos metafísicos nietszcheanos de la Muerte de Dios, la Voluntad de Poder y el Eterno Retorno. Haciéndolo de este modo, tematiza la explosiva y arrolladora espontaneidad inflamatoria de la vida, que parece resistir toda explicación conceptual en Nietszche. Naturalmente, Michalski apela a aquellos padres y teólogos cristianos fundadores, quienes enfatizaron los aspectos misteriosos de la fe cristiana no como un credo, como forma de conducta institucionalizada o confortable patrón de socialización, sino como un estado extático, tanto mental como existencial, como esfuerzo heroico, como peligroso intento del individuo de participar en el fuego cósmico, o como capacidad para llevar la quemante presencia de Dios en los corazones humanos (como en San Agustín, los Padres del Desierto, Orígenes, San Juan de la Cruz, Blaise Pascal o Soren Kierkegaard).

De esta forma, Michalski parece haber interpretado a Nietzsche de modo "doblemente" irracional. En primer lugar, él radicalizó la visión fundamentalmente irracional de Nietszche sobre la vida, hasta el punto de la imposibilidad de asir, por medio de cualquier facultad humana, sus manifestaciones más inmediatas -los momentos presentes. Ellos se hicieron tan elusivos, como resultado de haber sido inflados y distendidos por el cambio constante y simultáneo de sus etapas de fenecimiento y transformación, que han perdido toda huella y riqueza ontológicas. En segundo lugar, al explicar a Nietzsche, Michalski trabaja con pasajes de los místicos cristianos más existenciales y de poetas con inclinaciones irracionales trascendentales, como Rainer Maria Rilke, de tal manera que el lector tiene la impresión de que estos pensadores fueron el instrumento de su propio desenvolvimiento espiritual. Parece que está hablando sobre lo que le sucedió a él personalmente, compartiendo sus reacciones, dudas, confusiones y revelaciones con los lectores. Haciendo esto, intenta escapar de la "objetivación" del tema, i.e., de tratar la filosofía de Nietzsche como un objeto de manipulación o como hecho al cual mirar y analizar desde un punto de vista externo. Precisamente, según Nietzsche, eso impediría que una persona obtenga el conocimiento real de la vida, como esta es. Michalski trata tanto a Nietszche, como a los místicos cristianos, de una forma existencial que prporciona un rico contexto y una oportunidad de revivir de primera mano la jornada filosófica de Nietszsche, de experimentar su angustia así como sus triunfos. Michalski hizo posible que la filosofía nietzscheana no fuera barrida por su propia oleada de Nihilismo; él salvó al pensamiento de Nietzsche de la filosofía de Nietzsche.

La historia de la cultura y la filosofía europeas posteriores a Nietszche han probado que sus declaraciones más letales de los cambios ontológicos en la realidad y de las mudanzas básicas en el conocimiento sobre esta realidad -el nihilismo y la muerte de Dios- resultaron ser muy productivos, y que condujeron al desenvolvimiento de nuevas ciencias humanistas, a nuevos significados de la religión, la divinidad, la divinización, la mitologización, las fes, la religiosidad, así como a nuevos tipos de filosofar que culminaron en la fenomenología, el existencialismo, la hermenéutica y otras filosofías postmodernas, con base en resultados obtenidos en el estructuralismo, la crítica literaria y la lingüística, la antropología cultural, la sociología y el psicoanálisis. Los campos de investigación que habían desmontado a los viejos sistemas metafísicos de referencia, a los hábitos analíticos de la búsqueda de esencias y a las actitudes teóricas tradicionales respecto a alcanzar las verdades absolutas,  florecieron con cientos de nuevas y hermosas flores.

Si ya Dios no sirve como fundamento de la realidad y la vida empieza a ser su propio fundamento y meta, desplegándose a sí misma en tanto fallece y adviene en cada momento de su acontecer, el hombre debe adaptarse a estas nuevas condiciones. Es decir, el hombre debe cambiar sus características ontológicas, i.e., su sistema de orientación en el mundo (la religión, las normas sociales, el sistema de valores) y su identidad, para encontrar una nueva forma de asegurar y justificar su existencia -en una palabra, el hombre debe ir más allá de sí mismo, i.e., desarrollar la capacidad super-reflexiva y hacerse casi "sobrenatural" al perderse y encontrarse a sí mismo en cada momento de su vida, una y otra vez. El nuevo hombre no sólo contempla supuestamente de modo reflexivo sus roles sociales, sus posiciones políticas, sus estados emocionales, sus obligaciones morales y desarrolla por su cuenta una conciencia de todos sus perfiles, sino que literalmente se supone que se construye a sí mismo a fin de tratar con la fuerza de la vida, destructiva y constructiva, i.e., a fin de ser creativo. El nuevo hombre supuestamente pasa por encima de sí mismo no sólo en la cotidianeidad y se sorprende a sí mismo, por ejemplo, con un amor inesperado y se sumerge en éste, olvidándose enteramente del tiempo y viviendo, como lo señala Michalski, en un momento que es eternidad.  Debe también enfrentar y retener lo Desconocido, el Temor, las trampas y agujeros existenciales; debe aprender cómo vivir en la soledad primordial, tratar con la nada, mantener el balance en la caída libre al abismo de la Existenz, pasar a través de todos los tipos del vacío ontológico. El nuevo hombre tiene que ser él mismo y más que él mismo a la vez, como ser viviente que respira ha de ser su propio fundamento y  su propia meta en su vida. El cambio del paradigma metafísico tradicional, que fue presupuesto por las ciencias y que tuvo su base en la trinidad absoluta de verdad-bien-belleza, resultó ser más fácil de cambiar de lo que fue la imagen tradicional del hombre garantizada trascendentalmente, tácitamente presupuesta en la mentalidad humana. La transformación del hombre en superhombre, adecuado a la nueva ontología, requería superpoderes. Sorprendentemente, la religión, más precisamente una fe viviente, podía ser uno de esos superpoderes.

Exactamente en este punto Michalski se refiere a Zaratustra, quien está tratando de despertar a las personas de su sueño permanente en las confortables mentiras  de la vieja ciencia y la vieja metafísica, y de hacerles encarar la terrible realidad de la vida: la muerte, el fin del mundo, el Último Juicio, el Apocalipsis. Michalski cita La Gaya Ciencia, de Nietzsche: "nosotros, los anti-metafísicos sin dios, llevamos todavía nuestro fuego...desde la llama iluminada por la fe que tiene mil años de antigüedad...que Dios es la verdad";  busca en el Evangelio de Mateo que cuenta la historia de Cristo muriendo en la Cruz para demostrar cómo el hombre puede redescubrir a Dios en su corazón, y concluye que "el grito de Cristo en la cruz revela al mundo como el lugar en el que estamos esperando por Dios."[1] Es decir, los eventos religiosos no son eventos históricos, sino que están teniendo ahora lugar en el ámbito de nuestra experiencia presente. Ellos no pertenecen al reino del tiempo; ellos son "eventos" eternos que penetran nuestras vidas y se desenvuelven en sí mismos en medio de los eventos temporales. Nos constituimos a nosotros mismos de nuevo, junto a los rasgos del Superhombre, si descubrimos un origen eterno de la creatividad, que se encuentra tanto fuera, como dentro de nosotros. Una vez que escuchamos el grito de Cristo en la cruz -y no sólo aprendemos los Diez Mandamientos- empezamos a vivir en la eternidad.

Con esto en mente, otra revelación nietzscheana, la voluntad de poder, se hace más concreta. Una vez que el nuevo hombre compromete su capacidad reflexiva eterna  y existencial, comienza a sentirse más ajustado a la vida que es fuerza ilimitada de autodesecho y autocreación,  rechazando ciertas formas y afirmando otras, eliminando las vías antiguas y desarrollando nuevas opciones. Es como si la vida tuviera su propia voluntad para avanzar en sí misma y el poder de hacerlo sin límite. No obstante, si la voluntad de poder, i.e., la vida que avanza por sí misma, alcanza potencialmente una totalidad de completa autoexposición, el superhombre se hace mortal, i.e., la muerte limita su existencia y su conocimiento. Aunque cuando él afirma al Cristo viviente en su corazón, i.e., cuando comienza a vivir en la eternidad, puede tener la auténtica experiencia de estar eternamente presente en su propia vida, como Cristo estuvo en la suya. Porque Cristo no le enseña al hombre un conjunto finito de reglas a seguir, sino que ilumina el propio corazón, como el maestro en el viejo refrán: un estudiante no es un recipiente para ser llenado, sino una antorcha para ser iluminada.

Al parecer la interpretación del superhombre y de la voluntad de poder por Michalski a través del Cristo viviente elucida no sólo el cotenido de los conceptos de Nietzsche, sino también viceversa,  la esencia de Cristo que no enseña reglas al hombre, sino que enciende su corazón con la llama divina.

La eternidad no tiene dirección alguna. Pero los seres humanos avanzan en la vida desde el principio (nacimiento) hasta el fin (muerte). Los seres humanos no viven su vida como voluntad de poder en el sentido nietzscheano; ellos sólo viven sus propias vidas. Hay etapas en la vida claramente definidas por la forma en que los seres humanos experimentan su plenitud e intensidad. ¿Significa esto que, de algún modo, el hombre crea la instancia de la eternidad, hace que esta ocurra, hace de esta un evento? Pero en Nietzsche cualquier manifestación del superhombre y de la vida como voluntad de poder parece no existir en la constante recurrencia del fenecimiento y el advenimiento; la vida que ha sustituido a la realidad no tiene base alguna a la cual apegarse, o algún anzuelo para retenerse y permanecer al menos por corto tiempo. Sí, por algún tiempo, y que sea un orden temporal para cualquier fenómeno en desarrollo es un gran problema tanto para Nietzsche, como para Michalski. Creo que esto se debe a que tanto Nietszche, como Michalski, han conservado al menos una noción de la metafísica tradicional y la han hecho funcionar por todo el resto de lo que ellos han abandonado. La noción de eternidad es la que menos fortaleza tiene en la metafísica. Michalski ofrece muchas metáforas para demostrar su significado: el niño que juega, el tiempo de olvido, la muerte que interrumpe el  proceder habitual rítmicamente cotidiano, los amantes bajo el manzano que están ingenuamente inmersos en sí mismos en la emoción desatada, el ignorar el tiempo y vivir en el momento, el fuego cósmico que enciende los constantes vaivenes del universo, Cristo lamentándose en la cruz, el poner una semilla de fe en el corazón humano,  la resurrección como manifestación del amor divino. Es muy difícil combinar racionalmente el significado del cambio constante y el de la eternidad. Este es el caso, incluso, si el cambio constante no se refiere a cambios concretos en sustancia, a cantidades y cualidades, sino a cambios en los procesos de la vida per se. El cambio eterno  implica una contradicción intrínseca, lo mismo que la extensa brevedad. El cambio eterno no es variable; el significado de la variabilidad no se aplica. Estos son muchos aspectos sin resolver en el último y más oscuro descubrimiento metafísico-antimetafísico de  Nietszche: el eterno retorno.

A diferencia de la mayoría de las ideas metafísicas, que a pesar de su elevado nivel de abstracción se encuentran profundamente enraizadas en nuestra experiencia sensible y nuestra intuición, la idea del eterno retorno es contra-intuitiva. Más bien percibimos y sentimos la vida como algo que nunca retorna a sí mismo, que nunca se repite y nunca vuelve a apropiarse de su propio acontecer. Lo mismo puede decirse acerca de muchas formas diferentes de vida, o acerca de muchas esferas a las cuales la metáfora de la vida puede aplicarse, si se piensa que el único uso justificado de la noción de vida sería el biológico. Hablamos de la vida histórica, la vida cultural, la vida religiosa, la vida social, la vida política y la vida del alma, la vida del universo, de un planeta o del Sol. La noción de vida se aplica dondequiera que encontramos eventos que son únicos, i.e., que han ocurrido una vez y no ocurrirán nuevamente, ellos son ontológicamente irreductibles entre sí. A primera vista este motivo es exactamente lo que Nietzsche pudo escoger y utilizar en su paradigma de pensamiento, enfatizando los cambios de todo tipo. Pero insistió en que el eterno retorno era para él el "pensamiento abismal" más importante, el que incluso lo hacía bajar la voz cuando lo mencionaba. Tan grande era su significación.

Michalski analiza detalladamente los argumentos de Nietzsche en defensa del eterno retorno. Podría haber al menos dos líneas de eventos en desarrollo: (1) como ocurre en la realidad, i.e., en la vida en tanto es experimentada desde dentro; y (2) en tanto es observada desde fuera. En el primer caso, el momento presente se hace más pronunciado porque se vive en él y a través de él, pero tanto el pasado como el futuro se encuentran fuera de foco y la diferencia entre ellos se desvanece. En el segundo caso, se observa el presente, el pasado y el futuro claramente y con la misma intensidad, pero la diferencia entre las diferenciaciones temporales y el estado privilegiado del presente han desaparecido. Todos los eventos se perciben por un observador como secuencia de puntos en línea, sin principio ni fin. El tiempo pierde esencialmente su significado. Salvar las características específicas de todas las diferenciaciones  temporales, la unidad del tiempo, como Nietzsche la llama, y mantenerlas siendo diferentes unas de otras, es lo que constituye un reto.

La célula más elemental o la partícula más simple del tiempo es un momento descrito por Nietzsche en términos de instancias pasajeras y en devenir. Estas instancias no cambian unas después de otras, ni se sustituyen entre sí secuencialmente; ellas operan conjuntamente: cada momento está desapareciendo y deviniendo simultáneamente. Por consiguiente, el pasado y el futuro son dos caras de la misma moneda, la cual es...la eternidad. "La eternidad no es el opuesto del tiempo, sino su aspecto, su necesaria dimensión...sin esta el tiempo se desintegraría en piezas dispares"[FE 186], las cuales no podríamos identificar como el pasado, el presente y el futuro. La eternidad es lo que conserva la ininterrupción del tiempo y lo que diferencia los perfiles temporales con la misma disparidad. Por supuesto, se debería tener en mente que la interpretación del tiempo en tanto vinculado intrínsecamente a la eternidad tiene sentido sólo si miramos al tiempo desde dentro de nuestra vida, i.e., si somos hacedores, no observadores de eventos en nuestra propia vida. Así, con la intención de desarrollar más profundamente el significado de la eternidad, Michalski lleva a cabo una cascada de pasos metafóricos: "la eternidad es el motor de mi vida...la eternidad es la corriente escondida de mi vida...la eternidad es la 'determinación interna' de mi vida...", y concluye: "la eternidad me hace fluir, lo que hace a la vida continuar sin fin"(p. 188).

La eternidad que se vincula con lo que es el centro de la vida, la voluntad de poder, asume algunas de sus características, se convierte en un tipo de fuerza independiente, autopropulsora, que se encuentra en el fundamento de la vida y que opera ontológicamente en el mismo nivel en el que la vida es vivida. Pero si la vida no tiene meta alguna excepto el avance de su propio acaecer, no tiene alguna agenda prediseñada, ninguna pretendida finalidad, ningún libro que lea el destino de las personas y a la vez el presente, si no posee ontología alguna, sino que es un momento ilusorio del acto comprimido, doblemente arriesgado, del devenir y la transformación, ¿de dónde puede la eternidad obtener el material para esculpir la vida?  La eternidad es forzada a volver a sí misma y a repetirse a sí misma, y puede hacerlo sólo en la forma en que ella es y sabe -eternamente. La eternidad como vida y como voluntad de poder ha adquirido la forma de una rueda y puede ser comprehendida no como un hecho observable de la vida, i.e., como una pieza conceptualizada, claramente articulada, finita, del conocimiento, sino sólo desde dentro de la vida, sólo como experiencia de la vida que se vive. Así, el auténtico conocimiento de la vida no proporciona una conciencia del tiempo, i.e., de los eventos de la vida  enredados en la red del presente, el pasado y el futuro, sino que en esos momentos uno siente como si saliera del tiempo, como un niño que juega y olvida el tiempo, como cuando se está enamorado bajo el manzano y se olvida el almuerzo, como cuando se escucha la angustia de Cristo presente en el corazón y como si se aniquilara la historia con el estoque de la propia participación inmediata en el evento que tuvo lugar hace 2000 años, y se abriera el corazón al eterno Reino de Dios y se respirara el amor eterno de Dios.

Así, según Michalski, sucede que como criaturas vivientes nos encontramos en dos dimensiones: la temporal y la atemporal. La primera dimensión nos coloca en el contexto de nuestros ancestros y de los días a través de los cuales vivimos -nacimiento, maduración y muerte. La segunda va más allá de las diferenciaciones temporales y del continuum de las instancias a la eternidad, la cual es un "abrir y cerrar de ojos" que "recoge todo mi pasado y abre todo mi futuro"(p. 205), lo que experimentamos de una forma profundamente diferente que las realidades temporales, porque ello presupone el cambio del corazón, i.e., el cambio del Yo, y es lo que se identifica, tanto según Nietzsche como Michalski, como "el toque de Dios". Aunque hay una seria tensión entre el rechazo de todas las realidades cristianas por parte de Nietzsche, en tanto mecanismos trascendentales que privan al hombre de su vida, y su apelación a una imagen religiosa para expresar el significado más profundo de su propio filosofar,  para Michalski no representa un problema desarrollar más sus metáforas religiosas. Nietzsche rechaza el cristianismo en la medida en que este presenta un factor estabilizador en la vida; de otra parte, en la medida en que Cristo es un elemento del inevitable nihilismo, es bienvenido como una oportunidad de algo nuevo. Pero Michalski cree que podría haber una lectura incluso más radical del Cristo nietzscheano, con base en la experiencia de la eternidad como "estando enfermo" de ella, o como "presente viviente". Al experimentar la eternidad, uno se abre a que cualesquiera posibilidades se conviertan en una oportunidad real, y por lo tanto se está abierto en cualquier momento al futuro por venir; se está preparado totalmente para el futuro. El Mesías o el Reino de Dios se interioriza, el evento histórico distante se hace existencialmente presente, y Cristo obtiene todo un conjunto de características diferentes, básicamente románticas. Para una persona que vive su vida en la presencia de Cristo, este abre nuevas oportunidades existenciales porque es identificado con un espíritu libre y como navegante cuya propia ocupación podría traer algo nuevo a su vida.

Me parece que la lectura de Nietzsche por parte de Michalski, como  visión  romántica radicalizada de la vida en el contexto más amplio de la religiosidad existencial cristiana, comparte una interpretación del tiempo, de las diferenciaciones temporales y de la eternidad, que pierde fundamentalmente la significación y el contenido del presente según se relaciona necesariamente con el pasado y el futuro. En otras palabras, un presente que proporciona la condición para una actitud típicamente nietzscheaba hacia la vida, i.e., como fundamento para una visualización real de la vida como esta sucede en el momento que no es sólo el punto de conexión transitoria entre el futuro y el pasado, sino que es de la especie del cuerpo sustancial de un evento. El presente, la realidad del presente, ha sido sacrificada en nombre de la realidad última. Este es el ejemplo más elocuente de la esencia o la verdad absoluta de la vieja metafísica, contra la cual luchaba Nietzsche en todos sus escritos filosóficos.

Creo que la significación y el status del presente en la versión de la filosofía de la vida de Nietzsche puede salvarse, si se adopta el tratamiento del tiempo de otros dos filósofos: Henri Bergson y Edmund Husserl. Bergson insistió en la intuición del presente como duración; él veía el presente como extendido en sus fases temporales o moviéndose a través de sus propias fases de realidad, atrapado en un acto de percepción. Husserl desarrolló la teoría fenomenológica del tiempo con base en una concientización multiestratificada de las diferenciaciones temporales, que combina lo consciente y lo automático, lo subconsciente, las experiencias de la conciencia que participa en la formación del significado del presente, el pasado y el futuro. Si para Nietzsche, según Michalski, el mismo momento del fenecer era el del advenimiento, sin permitir que el presente se detuviera y se viviera a través de él,  para Bergson y para Husserl el presente ha ganado peso. Pero si para Bergson el mismo ha sido la duración real de una apariencia atrapada en la percepción, para Husserl se encuentra constituido dentro de la estructura del flujo de la conciencia, como significado de diversas experiencias de la conciencia: la sensación, la percepción, el recuerdo o la fantasía. En otras palabras, en Bergson el pasado no se empuja nunca fuera de la próxima experiencia presente; es una parte integral del presente como si fuese una percepción de la duración, un evento de transición del presente en el pasado. Y en Husserl este era un aspecto, un matiz, un perfil del presente que había dejado una percepción real, pero retenido como acabando de pasar dentro de la fase presente de la percepción o de cualquier otra experiencia de la conciencia. Como fenómeno temporal el presente era difuso, no era nunca una pieza bien definida del tiempo o un punto ideal de una línea. Husserl  llamaba este aspecto la memoria primaria, que es parcialmente un pasado de la percepción y que  funciona espontáneamente dentro del flujo de la conciencia y  hace posible la formación del sentido verdadero de la temporalidad. El presente no puede ser pensado sin sus aspectos inmediatos del pasado y el futuro, dados conjuntamente a la conciencia. Husserl compara esta triple célula de la temporalidad, que funciona en cualquier experiencia de la conciencia -en la percepción como en la sensación, la fantasía o el recuerdo-, con un tono musical: re puede tener sentido como re, sólo cuando se escucha en la compañía tácita de do y de mi. Un enorme  esfuerzo -la confianza en la eternidad, o la erupción de la eternidad en la temporalidad- no salva  realmente a la realidad  de la huida. El tiempo lo hace.

En mi opinión, el significado del tiempo y de las diferenciaciones temporales es el vínculo más débil en la filosofía de Nietzsche, el cual socava la validez de su descubrimiento filosófico, i.e., que las esencias trascendentales, las verdades y formas absolutas no existen. Michalski intentó reforzar la filosofía de Nietzsche dejando que la eternidad desempeñara el papel clave en su perspectiva fundamentalmente dinámica del mundo. Pero el presente no es lo omnipresente de la eternidad; lo omnipresente no tiene pasado ni futuro; no los necesita para ser; su significación no lo presupone tácita o explícitamente. Sin embargo, si valoramos la vida y sentimos su presencia en lo que somos, lo que hacemos y lo que sentimos, y pensamos que estamos viviendo en el presente, no pasamos momentáneamente a través de esta al espacio más allá del tiempo, i.e., la eternidad. No todo es renovado en la renovación. La vida también requiere de constantes. La vida biológica presupone un código genético; la vida fisiológica la célula; la vida psicológica el Yo; la vida religiosa un credo, doctrina e instituciones; la vida cultural la tradición y los arquetipos; la vida política la ley y las instituciones. Todos estos elementos aseguran el presente en la medida en que este se presenta a sí mismo presentándose. La vida requiere ser protegida con el espeso y denso prente. De otro modo, tenemos que apelar a la autoridad más elevada de la eternidad para mantener la vida contenida y estructurada, incluso en forma negativa, desapareciendo -en llamas. El tiempo, ligado a la eternidad, consume la vida, no la sustenta. La omnipresencia de la eternidad implica la omniausencia.

Usamos el término "vida" en una forma muy compleja, en su mayor parte de forma metafórica. Hay muchas formas de vida: biológica, fisiológica, cultural, religiosa, política, etc. Todas ellas se estratifican en la forma en que son los seres humanos y todas ellas están comprimidas, prensadas e intervinculadas conjuntamente. Para entender cómo todas estas formas de vida se sostienen a sí mismas hay que determinar los tipos de tiempo que cada una de ellas implica. La eternidad podría ser la misma, pero el tiempo es muy diferente, porque el presente es diferente en tanto capaz de llevar aparejada una realidad estructurada. Por ejemplo, el tiempo biológico no puede retroceder -vivimos cambiando de la juventud a la vejez. Pero el tiempo cultural viaja con facilidad hacia atrás: prácticamente, todas las formas de la concientización cultural china presuponen en el pasado una Edad de Oro, una perfecta condición humana por la que lucha la historia. El tiempo político puede empezar contando de nuevo el tiempo en los momentos revolucionarios, despojando a los eventos previos del tiempo como si no lo tuvieran, i.e., como si no existieran realmente. El tiempo religioso, o el tiempo metafísico, puede tener el elemento funcional de la eternidad, ya que este es dado intuitivamente, en la experiencia inmediata de fe del creyente, o en la contemplación de las ideas del filósofo.

La verdadera novedad del libro de Michalski es su descripción de la experiencia de la eternidad, las diferentes formas  en que una persona ve o escucha, o siente en alguna otra forma, interioriza, vive a través de la eternidad y trata con ella. Cuando las personas hablan de la eternidad,  no operan con la definición de eternidad; son conscientes de lo que esta es; tienen un tipo de conocimiento intuitivo de esta. Para Michalski así como para un metafísico del tipo clásico, no para un filósofo postmoderno, la eternidad es "el motor" de la vida;  ella mantiene la vida en marcha y funcionando, alberga el momento a partir de sí -en el fenecer, y hace posible que el próximo momento tenga lugar -en el advenimiento.

Y sin embargo, si la eternidad es la experiencia interior de un creyente o de un filósofo,  esta debe tener lugar en el tiempo; debe ser un evento, estar constituida como algo finito e indistinguible respecto a cualquier otra experiencia humana. En otro tipo de experiencias el tiempo se va, transcurre, fluye, etc., no debido a los esfuerzos de la eternidad, sino debido a lo que está sucediendo en el presente. El presente, generándose a sí mismo, genera al futuro y al pasado. Esto es por lo que es importante mirar hacia las características diferentes del tiempo: la duración, la sucesión, la dirección, la irreversibilidad, la densidad, la velocidad. Si la eternidad no pierde su equilibrio con las estructuras finitas, ella consume la vida y, eventualmente, la destruye en su flama de mismidad. Lo que haría justicia a los elementos, tanto temporales como eternos, del fenómeno de la vida, sería articular las formas del tiempo que sustentan la vida, no las formas de la eternidad que la consumen. A Krzysztof  Michalski se le ocurrió una interpretación religiosa romántico-existencial muy original de la filosofía de Nietzsche, la eternidad en llamas, con la que arroja luz en los más oscuros conceptos de Nietzsche, tales como el nihilismo total, la voluntad de poder, el superhombre y el eterno retorno. Pero también esta interpretación, al abstenerse de atrapar esta eternidad llameante en las estructuras temporales finitas en las que la vida tiene lugar como es vivida en varias formas y figuras, podría fácilmente convertirse en el fuego que quema la propia realidad que trata de representar.






[1] Krzysztof Michalski, The Flame of Eternity: An Interpretation of Nietszche's Thought, trad. por Benjamin Paloff, Princeton: Princeton University Press, 2012.[En lo que sigue citado como FE]

Wednesday, May 21, 2014

Thomas J. J. Altizer. "LA MELANCOLÍA Y LA OTREDAD DE DIOS", DE ALINA N. FELD



Thomas J. J. Altizer
State University of New York, Stony Brook
tjja@ptd.net


La presente versión al español se publica en este blog con el permiso del autor y la aprobación de Alan M. Olson y Helmut Wautischer, y ha sido traducida por Gladys L. Portuondo del original en inglés publicado en: Thomas J. J. Altizer, "Alina N. Feld's Melancholy and the Otherness of God,"  Existenz, An International Journal in Philosophy, Religion, Politics, and the Arts, Vol. 7, No. 2, Fall 2012, en:



Resumen: Si la melancolía es el gusto por lo Otro de Dios, como sostiene Alina N. Feld en la tradición filosófica de Kierkegaard, entonces también es un gusto del apocalipsis, así como el fundamento de la transfiguración y la redención. ¿Cuál es la significación de la depresión postmoderna? ¿Esta manifiesta a lo Otro de Dios? ¿O a un nuevo Cuerpo de Dios universal, que ya no es nombrable como el de Dios? El libro de Feld es una invitación a pensar más allá estas cuestiones.
Palabras clave: Interioridad occidental; depresión postmoderna; apocalipsis; redención; lobreguez de Dios; lo Otro de Dios; condenación; predestinación; horror religiosus; transfiguración.



¿Hay algo más ajeno a nuestro mundo que la melancolía? Una melancolía que podemos conocer sólo como depresión, aunque de esa manera desconocemos o repudiamos lo que fue una vez un vasto mundo, y un mundo inseparable de una interioridad únicamente occidental. La melancolía era entonces un mundo humano universal, poseyendo aparentemente a cada uno, así como el estado no melancólico era aparentemente imposible, o era posible sólo para los santos o los dementes. Ahora la melancolía ha resucitado virtualmente de los muertos, como ocurre en Melancholy and the Otherness of God, de Alina Feld[1], cuya mayor fortaleza, así como su mayor originalidad, radica en su análisis teológico. Dejando a un lado a Soren Kierkegaard, cuyas investigaciones son sólo suyas absolutamente, ésta es tal vez la única investigación teológica detallada de la melancolía nuestra, aunque hace uso de una fundamentación fuertemente filosófica, porque esta es una genuina obra de teología filosófica.
No obstante, esta es una teología filosófica que incorpora, así mismo, los ámbitos psicológico e imaginativo; en efecto, una teología filosófica verdaderamente nueva es virtualmente creada; una que es profunda exposición de las honduras de la melancolía que, de otro modo, se encuentran totalmente obnubiladas. El libro concluye con una investigación de la depresión moderna como el mismo apocalipsis, un apocalipsis hecho posible solamente a través de travesías interiores hacia las profundidades de la lobreguez, y si esta lobreguez es el  mismo Infierno, sólo es un descenso al Infierno que puede realizar realmente el apocalipsis. Así, las honduras de la melancolía son develadas aquí como esenciales para una liberación genuina o una redención; de este modo,  nuestras fantasías más profundas sobre la redención no sólo terminan, sino que se transfiguran, y se transfiguran iniciándonos en las realidades más profundas de la melancolía. Ahora debe reconocerse que no hay nada más velado en la teología moderna que la propia redención, una redención ampliamente expuesta en la teología clásica, y tal vez en ningún otro punto existe una mayor brecha entre la teología moderna y la clásica. Así, también la redención o una última liberación se explora profundamente por la filosofía clásica y se encuentra crecientemente ausente en la filosofía moderna, y cuando es renovada por Martin Heidegger, esto tiene un efecto último sobre la filosofía moderna, y uno inseparable de la profunda investigación de la Angst en Being and Time. Por supuesto, esto se hace posible solamente por Kierkegaard; y Feld se encuentra también, en gran medida, bajo el impacto de Kierkegaard, un Kierkegaard que creó en profundidad una filosofía de la melancolía.
Ciertamente, esto tuvo un enorme impacto en la teología moderna, así que Feld se ubica en gran medida en la tradición de la teología moderna, una teología cuya fortaleza se halla en la exposición de la lobreguez más bien que de la luz. Ése es el contexto en el que debe entenderse a Feld, y teológicamente su obra debe aceptarse como una exposición de la lobreguez de Dios, y de la absoluta lobreguez de Dios. Si bien es ajena al cuerpo de la teología en su mayor parte, no es ajena a la teología más profunda, como se manifiesta tal vez, mayormente, en el propio Agustín, quien creó la teología occidental y lo hizo así, para decirlo con máyor precisión, en su creación de la doctrina de la predestinación, que hasta este día es ajena a toda la teología oriental. Mientras que la predestinación no se menciona en el libro de Feld, su contraparte está allí en su comprensión de la absoluta necesidad de la melancolía para la redención, porque precisamente como en la doctrina de la predestinación, la redención es imposible separada de la condenación, y la redención del elegido imposible separadamente de la condenación de la gran mayoría, así que la doctrina de la predestinación es un verdadero horror religiosus. La comprensión de la melancolía por parte de Feld puede entenderse como tal horror, porque es una melancolía más profunda la que nos inicia en la absoluta lobreguez de Dios, una lobreguez desconocida de modo separado de dicha melancolía, y una lobreguez de la que no se puede escapar una vez que se conoce esta melancolía.
Aquí la lobreguez de Dios no puede entenderse como la ocultación de la luz absoluta al hombre, sino mayormente como la pura lobreguez en sí misma, una lobreguez que es verdadero horror y el origen último del  horror mismoQuien conoce la melancolía profunda, conoce inevitablemente este horror, porque conociendo esa melancolía se conoce el No absoluto de Dios, y lo conoce como No y solamente No, o como lo de lo que Feld habla como "lo Otro de Dios". Éste es un Otro aparte del cual no podemos entender la melancolía profunda, de ahí que éste resulta ajeno a aquellos a quienes William James conocía como los que han nacido una vez o los de mente sana, y que, sin embargo, no escapa a aquellos que James conocía como los nacidos dos veces, o las almas enfermas. Sí, esto es en el lenguaje de Kierkegaard la enfermedad mortal, pero ésta es una muerte que es absolutamente necesaria para la redención, exactamente como la melancolía profunda es necesaria para la redención, una redención completamente irreal separada de esa melancolía. En consecuencia, lo Otro de Dios es absolutamente necesario para la redención, y necesario como la otredad absoluta de Dios por sí misma, si es sólo en la melancolía profunda que podemos conocer realmente lo Otro de Dios, un  Otro que es el absoluto No de Dios,  el No que hace posible, finalmente, un Sí absoluto.
En un sentido muy irónico,  Melancholy and the Otherness of God  es finalmente la promulgación de un Sí absoluto, un Sí que sólo es posible a través de lo Otro de Dios, un Otro que se manifiesta realmente sólo a través de la muerte o el auto-vaciamiento o la auto-negación de Dios, pero entonces se libera el cuerpo de la muerte absoluta o de la otredad, y se realiza para nosotros a través de las profundidades de la misma melancolía. A través de esa melancolía, podemos realmente degustar lo Otro de Dios, y tener el gusto de éste en el mismo centro de nuestro propio ser, y si la melancolía se ha convertido en depresión en nuestro mundo, ésta es una depresión en la cual lo Otro de Dios se encuentra por completo escondido, y podemos solamente paladear la lobreguez de nosotros mismos. De ahí que no hay mayor misterio para nosotros que la depresión o la depresión profunda, una depresión que es verdaderamente otra que la melancolía profunda, porque en esa melancolía podemos conocer y paladear lo Otro de Dios, mientras que en la depresión profunda podemos sólo conocernos o degustarnos  nosotros mismos.
Así que ¿cómo Feld puede atreverse a tratar de entender la depresión moderna como el apocalipsis mismo? ¿Es ése un intento de entender dicha depresión como una melancolía profunda, aunque disfrazada, o es una apertura a una melancolía nueva, incluso absolutamente nueva, hecha posible sólo por el advenimiento de un mundo absolutamente nuevo? Si dicho advenimiento ha ocurrido, podríamos esperar ciertamente una absoluta transformación de la depresión y, tal vez, una melancolía totalmente renovadora. ¿Cómo podría manifestarse lo Otro de Dios en dicha melancolía? ¿Se manifestaría por más tiempo como Dios, o como una dimensión o expresión de Dios? ¿O daría nacimiento a un  Cuerpo de Dios absolutamente nuevo, y por vez primera un Cuerpo de Dios universal, tan universal que ya no se manifieste o sea nombrado como Dios? Éstas son las cuestiones que suscita este libro, y que suscita inevitablemente por su exploración en profundidad de la melancolía, revelando con ello las profundidades de la melancolía para nosotros, profundidades que nos llaman a una profunda transfiguración.




[1] Alina N. Feld, Melancholy and the Otherness of God: A Study of the Hermeneutics of Depression, Lanham, MD: Lexington Books, 2011. 

Wednesday, April 23, 2014

Michael L. Raposa, LA TEOLOGÍA COMO TERAPIA. Reflexiones sobre "La melancolía y la otredad de Dios", de Alina Feld



Michael L. Raposa
Lehigh University
mlr0@Lehigh.edu


La presente versión al español se publica con el permiso del autor y la aprobación de Alan M. Olson y Helmut Wautischer, y ha sido traducida por Gladys L. Portuondo del original en inglés publicado en: Michael L. Raposa, "Theology as Therapy. Reflections on Alina N. Feld's Melancholy and the Otherness of God,"  Existenz, An International Journal in Philosophy, Religion, Politics, and the Arts, Vol. 7, No. 2, Fall 2012, en:


Resumen: La extraordinaria exploración filosófica y teológica de Alina Feld sobre la amplitud y la profundidad de la melancolía humana proporciona inestimables recursos para el futuro coloquio académico, no sólo en el campo de la teología filosófica, sino también entre los psicólogos y psicoterapeutas. Su tratamiento psicoanalítico de la melancolía podría compararse, de manera fructífera, con algunas de las interpretaciones generadas por los  teóricos cognitivo-conductistas contemporáneos al estudiar la depresión. Sobre todo, al complementar su enfoque hermenéutico con la perspectiva semiótica de Charles Pierce, se hace posible comprender la melancolía como respuesta interpretativa a la situación humana y como importante signo que en sí mismo requiere interpretación.
Palabras clave: Pierce, Charles; melancolía; semiosis; Beck, Aaron; terapia cognitiva.


En la observación final de mi prólogo al libro de Alina Feld tracé, al menos, algunas de las cuestiones de mi propia interpretación, que su relevante estudio propone a la futura investigación[1]. Me propongo aquí abordar muy brevemente una combinación de la primera y la tercera de estas cuestiones, que exploran la relación entre las interpretaciones psicológicas y las filosóficas (o teológicas) de la depresión, por una parte, y entre la melancolía, concebida como signo significativo, y la "otredad" que se resiste a todas las formas de significación, por la otra. Promuevo el  primer tipo de cuestión a pesar del propio descargo de responsabilidad de Feld, según el cual en este libro ella no pretende aportar una "investigación científica de una condición mental" (MOG xv). Por supuesto, ella sí examina la resonancia entre ciertas ideas filosóficas y sus correlatos en la investigación psicoanalítica moderna (especialmente en el capítulo ocho, que se centra en diversos enfoques existenciales y fenomenológicos en la psicoterapia). Pero quiero sugerir que su discurso sobre la melancolía tiene para la teoría y la práctica psicoterapéuticas contemporáneas una relevancia más amplia que la que Feld puede sospechar. Mi interés adicional es explorar la naturaleza general y los límites de la semiosis, una tarea que se facilita a través del examen ampliado de la melancolía por parte de Feld como un caso especial, esto es, como un ejemplo de la clase de fenómeno que sólo surge en los bordes de lo que podemos concebir o articular de modo efectivo.
Comenzaremos con la interpretación de Feld según la cual la melancolía, en sus múltiples formas y manifestaciones, es algo a lo que debemos prestar atención cuidadosamente. Su propia reflexión se extiende por casi doscientas páginas. Por otra parte, la exposición que ella aporta es lo bastante rica, tanto en los matices como en los detalles, como para que, de forma insensata, se pueda esperar  una respuesta única, simple, a la cuestión de por qué debemos prestar esta clase de atención a nuestros estados de ánimo más sombríos. El "pensamiento resultante" de Feld sugiere que ella está interesada mayormente en las respuestas teológicas a esta cuestión y además, en las psicológicas que se relacionan con lo que podríamos aprender sobre la psiquis humana a partir de nuestra melancolía. De hecho, tanto el título del libro, como las ideas religiosas entretejidas cuidadosamente en todo su tapiz, proporcionan la evidencia del primer tipo de interés. El segundo se encuentra expuesto claramente en afirmaciones como "un mundo sin melancolía no es ya un mundo humano" y  "el yo conoce su luz sólo conociendo su oscuridad" (MOG 194). Esta clase de saber se hace posible, por supuesto, sólo para el individuo que comprende, de modo aproximado, en la experiencia del tedio profundo o la depresión, que "uno debe apropiársela y asumirla sin reserva" (MOG 188).
Ahora bien, a pesar de su original descargo de responsabilidad, es interesante observar cómo Feld finaliza su libro con cierta prescripción, insistiendo en que "la medicina y la teología deben unirse en la terapéutica de lo humano, el ser cuyo cuerpo es subjetivo y cuya alma está encarnada" (MOG 193). Deseo proponer, sin que pueda argumentarlo aquí, que el desarrollo reciente de las terapias cognitivas conductuales (CBT) por ciertos psicólogos clínicos contemporáneos presenta una oportunidad interesante para facilitar el vínculo de la medicina y la teología, como lo fomenta Feld. Esto podría parecer contrario, a primera vista, a la intuición. Las CBT parecerían ocupar un espacio  conceptual del todo diferente de aquél que rodea a las tradiciones clásicas del psicoanálisis, especialmente los enfoques existenciales y fenomenológicos de la psicoterapia (incluyendo el de Karl Jaspers), de los cuales la interpretación de Feld depende ocasionalmente[2].  Al mismo tiempo, existe el riesgo, en la práctica de la terapia cognitiva conductual, de no tomar en cuenta seriamente la corporeidad humana. Desde esta perspectiva, las personas son cuerpos, aunque cuerpos pensantes; de hecho, criaturas semióticas que continuamente se involucran en actos de interpretación. Cuando estas interpretaciones se hacen problemáticas, la ansiedad  o la depresión pueden ser a veces el resultado.
La escueta declaración de la perspectiva cognitiva conductual es lo bastante incompleta como para que potencialmente pudiera inducir a error. La meta de Aaron Beck y de los clínicos formados por su pensamiento pionero y su páctica es lograr cierta reparación semiótica en la terapia -una "reestructuración cognitiva", según él se refiere a ésta-, pero difícilmente con el fin de desterrar la ansiedad o la depresión, que pueden ser señales de interpretaciones problemáticas[3]. De hecho, el rápido crecimiento  de las terapias cognitivas conductuales  "con base en la atención" señala, entre los practicantes, una creciente tendencia a estimular a las personas deprimidas a apoyarse en los estados emocionales según los experimentan (en términos de Feld, "apropiarse" de su depresión), abogando por una "aceptación" sin prejuicios, al mismo tiempo que advierten sobre los peligros de suprimir o de intentar burlar sentimientos que se consideran desagradables[4]. Por otra parte, en la experiencia clínica reciente, una de las estrategias para tratar la ansiedad abrumadora (de varios tipos), cuya efectividad se puede demostrar en gran parte, es a través de la "terapia de exposición", diseñada no para aliviar la ansiedad, sino para confrontarla directamente cuando ocurre; se hace posible inducir la ansiedad mediante ejercicios en la exposición a imágenes, incluso cuando ésta puede no haber sido experimentada de otro modo. Lo importante es que la meta de tal exposición no es cambiar la forma en que uno se siente, sino más bien cambiar cómo uno interpreta dichos sentimientos, y también lo que se tiende a hacer como una respuesta a ellos (por ejemplo, promover el valor de la aceptación más que de la evasión).
La obra de Feld amplía considerablemente la perspectiva desde la cual podría entenderse esta clase de cambio, al añadir una dimensión teológica, así como una antropología filosófica más holgada a la concepción del "procesamiento de información" de la semiosis y de la conducta interpretativa humana, un tanto limitada, que típicamente presuponen las CBT. Como teóloga-filósofa, ella se encuentra dentro de una larga tradición de pensadores que han discutido a favor de la necesidad de involucrar la melancolía que nos afecta, no de forma arbitraria, sino de un modo decisivamente hermenéutico, en vez de dejarla a un lado. Además de las numerosas figuras que se encuentran en su estudio, podría mencionar aquí con vistas  a su consideración adicional la relevancia de: las "reglas para el discernimiento de los espíritus", de Ignacio de Loyola, que identifican los sentimientos de "desolación" como signo importante, pero multivalente, para alguien que busca progresar en la vida espiritual[5]; la caracterización del "alma enferma" por parte de William James como expresión de una perspectiva religiosa más profunda que la de la "conciencia mentalmente sana" y de la genuina conversión religiosa en tanto incorpora, sin negar nunca, la percepción melancólica del alma enferma, según la cual en el mundo hay una incorrección real[6]; el tipo de "terapia de exposición a imágenes" gradual, defendida por los pensadores budistas, que prescriben a los devotos religiosos la práctica de la meditación sobre un cadáver en descomposición[7]. Por supuesto, la percepción interpretativa puede cambiar la forma en que uno se siente, sea a corto o a largo plazo, pero en todos estos casos, como en la interpretación de Feld, la respuesta hermenéutica a ciertos estados sentimentales tiene mayor significación que lograr la transformación de los sentimientos. Por otra parte, desde cada una de estas perspectivas no hay nada que ganar enmascarando la melancolía, y  si esto se realiza existe el riesgo de una gran pérdida.
Feld entiende  la melancolía como condición tanto existencial, como psicológica, y como símbolo complejo (MOG xviii). En tanto condición hace surgir como respuesta cierta percepción de la situación, y así puede considerarse como parte de la interpretación de ésta. Desde mi perspectiva peirceana, cada intérprete  es, él mismo, también un signo que invita a la interpretación. En consecuencia, la melancolía es tanto una respuesta interpretativa, como un símbolo que requiere nuestra atención hermenéutica. Al mismo tiempo, la melancolía profunda (en tanto opuesta a la tristeza más superficial y transitoria), como el tedio profundo, no es una reacción a algo en particular -y por eso no significa tal- . Más bien significa "nada", una nada que no puede ser conceptualizada o imaginada, de modo que la respuesta interpretativa que ésta provoca, a su vez, se encuentra ya socavada, parcialmente negada.[8] Para Feld, como para Schelling, esta nada es primordial, el lado oscuro de la divinidad, con la melancolía que ésta engendra en la experiencia humana que se percibe mejor como un símbolo roto, y pese a ello como "la huella indeleble de la abismal otredad de Dios"(MOG 194).  Ya que no es asunto simple la identificación de cómo dichas percepciones religiosas podrían complementar y, por tanto, ayudar a transformar las ideas básicas que conforman el desenvolvimiento de las terapias cognitivas conductuales para la ansiedad y la depresión, tengo el instinto de que este tema merece ser explorado.
Me parece que dicho punto de vista teológico revela tanto la necesidad, y de hecho, la urgencia de la semiosis así como de sus límites. Por otra parte, sugiere que la "ruptura semiótica" es tan crucial para el éxito de nuestra actividad interpretativa, como para la articulación, ocasionalmente clara y exacta, de lo que significan ciertos signos. Sería necesaria una discusión más extensa para mostrar cómo y por qué éste es el caso. Sólo quiero enfatizar aquí la forma notable en que la obra de Feld ha expuesto a sus lectores la clase de elevada conciencia que puede facilitar la melancolía, de modo similar a como la inmersión en la oscuridad total exhorta a una atención más cuidadosa en quien así se encuentra inmerso, provocando con frecuencia la agudización de todas las formas no visuales  de la percepción sensorial. Esta atención puede ayudar a revelar muchas de esas cosas específicas, determinadas, con que  se podría chocar en la oscuridad. Pero también es una atención que puede tener como objeto no una cosa determinada, reduciendo el yo al silencio en medio de esta oscuridad circundante. Ahora bien, este silencio puede ser elocuente, terapéuticamente poderoso, más parecido al silencio con el que el amor habla junto a las camas en las habitaciones de los hospitales, esperando la muerte. Si el amor es, en efecto, más fuerte que la muerte, se debe sólo a este ejercicio en marcha, no a la negación sino a la confrontación honesta con la otredad que representa la muerte. Esta percepción se encuentra en la médula de la terapéutica teológica de Feld, que se comprende mejor (de nuevo, así me parece al menos) en relación a los antecedentes proporcionados por Schelling en su representación metafísica de la perpetua lucha del amor con la oscuridad, en el centro del ser/noser divino (véase especialmente MOG 115-20, 172-3, 192-3).







[1] Alina N. Feld, Melancholy and the Otherness of God: A Study of the Hermeneutics of Depression, Lanham, MD: Lexington Books, 2011; mis preguntas aparecen en las pp. xi-xii. [En lo que sigue citado como MOG]
[2] Aunque deseo confesar que hay una profunda resonancia entre la teoría cognitiva y la tradición del pragmatismo clásico norteamericano (Peirce, James, Dewey) que honro profundamente, y con el cual está claramente en deuda mi propio trabajo.
[3] Estas interpretaciones  o construccioes mal-adaptativas típicamente son sobre el yo, sobre su medio ambiente o sobre el futuro, un complejo de significados a los que Aaron Beck se refiere como la "tríada cognitiva".  Dos de las descripciones más generales  de la yteoría y la práctica cognitivas en Aaron  Beck aparecen en Aaron T. Beck, Cognitive Therapy and the Emotional Disorders, New York: Penguin Books, 1979, y Brad A. Alford y Aaron T. Beck, The Integrative Power of Cognitive Therapy, New York,: The Guilford Press, 1997.
[4] Considérese, por ejemplo, el material recogido en MIndfulness and Acceptance: Expanding the Cognitive-Behavioral Tradition, eds. Steven C. Hayes, Victoria M. Follete y Marsha M. Lineham, New York: The Guilford Press, 2014.
[5] Véase "Rules for the Discernment of Spirits," pp. 313-36 en The Spiritual Exercises of St. Ignatius of Loyola, ed. Louis J. Puhl, S. J., Chicago: Loyola University Press, 1951.
[6] William James, The Varieties of Religious Experience, New York: Macmillan Publishing Co., 1961.
[7] De forma gradual, porque ésta comienza con el cadáver de un extraño, se desplaza hacia la imaginación de aquello en el cadáver de alguein amado y concluye con el cadáver de uno mismo. Para una discusión de esta práctica budista, consultar The Miracle of Mindfulness:  A Manual of Meditation, de Thich Nhat Hanh,  trad. de Mobi Ho (Boston: Beacon Press, 1975), pp. 50-1, 91-2, 116-8.
[8] Analizo el tedio profundo como signo de "nada" en Michael Raposa, Boredom and the Religious Imagination, Charlottesville: University of Virginia Press 1999, pp. 143-4.

Tuesday, April 15, 2014

Tom Rockmore, NOTA ACERCA DE LOS "COMENTARIOS SOBRE LA MELANCOLÍA Y LA OTREDAD DE DIOS" , DE FELD





Tom Rockmore
Duquesne University
rockmore@duq.edu



La presente versión al español se publica en este blog con el permiso del autor y la aprobación de Alan Olson y Helmut Wautischer, y ha sido traducida por Gladys L. Portuondo del original en inglés publicado en: Tom Rockmore, "A Note on Feld's  Remarks on Melancholy and the Otherness of God,"  Existenz, An International Journal in Philosophy, Religion, Politics, and the Arts, Vol. 7, No. 2, Fall 2012, en:






Resumen. El reciente estudio de Alina Feld sobre la melancolía resulta doblemente extraordinario como uno de los pocos tratamientos detallados de este fenómeno y como excelente ejemplo de la aplicación del refinamiento filosófico a temas humanos concretos. Es frecuente encontrar formas del humanismo que activan el interés en el ser humano en abstracto. Contrariamente a esto,  éste es un estudio cuidadoso, detallado, bien informado y útil de la existencia humana concreta.
Palabras clave: Melancolía; acedia; felicidad; infelicidad; depresión.





El vínculo de la melancolía con la felicidad difícilmente podría ser más obvio. La felicidad y la infelicidad nunca dejan de relacionarse, nunca se separan, ni siquiera se alejan una de otra. Las teorías de la infelicidad presuponen una comprensión de la felicidad. De diferentes formas, este interés se retrotrae a todo el camino precedente de la tradición occidental. Aristóteles ya entiende la felicidad (del griego eudaimonia) como lo que sigue a la acción apropiada, que alcanza su máxima expresión en la racionalidad. Este tipo de teoría sigue siendo tan importante como siempre lo ha sido para entender la infelicidad. Volveré a este punto más adelante.
Las causas de la infelicidad difieren de su manifestación. La infelicidad se manifiesta a sí misma de muchas formas. En épocas anteriores se prestó mucha atención a la relación entre la felicidad y la infelicidad, especialmente en el cristianismo. En nuestro presente momento histórico, esto se vincula crecientemente a las cuestiones económicas. La infelicidad, que voy a utilizar como término general, llega de muchas formas. Los antiguos ya se encontraban interesados en la depresión y en lo que más tarde llegó a denominarse melancolía, así como en la acedia, que puede definirse desde una perspectiva cristiana como "un estado de inquietud y como incapacidad de trabajar o de orar"[1]. Como lo señala Alina Feld, se usaron también otros términos. En Purgatorio, Dante, siguiendo a Mateo 22:37, define la pereza "como fracaso en al amor a Dios con todo el corazón, toda la mente y toda el alma"[2]. Y en la Summa Theologica Aquino describe el pecado mismo como "una pena opresiva, que por lo que pesa en la mente del hombre, él no quiere hacer nada"[3].
Algunos observadores detectan patrones importantes en la infelicidad. Muchos pensadores religiosos, y no pocos filósofos, dirigen la atención a la disposición de ánimo en relación a Dios. Kierkegaard habla célebremente de una enfermedad mortal, para la cual el remedio supuestamente apropiado consiste en el salto de la fe y en el sacrificio del propio hijo primogénito. Otros aluden a un fenómeno similar, rechazando el cristianismo. Marx relaciona la alienación con la estructura económica del mundo moderno. Heidegger se refiere a la Angst (angustia, del alemán, nota de la traductora)  que supuestamente caracteriza la existencia del Dasein, que se entiende igualmente a veces como el ser humano en comparación con el ser.
En su nuevo libro, Alina Feld analiza una selectiva serie de "hipótesis concernientes a la melancolía que ampliamente abarcan desde la antigüedad griega hasta el presente"[4], y desde Hipócrates hasta Jean Baudrillard, Gaston Bachelard, Robert Desoille y otros observadores recientes, a la vez que define una ruta a través de los puntos de vista sobre la acedia y/o la depresión relacionados entre sí, tal vez sin relación e, incluso, crudamente opuestos. Su afirmación central es que la depresión no es meramente contingente, sino más bien, como ella dice, "perdurable", incluso intrínseca a la condición humana. En su análisis y reconstrucción del debate en torno a la depresión. Feld retorna con gran provecho en pos del paradigma cartesiano moderno para ampliar nuestra comprensión de lo que entendemos por ser humano. Su propia visión sólo se señala vagamente en el título del libro: Melancholy and the Otherness of God. No está claro si "otredad" se refiere aquí a la diferencia entre lo humano y lo divino, cada uno de los cuales es algo distinto que el otro, o si se propone otro mensaje. Pero claramente ella toma en serio lo divino como tema central para el ser humano finito, reconstruyendo la historia de los esfuerzos para comprender la depresión psíquica, fundamentalmente desconocida.
Es importante volver al debate reciente para considerar las primeras teorías de la depresión, ya que esto evita la tentación de comprometerse con lo que Weber llamaría re-encantamiento, en tanto evita reinstalarse en las soluciones religiosas. En vez de eso, lo mismo ahora que con anterioridad al extenso interregnum cristiano, no parece haber mejor modelo que la antigua concepción aristotélica del florecimiento social como pre-requisito necesario de la felicidad. Si esto es correcto, entonces la disfunción humana en todas sus formas, incluyendo la melancolía y la acedia, puede explicarse en última instancia en términos sociales, los que pueden descansar en una base religiosa, aunque no lo requieren en sentido absoluto.
Feld define el interés de su triple tarea respecto a la genealogía, la hermenéutica y la terapia de la depresión, la cual con seguridad es una tarea enorme, pero como ella señala, ésta no toma en consideración lo patológico desde la perspectiva médica, lo que se encuentra más allá de los límites del presente estudio. Su rica descripción se compone de una serie de reconstrucciones de lo que debe verse como una auténtica "cornucopia" de las concepciones sobre la depresión.
Su reconstrucción de la prehistoria de este fenómeno abarca ampliamente una literatura que, obviamente, ella conoce muy bien. Feld examina los temas en un orden cronológico aproximado, aunque con muchas acotaciones eruditas. No me siento obligado a igualar su condición en este dominio. Ya que no tengo la segura comprensión de Feld sobre este asunto, ni el espacio para examinarlo en detalle, mis comentarios pueden ser solamente selectivos.
El análisis de Feld presenta a los seres humanos luchando por un largo periodo, en formas diferentes, para llegar a comprender un aspecto importante, incluso central, de la condición humana, un aspecto que Hipócrates, por ejemplo, enfoca a través de la teoría de los humores. En su consideración, el elemento religioso surge muy pronto en el esfuerzo por llegar a comprender el fenómeno de la depresión. Ya desde el Timeo, Platón trabaja con tres conceptos explicativos: ser, devenir y chora- identificado alternativamente, entre otras posibilidades, como receptáculo o espacio- para comprender la enfermedad en términos del rechazo del bien. Ya que seguramente Platón no es un cristiano, ésta no es una explicación "religiosa" en el sentido que este término adopta en las tradiciones monoteístas religiosas posteriores.
Las descripciones de la melancolía y de los fenómenos asociados a ella continúan proliferando según nos aproximamos a los tiempos modernos. Felds señala que en la Edad Media ocurre un palimpsesto de la melancolía junto a la antigua concepción de los humores, ampliada ahora a través de la concepción teológica del pecado. Ya que los escritores estaban tratando con fenómenos que ellos no entendían suficientemente, no deberíamos sorprendernos si encontramos análisis en oposición directa en el debate. Según Feld, para Robert Burton el remedio estriba en dejar atrás la ociosidad, mientras que para Pascal, por el contrario, nos queda contemplar el infinito vacío esperando por la salvación a través de la fe. El absoluto desacuerdo sobre la melancolía, un fenómeno común, es seguramente sorprendente, quizás indicativo de la debilidad de la comprensión conceptual sobre lo que ocurre.
Los comentarios de Feld  acerca de tres figuras cercanas a nosotros (G. W. F. Hegel, Martin Heidegger y Karl Jaspers) resultan particularmente interesantes. El tratamiento sobre Hegel bajo el título "Acerca de la Otredad de Dios" elige el inusual interés de las reflexiones de Hegel sobre el alma. Feld señala que Hegel se encontraba afectado por el descenso a la locura de su amigo Friedrich Hölderlin. Es tal vez menos conocido que él también estaba afectado por la depresión y el subsecuente suicidio de su hermana, Christine[5]. Feld entiende esta complicada serie de circunstancias como conducentes a la visión hegeliana de la depresión, en el espacio creado por la muerte de Dios[6]. Según Feld, la única vía hegeliana para superar la melancolía es a través de la total pérdida, conducente a la resurrección espiritual, lo que, podría especularse, es el equivalente funcional de la decisión de arriesgarse a la muerte mediante el reconocimiento en la relación entre el amo y el esclavo. Ella indica que según Hegel, sólo podemos hacernos conscientes de nosotros mismos como seres finitos, sobre todo en la obra que Pascal rechaza, pero nos hacemos infelices deseando devenir absolutos (MOG 110).
Feld halla que la descripción del tedio profundo (tiefe Langeweile) por parte de Heidegger, que ella describe como la sintonía fundamental del Dasein (MOG 127), apunta más allá de sí misma hacia el ser. Aunque la perspectiva heideggeriana ha influido en varios psiquiatras suizos, considero esta descripción fenomenológicamente incorrecta, ante todo  como "deducción" requerida por la teoría del ser de Heidegger. De modo similar, sostengo que el llamado su dios último es inseparable de su giro hacia el nazismo, a menudo rechazado pero obvio, un giro explicable como si se tratara de un puerto de refugio después de su forzada separación del catolicismo, y después del fracaso manifiesto del nazismo real, para el cual él continuó prefiriendo su propia versión idealizada.
En el libro de Feld, Jaspers ocupa un lugar de honor como uno de los pocos, tal vez incluso como el único comentarista, equipado satisfactoriamente tanto con la competencia médica como con la filosófica, que examina en detalle el fenómeno de la melancolía. Jaspers subraya la distorsión en la melancolía respecto al tiempo yrespecto al yo, con más precisión en la llamada experiencia temporal del tiempo como detenido, y por lo tanto sin un futuro, pero en la cual predomina el pasado. Según Feld, la percepción principal de Jaspers descansa en la insistencia de que "la melancolía depresiva" se encuentra más allá de la teoría científica, que está limitada por las manifestaciones psíquicas del alma situadas más allá de la cognición, apuntando por tanto a la necesidad de la interpretación filosófica.
Su observación de que Jaspers está continuamente centrado en la naturaleza, la significación y el rol de la otredad, entendida como lo no racional e incomprensible, es sugestiva. La "otredad"  para Jaspers indica que la dolencia psíquica en general, en especial la melancolía, está vinculada a "la otredad de la razón y del Ser" (MOG 166). Feld afirma que tanto para Jaspers, como para Friedrich Schelling, el ser y la razón están arraigados en sus opuestos, presumiblemente en el no ser y la irracionalidad. Ella sugiere que Jaspers proporciona evidencia clínica para apoyar, pero también para desmitificar la construcción mitológica de Schelling. Pero ¿qué evidencia puede haber posiblemente para lo que, por definición, se encuentra más allá de la razón o más allá del ser?
Los comentarios de Feld acerca de Jaspers se encuentran en el límite de su investigación. Feld, quien aporta este rico tapiz de concepciones de la depresión, la melancolía, la acedia y de los fenómenos que se les relacionan, no intenta imponer una estructura predominante sobre las diversas teorías, a menudo dispares. Es como si su interés medular fuese describir, más bien que teorizar sobre un continente oscuro, albergado en el alma humana, describiendo la noche oscura del alma ligada a la condición humana, a menudo en vívidas imágenes en enfoques contrastantes, cuya descomposición es muy difícil de imaginar. Una importante consecuencia es concentrarse en el esfuerzo realizado a lo largo de milenios para comprender la finitud humana a través de análisis contrastantes, por así decir,  ilustrando vívidamente la verdadera dificultad de llegar a entender la finitud humana. Es más difícil discernir la propia visión de la autora, la cual se encuentra principalmente implícita y no se expone ante el lector en detalle. Pero indudablemente se puede identificar en el título del libro, así como en su elección y en su descripción de diversas teorías, la atención a la dimensión teológica de la melancolía y de los fenómenos que se le relacionan.
La depresión, en todas sus formas, se relaciona no sólo con la felicidad, sino también con la finitud humana. Pienso que nuestras pretensiones respecto al mundo y a nosotros mismos siempre están limitadas por el momento histórico, que contingentemente habitamos. En ausencia de líneas directrices, lo que podemos decir sobre la condición humana ha de ser una función de nuestro mundo moderno tardío, en el cual la finitud humana no se ha incrementado ni ha decrecido, sino que solamente se ha hecho más evidente, en una continua jornada cada vez con menos ilusiones, y por tanto con menos barandillas. Este factor contingente -contingente en tanto pudo haber sido de otro modo, porque no hay fatalidad en relación a la declinación moderna de la religión organizada- lleva consigo la posible solución a la difícil situación existencial humana. La religión organizada es un experimento realizado por seres humanos finitos para proporcionar significado, al  vincular la finitud humana a un infinito ausente. Para algunos,  éste es un experimento que aún se encuentra en marcha, pero para otros éste ya ha recorrido la mayor parte de su curso en la secularización cada vez más profunda del mundo moderno. Si, como sospecho, es ya muy tarde para el re-encantamiento; si no podemos, de algún modo, superar mágicamente la melancolía a través de un retorno, por así decirlo,  a los supuestos orígenes divinos, no hay alternativa para la lucha, como sugiere Beckett vívidamente; no hay alternativa, como lo señala Camus, para dar significado a nuestras vidas a través de lo que hacemos.





[1] Véase E. A. Livingstone, ed. The Concise Oxford Dictionary of the Christian Church, New York, Oxford University Press, 2006.
[2] Véase Dante Alighieri, Purgatorio, Canto Settimo, quinto círculo.
[3] Véase Tomás Aquino, Summa Theologica, Secunda, secunda partis, q. 35.
[4] Véase Alina Feld, Melancholy and the Otherness of God: A Study of the Hermeneutics of Depression, Lanham, MD: Lexington Books 2011, p. iv. [En lo que sigue se cita como MOG]
[5] Véase Jon Mills, The Unconscious Abyss: Hegel's  Anticipation of Psychoanalysis, Albany, NY: SUNY Press, 2001.
[6] Véase G. W. F. Hegel, Phenomenology of Spirit, §§ 782, 785.